Días atrás renunció a la presidencia del Fútbol Club Barcelona Sandro Rosell. Lo hizo después de conocerse la denuncia interpuesta por un socio del club, acusando al ex presidente de apropiación indebida por distracción en la compra del delantero brasileño Neymar. Con ello se revelaron las artimañas utilizadas para disimular los costos reales de la operación de compra del jugador y han quedado en evidencia las múltiples “comisiones” que rodean los contratos de compra-venta de futbolistas profesionales. Dentro de las más llamativas está la clausula que determina que por dos millones de Euros extras, Neymar acepta jugar en cualquier posición que el entrenador determine. Algo que debería darse por sentado.
Sandro Rosell ha presidido algunos de los años más exitosos del club y en el ámbito deportivo es poco lo que puede juzgarse de modo negativo. Sin embargo, a sus cuestionados contratos se ha sumado los vínculos económicos con el investigado dirigente brasileño Ricardo Texeira y las amenazas, balas incluidas, que desde hace meses venían recibiendo él y su familia. Todo esto ha desenmascarado una cadena de negociaciones ocultas, elevados pagos “invisibles” y una serie de negocios turbios enormemente enriquecedores de los que poco nos enteramos los hinchas comunes y corrientes.
El fútbol profesional es un gran negocio. Está considerado como la décimo séptima economía mundial y si pudiéramos medir su producto interno bruto este alcanzaría los 400 mil millones de euros, superando a países como Suiza o Bélgica. Solo en España genera 85 mil empleos y aporta 9 mil millones de euros a la economía de ese país. Según datos oficiales, cada temporada acuden a los estadios españoles 14 millones de personas y otros 174 millones lo ven por televisión en todo el mundo, lo que repercute en altísimos ingresos para los clubes y sus asociados. Un elevado botín que seduce a los oportunistas representantes e intermediarios. Una madeja enredada de presiones, arreglos privados, mentiras y mucha plata.
Estos sujetos venden la ilusión del éxito. El fichaje millonario, el lujo y confort que rodea a las estrellas. Lo hacen con promesas y se valen de cualquier recurso para convencer. Lo importante es saltar rápido al extranjero y asegurar el mejor contrato posible. Después no importa si juegas o no, si te va bien o mal. Lo verdaderamente importante es el monto involucrado, el porcentaje de la comisión. Ahora parece que Neymar no es un gran jugador por su talento, velocidad y habilidad evidentes. Lo es en cambio, por lo que gana y por lo que ganan con él. Al menos esos pretenden hacernos creer.
Pero las culpas son compartidas. La ambición deportiva y la alta competencia han llevado a los malos dirigentes a someterse a los caprichos de los jugadores o de los representantes de los jugadores que desean contratar. Todo se vale en la lucha por un fichaje y en algunos casos incluso participan ventajosamente de estos tratos convirtiéndose al mismo tiempo en activos promotores. Lejos ha quedado el respeto a la ética profesional y las buenas costumbres.
Este caso ha mostrado también las extradeportivas cuestiones que rodean a los futbolistas más famosos. Las envidias por quien gana un peso más o menos que otro, el miedo a la banca, la imagen pública, el desconocimiento de los derechos y reglamentaciones inherentes a su actividad profesional y la absoluta falta de preocupación por la formación y calidad moral de sus representantes.
En nuestro país sucede prácticamente lo mismo pero a otra escala. Salvo puntuales excepciones, las cifras nunca son tan generosas como en otros países pero alcanzan para arreglar y tranquilizar a los intermediarios. Contactos, pitutos, comisiones y sobornos son prácticas frecuentes en nuestro deporte y deben ser erradicadas.
Es hora de que la FIFA y sus asociaciones se sometan a las normas vigentes en derechos y obligaciones laborales, fiscales y penales. Es momento de regular los elevados ingresos y la forma en la que deben repartirse. Terminar con los intermediarios y transparentar todas las negociaciones. Que los representantes busquen siempre lo mejor para sus clientes y que estén capacitados y certificados debidamente. También que tengan regulados los costos de sus asesorías. Que los protagonistas sean los mayormente beneficiados pero que a cambio recibamos un espectáculo de alto nivel en cada partido. Que nunca más se juegue a no perder y que los jugadores y entrenadores entreguen profesionalmente lo mejor de sus capacidades siempre. Que las instituciones inviertan en la formación de deportistas integrales que conozcan sus derechos y obligaciones. Que sean responsables con su trabajo y que si son vendidos al extranjero tengan las herramientas para desarrollarse adecuadamente ahí.
Transparentar el fútbol es fundamental y también los es recuperar el gusto por el juego, el amateurismo y el amor a la camiseta. Hay que cambiar las condiciones estructurales y de infraestructura que permitan a nuestros deportistas triunfar y desarrollarse en casa antes de partir. Salir no puede ser el único camino u objetivo. Los éxitos deportivos deben volver a ser más importantes que el dinero.