El impacto político del exilio chileno en la dictadura militar

Un ex ministro, un sociólogo y un escritor, militantes de partidos de izquierda, analizan el impacto de su salida del país, durante la dictadura, en la política chilena. Dejar atrás las utopías, reconocer una democracia imperfecta y a los derechos humanos como prioridad, fueron algunas de las reflexiones que se dieron.

Un ex ministro, un sociólogo y un escritor, militantes de partidos de izquierda, analizan el impacto de su salida del país, durante la dictadura, en la política chilena. Dejar atrás las utopías, reconocer una democracia imperfecta y a los derechos humanos como prioridad, fueron algunas de las reflexiones que se dieron.

Sea voluntario o forzado, el exilio masivo de 1973 en el país se dio principalmente por la dictadura militar, lo que obligó a muchos a refugiarse en otros lugares y recomponer sus vidas.

Osvaldo Puccio, ex ministro Secretario General en la Presidencia de Ricardo Lagos, que en septiembre de 1974 partió hacia Rumania y después a Alemania Oriental, regresando en 1984 a Chile, aseguró que “la  izquierda del gobierno del presidente Salvador Allende era menos provinciana de lo que es hoy, donde se discutía más sobre temas internacionales”.

Puccio, según la experiencia de los que vivieron el exilio en países socialistas, afirmó que se dio un proceso de aprendizaje. Esto, los instó a debatir y confrontarse con un tipo de sociedad chilena que tenía una “falla estructural de una izquierda con aquellos que no estaban en condiciones de reconocer que la democracia no era un tema burgués, sino que una masa civilizatoria sustantiva de la humanidad”.

“Habíamos visto solo la parcialidad de lo que efectivamente era un gran salto hecho a partir de la revolución francesa, básicamente por la burguesía. Pero que no nos habíamos percatado del valor sustantivo y vital de un sistema al cual en Chile habíamos considerado tan natural, como considerábamos el respeto de los derechos humanos hasta que nos tocó”, recordó Puccio.

Puccio añadió que “los que estuvimos fuera de Chile entendimos que lo que hace sustantivo a la democracia en un proceso de cambio es la integración”.

En tanto que Sergio Muñoz, dirigente juvenil comunista en los años de la Unidad Popular, preso político entre julio de 1975 y noviembre de 1976, además de vivir exiliado en Holanda hasta 1984, manifestó que adquirieron la capacidad de valorar  los avances y progresos que en su opinión son siempre graduales. “Dejamos de creer en la quimera, en la utopía, en esta idea de que llegará un momento en que nos encontraremos con una sociedad perfecta”.

Asimismo, se refirió a las consideraciones de las dictaduras actuales.

“No fue fácil ese aprendizaje de que los derechos humanos son esenciales y que hay que defenderlos en todo tiempo y lugar, eso algunos izquierdistas hoy todavía no lo entienden y tienen una mirada complaciente respecto de las violaciones de los derecho humanos en Cuba o en Venezuela”, criticó Muñoz.

Asimismo, apuntó a la diferencia entre “dictadores ‘amigos’ y ‘enemigos’. Y a los dictadores ‘amigos’ se les perdona todo, eso no puede ya condicionar nuestras opciones”.

Por su parte, el sociólogo Ernesto Ottone, militante comunista en los años 60 y 70, pero que luego tuvo un cambio en sus convicciones durante su exilio en Hungría y más tarde en Italia, afirmó que el exilio chileno es respetable, puesto que “mucha gente e incluso dirigentes políticos trabajaron de obreros y profesionales limpiaron baños”.

También planteó que la vida en el exilio fue dura y pendiente con Chile, y que el hilo conductor del cambio debía hacerse en democracia como un valor permanente.

“Mientras tanto se iba dando esta reflexión, cuyo centro era cómo la democracia y los derechos humanos pasaron a ser claramente la columna vertebral de nuestro aprendizaje, y que esa democracia significa que las mayorías pueden pasar a ser minorías, que nadie gana todo y nadie pierde para siempre”, aseveró el sociólogo.

Ottone concluyó describiendo a la democracia como “una promesa incumplida”, la que sin embargo, asegura una convivencia pacífica, el poder expresarse sin ser amordazado ni amedrentado, antes que una sociedad más justa e igualitaria.





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