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Un triunfo usurpado

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Sábado 5 de octubre 2013 20:41 hrs.


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Conviene recordar cuando se cumplen veinticinco años desde el Triunfo del NO que este plebiscito, que frenó las pretensiones de Pinochet de extenderse en el poder, fue realizado a objeto de descomprimir la presión social  que amenazaba con derrocar a la Dictadura y dar paso, muy posiblemente, a una solución política más radical. Fueron precisamente las jornadas de protesta las que indujeron a Estados Unidos, al gran empresariado y a la Derecha a buscar mediante el diálogo con algunos sectores opositores la posibilidad de una “salida pacífica y negociada” para evitar un desenlace  que les parecía muy fatal a sus intereses. Fue  después de una de estas explosiones sociales que el embajador norteamericano confidenciara a un grupo de diplomáticos que creía que Chile estaba ya en un clima insurreccional y que su país no podía aceptar que esta situación derivara en “una nueva Cuba”.

De esta forma es que el Departamento de Estado insta a diversos dirigentes políticos a lograr un entendimiento amplio pero con exclusión del Partido Comunista, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y otras expresiones. Esto es, una consulta popular que descartara la continuidad del Dictador y nos abriera a elecciones que estuvieran regidas por la Constitución de 1980 con algunas modificaciones que no cambiaran lo esencial de ella. Esto es la tutela militar sobre nuestro régimen político e instituciones,  el sistema electoral binominal y, desde luego, el sistema económico social consagrado por la propia Carta Fundamental aprobada en una consulta completamente espuria.

De esta manera, la fuerza del valor del pueblo movilizado y combatiente fue  usurpada por las cúpulas políticas de una larga serie de partidos históricos e instrumentales que, de pronto, tuvieron ingentes recursos para reorganizar sus colectividades y financiar una atractiva campaña publicitaria que, como se ha reconocido, tuviera tanto peso en el triunfo de ese 5 de Octubre, en una noche  tensa y conmovedora que terminó por desbaratar los intentos del propio Pinochet por desconocer los resultados. Ya se sabe que al interior mismo del Gobierno hubo quienes le dieron la espalda al Tirano y reconocieron oportunamente el triunfo del NO cumpliendo con el plan de los operadores norteamericanos que siempre tuvieron y siguen teniendo infiltrados los mandos militares.

El Plebiscito posterior sirvió para implementar algunos retoques a la legalidad vigente que hicieran factible una transición a la democracia. Pero ya se sabe que tales enmiendas no fueron suficientes como para alcanzar una  Asamblea Constituyente o una nueva Constitución, como tampoco una ley electoral que pudiera cambiar la correlación de fuerzas que el conjunto de “negociadores” se agenció para consolidar el duopolio político que ha cogobernado por más de dos décadas. Tiempo éste en que el pinochetismo político y la Concertación  más bien han administrado una pos dictadura, más que una genuina transición a un régimen de soberanía popular.

A esta altura, no es de extrañarse, entonces que ya en el gobierno de Aylwin se haya asesinado a la prensa que fue tan incómoda a Pinochet y que le sería también tan incómoda a los que lo siguieron en La Moneda y  tenían por misión garantizar un régimen político acotado cuanto, al menos, la impunidad para el Dictador. A los ideólogos de la Derecha y a los encantamientos del gran capital foráneo e interno hay que atribuirle, sin embargo, el don de haber encantado a los nuevos gobiernos y partidos con el modelo neoliberal y la falsa prosperidad del país. Donde los buenos guarismos del crecimiento macroeconómico no han cesado de enriquecer a unos pocos en desmedro de los trabajadores y el abandono programado del Estado de su responsabilidad en la educación, la salud y la justa distribución del ingreso.

En la fórmula consensuada por los negociadores tienen base las constantes e ilusorias promesas electorales que hablan de cambiar el binominal, emprender una severa reforma tributaria y recuperar la autoridad del Estado en la economía y la recuperación de nuestras riquezas naturales expoliadas. A dos meses de nuevos comicios, ya se ve que estos ofrecimientos vuelven a hacerse pueriles  ante la evidencia de que en nuestro próximo parlamento más del setenta por ciento de los actuales legisladores mantendrán su curul y privilegios.  Además de aquellas conocidas prerrogativas y abusos de poder muy al ritmo del acelerado proceso de corrupción y descredito de la política.

Pero el gobierno de Sebastián Piñera indefectiblemente cierra el círculo de las ilusiones que muchos tenían de una transición genuina a la democracia, aunque debamos reconocer que  esta administración de derecha ofrece, en varios sentidos, más avances que las de sus antecesores de la Concertación. Cuanto mejor ha terminado resultando en el propio desempeño económico social  como, por ejemplo,  en cuanto a sus logros en defensa de los consumidores o  respecto a reajustes salariales asignados año a año. Hasta también muy superior en ponerle freno a los privilegios de los uniformados,  lo que se ha materializado en el cierre el penal del lujoso penal  Cordillera que, escandalosamente,  sus antecesores le brindaran a los más feroces criminales de la DINA y la CNI.

El grado de frustración social y un nuevo proceso de movilización y demandas le hará muy poco grata la presencia en La Moneda a quien resulte electo o electa. Aunque el despliegue multimillonario de propaganda volverá a incidir muy determinantemente en los resultados, creemos vislumbrar un proceso creciente de maduración política y resolución ciudadana que en pocos meses puede imponerse desmoronar la institucionalidad vigente si las autoridades no responden a su obligación de ser efectivamente los intérpretes y mandatarios del pueblo.

No es extraño, por esto mismo, la mezquina actitud de quienes se han atribuido como propia la justa celebración por el Triunfo del NO. Cuando lo que ocurrió justamente es que muchos de éstos llegaron precisamente al final a la gesta libertaria de las protestas,  imponiendo la división y la exclusión en el cometido de arrebatarle las banderas a las múltiples organizaciones sindicales, estudiantiles y comunitarias alzadas en unidad y rebeldía. Recibiendo luego  los cargos públicos de manos del propio Dictador para rendirle después prolongado tributo a su diseño institucional, como al imperio de las desigualdades agraviantes derivadas de su gestión económica y cultural.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.