De las 33 mil personas que declararon en el informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, 27.255 fueron reconocidas como víctimas de tortura durante la dictadura chilena. Pero considerando a todas las personas que decidieron no prestar declaración, por el temor de volver a traer a la memoria los horrores, estamos ante un drama de magnitudes insospechadas, que a 40 años del golpe militar continúa afectando a las víctimas, sus familiares, amigos y conocidos.
La Convención contra la Tortura de Naciones Unidas, ratificada por Chile en septiembre de 1988, define tortura como “todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona u otras (…) cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas”.
En el informe de la Comisión se identificaron como prácticas habituales de tortura las golpizas reiteradas, lesiones corporales deliberadas, colgamientos, posiciones forzadas, aplicación de electricidad, amenazas, asfixias, simulacro de fusilamiento, humillaciones y vejámenes, desnudamiento, agresiones y violencia sexual, presenciar la tortura o el fusilamiento de otros, el confinamiento en condiciones infrahumanas, la privación deliberada de medios de vida, la privación o interrupción del sueño y la exposición a temperaturas extremas, todas las cuales se llevaron a cabo en los distintos centros de exterminio comandados por las Fuerzas Armadas, Carabineros, la PDI, la DINA y la CNI.
José Luis Tejada es siquiatra de CINTRAS, agrupación que desde 1985 presta ayuda médica y sicológica a víctimas de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar. Revela que, durante los últimos años, muchas víctimas se han acercado por primera vez a pedir ayuda. También que hay muchos que jamás la han solicitado. A su juicio, este tipo de traumas no se supera ni se olvida, sino que es algo con lo que cada persona debe aprender a convivir.
“Es muy difícil contener la experiencia de haber sobrevivido a la tortura. Por lo general, los problemas del siquismo, las relaciones interpersonales y familiares, con los hijos y con los trabajos, el sufrimiento es algo que se va reactivando y permanece por muchos años”, afirma.
Las secuelas de la tortura, explica el médico siquiatra, se experimentan a distintos niveles: social, familiar y en las relaciones interpersonales, pero también a nivel físico, por las heridas sufridas, y a nivel sicológico, mediante cambios en la personalidad, depresión, trastornos nerviosos y angustia.
A nivel social, José Luis Tejada enfatiza en la importancia de la experiencia posterior a la tortura, “cómo los demás, el otro, los que están al lado, los acoge. Cómo la sociedad puede mirarlos, aceptarlos. Y eso ha sido un proceso muy difícil en los sobrevivientes en Chile”.
Sin palabras
Como un paria. Así se sintió Lelia Pérez durante mucho tiempo, al volver a Chile de un exilio de diez años en Venezuela. El 12 de septiembre de 1973 había sido detenida junto a otros estudiantes secundarios y trasladada al Estadio Chile. Tenía 16 años.
Posteriormente, a los 18, sería torturada en Villa Grimaldi, donde los golpes de los agentes de la CNI le provocarían un aborto. A 38 años de aquella experiencia, aún le cuesta poner en palabras lo que vivió.
“Es difícil de hablar. Cuando uno trata de decir lo que le pasó, uno queda como en un estado pre lingüístico. Como que… ¿Cómo lo dices? Dices, me torturaron, pero ¿qué estás diciendo con eso, qué significa? O, me violaron. Y no me violó uno, fue un grupo. ¿Qué significa eso? ¿Y qué significa que lo haya hecho el Estado, a través de los militares? Es muy difícil, porque están nuestras hijas, nuestros padres, nuestras madres, nuestras hermanas, la exposición pública que se hace, a veces saliendo del límite de lo digno y cayendo en el tema de la morbosidad, es muy complicado”, sostiene.
Sin ánimo de generalizar, el siquiatra de CINTRAS explica que existen ciertos factores que hacen que determinado tipo de apremios sean más difíciles de sobrellevar, como la tortura sexual, la tortura en situaciones de delación y la ejercida contra menores de edad.
