Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 19 de abril de 2024


Escritorio

¿Antisemitismo o constructor de la paz?


Viernes 1 de agosto 2014 9:37 hrs.


Compartir en

En relación con el conflicto que afecta a Palestina, algunos partidarios del gobierno de Israel, sostienen que oponerse a las acciones militares sobre los palestinos es “antisemitismo”. Eso no es así. No sólo es cuestión de términos o de saber usar el idioma, sino que hay algo más. Los semitas son los pueblos – una raza – que han habitado originalmente la cuna de occidente, es decir, todo lo que hoy es llamado “medio oriente” o “mundo árabe”, incluida toda Palestina, es decir, el Estado de Israel y la Palestina Árabe. Entonces hay semitas árabes de nacionalidad, israelíes ahora, de muchas otras nacionalidades dependiendo de dónde hayan viajado. Los hay en Chile, en toda América, en África, en Asia. Hay semitas judíos, cristianos, musulmanes, agnósticos. Hay semitas de izquierda y semitas de derecha. Hay semitas abogados, ingenieros, obreros, militares. Hay semitas que se portan bien y otros que se portan mal, simpáticos y antipáticos, honrados y delincuentes.

Ser antisemita es odiar una raza que incluye a los árabes y a sus descendientes nacidos en otros países. No puede haber árabes antisemitas. Sería como odiarse a sí mismos.

¿Y los judíos? El judaísmo es una religión y una cultura. Como el cristianismo en sus diversas manifestaciones y el islamismo. Algo como el hinduismo o el budismo. Ser antijudío es odiar a las personas por su religión o su cultura. Se puede ser de una religión determinada por la mera adhesión a partir de haber nacido en una cierta familia o por conversión. Se puede ser más o menos fanático. Los fanáticos del cristianismo o del islamismo pierden de vista que su dios llama a amar a los demás. Unos y otros han dado muerte a personas de otras religiones por ese solo hecho. Los judíos no han desarrollado, salvo ocasionalmente, acciones de violencia por religión. Y eso que hay judíos semitas (sefarditas) y judíos no semitas (europeos o eskenazíes) que podrían haber peleado mucho, considerando además que su dios ha sido llamado “Señor de los Ejércitos” y los condujo a invadir Palestina (Filistea se le dice en la Biblia) para quitarle a sus habitantes tierras que les pertenecían de antiguo, según reza el Deuteronomio.

No soy anti judío ni antisemita (no podría serlo). No soy anti musulmán ni anti ninguna religión o secta (aunque reconozco que algunas me parecen poco razonables: no me gustan mucho los Testigos de Jehová, los jesuitas, el Opus Dei. Pero jamás impediría que ejerzan sus derechos proselitistas). Tengo amigos de distintas religiones; parientes judíos, cristianos y musulmanes.

Lo que sucede en Palestina no tiene que ver con las religiones ni con las razas. El hecho es más simple: invocando derechos históricos y gracias a la intervención directa de Inglaterra y Estados Unidos, la Organización de Naciones Unidas acordó partir el territorio de Palestina para crear un nuevo país: Israel. Sus dirigentes estarían vinculados religiosa o culturalmente a la religión judía, aunque los ortodoxos judíos se opusieran a establecer un estado antes de la llegada del Mesías. Este país tiene por pretensión final restablecer el reino de David, cuyo mapa está en el frontis del Parlamento de Israel y abarca Palestina, Siria, Líbano, parte de Egipto y de Jordania.

Para crear ese país hubo que desalojar por la fuerza a los habitantes de Palestina. Luego de tres guerras sucesivas (48,56 y 67), se expandió el Estado de Israel por toda Palestina y Sinaí.

La resistencia de los palestinos a la existencia de este Estado nació de inmediato por razones obvias, pero luego de algunos años surgió la idea de hacer un solo Estado plural en lo religioso y en lo racial, como Chile o Sudáfrica, donde pudieran convivir todos, unidos en esa tierra generosa y sagrada. Fracasada esa idea, apareció la propuesta de que Israel devolviera parte de los territorios ocupados después de la partición y se creara el Estado Palestino. Hacia allá se avanza ahora. Pe}ro para que eso prospere es necesario que ese Estado sea independiente y no esté sujeto al control del Estado de Israel.

Hoy, los territorios de los palestinos están invadidos por el ejército de Israel, colonizados por asentamientos extranjeros, dominados en la economía y cercados por un muro oprobioso. Además de eso, no se han devuelto todos los territorios, hasta el extremo de que no hay continuidad territorial entre Gaza y los territorios aledaños al Jordán.

La solución política es reconocer la existencia de ambos Estados y su derecho a vivir en paz e independencia y, a partir de eso, se acabarán las razones y argumentaciones de los grupos partidarios de encontrar soluciones por la fuerza de las armas. Lo que necesita Palestina es territorio, autonomía real y tranquilidad para iniciar su desarrollo en paz.

Eso es posible. Mientras no se logre ello, Hamas y otros seguirán creyendo que la solución pasa por el empleo de la violencia. Israel – su gobierno, su ejército – se defiende atacando y Hamas busca la independencia por un camino que hasta ahora ha sido ineficaz y que sirve de justificación para más violencia. Los violentistas – militares al fin y al cabo – se justifican mutuamente.

Es necesario dejar de tratar de “antisemita” al que no está de acuerdo con lo que hace el gobierno de Israel y trabajar por la construcción de la paz.

La solución es posible, porque los pueblos la desean. Pero es difícil porque los partidarios de la guerra siguen gobernando o teniendo más poder del que debieran.