Se hunde el Titanic en la ópera de París

El título de la presente debió ser cultura y tecnología, pero nadie le habría hincado el diente, por eso recurrimos a uno sensacionalista, consciente que este es un pueblo sediento de siniestros, choques y sismos.

El título de la presente debió ser cultura y tecnología, pero nadie le habría hincado el diente, por eso recurrimos a uno sensacionalista, consciente que este es un pueblo sediento de siniestros, choques y sismos.

Ocurre que Guillermo Machuca en su libro “Alas de plomo, ensayos sobre arte y violencia” (Ediciones Materiales Pesados), señala que el avance tecnológico y científico no va de la mano con la cultura, que cada uno sigue su camino propio.

Vamos por parte.

Las artes visuales y audiovisuales se incorporan a la expresión artística poco después de los descubrimientos de Marconi, Edison, los hermanos Lumiere y compañía.

En esta época en que la economía de mercado solo piensa en abaratar costos cuando se trata de cultura, en los montajes de ballet o danza contemporánea, más de un setenta por ciento de la danza ocupa acompañamiento musical grabado y como escenografía, mayoritariamente proyecciones provenientes de un data u otro equipo. Solo falta que las orquestas sinfónicas ejecuten sus piezas con robots. Así de rápido va la cibernética.

En 1965 mi padre me llevo al Scala de Milán a escuchar y ver Guillermo Tell de Gioacchino Antonio Rossini. En el segundo acto, en el cuadro de la persecución a caballo, dos equinos galopaban sobre una cinta que corría en sentido contrario, de no ser así, habrían terminado en la platea. Imagínense, esta tecnología estaba vigente desde hace tres cuartos de siglo.

Ya de antes, existían las plataformas hidráulicas que permitían la aparición y desaparición de personajes del escenario y que funcionaban como ascensores. Eso también es tecnología

Otro elemento que ocupa el escenario desde hace dos siglos es la plataforma giratoria que permite tener tres cuadros en un solo lugar. Estos van separados por una pared y en leve giro tiene al público con otro decorado al frente en cosa de segundos, evitando de esta manera el cierre de cortinas, el ruido y unos buenos minutos que no alcanzan para armar un intermedio

Ante el espanto de los espectadores de la Opera Garnier de Paris, en 1998, un montaje de “Una italiana en Argel”, también de Rossini, muestra la nave en que viaja la protagonista cuando naufraga cerca de las costas del reino. El encargado de “la mise en scene” lo grafica al más puro estilo Titanic, película recién estrenada ese año con Leonardo di Caprio y Kate Winslet en su romance de mar y muerte. En el hundimiento del barco “operático” vemos una embarcación casi de juguete que se desliza sobre una piscina y se va a pique. La puesta en escena es muy graciosa. Primera vez que veo al publico reír a carcajadas en una ópera, pero al mismo tiempo, unos conservadores, mostraban su indignación ante lo que consideraban una falta de respeto a la tradición grave, aunque la pieza fuera bufa, del reino de Garnier.

Si tiene la oportunidad de asistir a un montaje del GAM, de Matucana 100, del Teatro del Lago y centros culturales, verá que las proyecciones de diapositivas, imágenes en movimiento y trucos tecnológicos forman parte del espectáculo.
Entonces don Guillermo, la tecnología ha favorecido al arte, incorporando nuevas expresiones; Y sin avance de ciencia y tecnología no tendríamos ni cine.

Lo único negativo, reitero, que esta modernidad conlleva a la relativa desaparición de la orquesta, un actor majestuoso para cualquier puesta en escena.

Por André Jouffé
djouffe@yahoo.com





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