Según el informe de la Comisión, el 58% de las víctimas tenía menos de 30 años al momento de ser torturado. Entre ellos había 1.080 menores de edad. Además, 3.400 mujeres fueron víctimas de violaciones a los derechos humanos en la dictadura y casi todas ellas confesaron haber sufrido algún tipo de violencia sexual.
Caras conocidas
En 1973, Jaime Donoso era capitán de la Fuerza Aérea y tenía 32 años. Por oponerse al golpe militar, fue detenido violentamente y torturado en la Academia de Guerra Aérea, lugar en el que permaneció durante 45 días.
“El tratamiento era bien violento. A uno lo tenían detenido, de pie, durante días. Habían tapizado completamente la Academia y la tenían con luz artificial, entonces uno no se daba cuenta si era de día o de noche. No comía, no bebía agua y era golpeado por los centinelas en forma completamente indiscriminada: golpes en la cabeza, culatazos en la espalda, lo tiraban a uno al suelo. En una de esas ocasiones, estuve acostado justo al lado del general Poblete y el general Bachelet”, recuerda.
En su caso, lo más duro de sobrellevar fue el hecho de haber sido torturado por quienes, en algún momento, pertenecieron a su círculo más cercano.
“Los torturadores habían sido o compañeros míos, o alumnos míos, o profesores míos en algunos casos. Nos conocíamos mutuamente, ya habíamos trabajado 13 años en conjunto con esa gente, desde que éramos cadetes, y resultaba incomprensible ver a una persona que tú conocías, que habías almorzado con ella, que habías tenido intercambios académicos o profesionales, que estuviera torturándote”, confiesa.
Su actividad académica en Inglaterra, mientras estuvo exiliado, fue lo que le permitió soportar este traumático episodio y recurrir a apoyo sicológico solamente una vez. Además, sus torturadores, los comandantes Edgar Cevallo y Ramón Cáceres, enfrentaron a la justicia, así como el general Orlando Gutiérrez, que falleció.
Pero ese no es el panorama general. En Chile, torturadores y asesinos pasean libres por las calles, acceden a cargos públicos, ejercen sus profesiones sin problemas, mientras que las víctimas y sus familiares, en la mayoría de los casos, vieron truncados sus proyectos de vida para siempre.
La tortura de la impunidad
Para Lorena Pizarro, presidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD), es imprescindible “expresar la incapacidad que se ha tenido por parte del Estado para reparar en toda su magnitud lo que significó ser víctima directa del fascismo, sobreviviente del fascismo, y las secuelas enormes que hasta el día de hoy existen. Hay una incomprensión enorme hacia quienes sobrevivimos esa situación”.
Desde su experiencia de trabajo con las víctimas, José Luis Tejada coincide en que la impunidad de estos delitos es la que no permite cerrar las heridas. Además, apunta a que una sociedad inclusiva y respetuosa con el sobreviviente es fundamental para su recuperación.
“Gran parte de lo terapéutico tiene que ver con la situación social. Muy pocos de los pacientes que atendemos son pacientes donde la justicia le ha dado identificación y condena a las personas que estuvieron involucradas en su tortura. Es muy difícil en esas condiciones poder elaborar y superar algo. La tortura se vive de forma permanente y es muy difícil de elaborar cuando no hay justicia en términos legales y sociales. Como la vivencia es permanente, yo sigo sintiendo que me están torturando con esta falta de verdad, de justicia, de consideración hacia mi dolor”.
Es por ello que las solicitudes de perdonar y pedir perdón, tan de moda en este último tiempo, resultan contraproducentes. “De los propios sobrevivientes nunca he escuchado esos discursos. Sin embargo, siempre he escuchado que se sienten muy ofendidos por ellos”, revela José Luis Tejada. “Creo que esos discursos de superar y reconciliar, a propósito de nada, son altamente ofensivos y retraumatizantes, sobre todo para los sobrevivientes. No viene desde ahí, es muy difícil que un sobreviviente te hable de dar vuelta la página, olvidar, terminar con el odio. En estas condiciones, no se puede”.