Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 24 de abril de 2024


Escritorio

Y Scorsese lo hizo de nuevo…


Lunes 6 de enero 2014 8:49 hrs.


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Deseo recomendarles la película “Lobo de Wall Street”, cinta que acabo de ver. Se trata del nuevo film del prestigiado y talentoso Martin Scorsese, cuyo cine suele ser un descarnado reflejo del estado deontológico de Estados Unidos. Algo que, sin embargo, no por ser expuesto sin rodeos linda menos con el desparpajo.

Por tres horas que no pesan, el “Lobo de Wall Street” -la historia autobiográfica de Jordan Belfort, un exitoso “broker” de Nueva York- narra el compulsivo afán de amplios sectores de esa sociedad por concretar “el sueño americano”, ese que, sin que sus protagonistas puedan evitarlo, corroe por dentro y por fuera a los que tan entusiastamente se embarcan en él.

Esta exposición de un modo de vida avasallador llevado al extremo ya la había logrado Scorsese con “Pandillas de Nueva York”, “Vidas al Límite” o “Casino”. Como en aquellas, la película -en clave de comedia pese al drama del que da cuenta- está construida con brillante fotografía, estética impecable y ritmo narrativo ascendente, raudo. Se suceden las escenas de exuberantes y desenfrenadas melopeas incubadas en astronómicas ganancias obtenidas al margen de toda norma, en las que sexo, alcohol y todo tipo de drogas, sobre todo estas últimas, se obtienen “como para bañar yeguas”, que diríamos en chilensis. Así, ante el espectador desfila un inicuo sistema que permite ganar muchísimo dinero de modo fácil, basado en timar a los incautos, a “esos perdedores”, mientras los protagonistas se sienten “triunfadores” y gozan de un “éxito” tan fatuo como degradante hasta el delirio. Nada vale, ni nada tiene sentido en la vida, sino ganar dinero. Y se hace con precisión de máquina y cruel impiedad bajo el sacrosanto pretexto de “hacerse rico y vivir la vida loca”. El sueño americano.

Las actuaciones son, sin duda, sobresalientes, especialmente la de Leonardo Di Caprio, aunque los actores de reparto muestran también un elevado nivel en su representación del exceso y del descalabro moral. Algo que, inevitablemente, lleva al auditorio a sentir compasión por esos seres envilecidos que, perdido ya todo contacto con la realidad, presumen de su “victoria” al hacerse cada día más ricos.

No obstante, una recomendación: hay que ver este tipo de cine con cuidado. Porque la cinta forma parte de una cultura que se muestra recurrente en la práctica del auto perdón como ritual para higienizarse a sí misma. Y se trata precisamente de eso: expiar públicamente los pecados propios, purgándolos, para redimirse ante los demás. Algo que no debe extrañar, habida cuenta que en lo profundo de la estructura sociológica de estos norteamericanos subyace fuertemente aquel componente puritano heredado de los extremistas anglicanos llegados en el Mayflower, en 1620. A ellos les resultaba esencial la purificación de sus almas para obtener el perdón y la salvación. Y eso quedó en el ADN del país de las barras y estrellas.

Si no, veamos lo que sucede por estos días, cuando diarios tan importantes como Washington Post o New York Times, ya han pedido la absolución de Edward Snowden porque, afirman, “le habría hecho un favor a Estados Unidos” al entregar al conocimiento público mundial los antecedentes del gigantesco espionaje electrónico que ejerce su nación no sólo sobre sus ciudadanos, sino sobre ciudadanos y gobernantes de diversos países a lo largo y ancho del planeta.

Es lo que hace Scorsese en su película, un eslabón más del permanente rito mencionado: Estados Unidos limpia su podredumbre ante sí mismo y ante el mundo, se arrepiente y reconoce sus pecados. Ergo, se auto absuelve y renace, limpio de toda culpa.

No importa que después, como en el bolero de Benito de Jesús… “sigamos pecado”…