A falta de buenas razones, la palabra miedo suele ser diseminada por las voces corales del poder, para que los pueblos no persistan en sus reivindicaciones sociales y políticas. Lo hemos visto vergonzosamente luego del atentado terrorista en el Metro –que curiosamente aún no es reivindicado- y lo vemos también en la acción concertada de políticos, empresarios y medios, en regiones tan disímiles como Escocia, Cataluña y La Araucanía.
En estos tres lugares, como en muchos otros en el mundo, la homogenización que de contrabando trae la globalización ha tenido como respuesta un reflotamiento de las identidades locales, lo que puede resumirse perfectamente con una respuesta de Joan Manuel Serrat, hace algunos años, cuando le preguntaron si se sentía más catalán o español: “yo soy más de lo que menos me dejen ser”.
En el caso de Escocia, la demanda por terminar con la suma a Gran Bretaña que data de 1707 se ha ido fortaleciendo en los últimos lustros. Parte de ese proceso ha sido la instauración del Parlamento y el Ejecutivo escocés durante la década del Noventa, pero esa aparente concesión fue apenas un paso intermedio para un día clave: el próximo 18 de septiembre los escoceses y escocesas decidirán si se quedan o se van. Quizás luego de esa decisión tengamos una efeméride en común.
Aunque las autoridades británicas no temieron en principio que la causa independentista llegara a ser mayoritaria, ésta fue creciendo hasta encabezar por primera vez los sondeos hace una semana. Esto movilizó a los tres principales dirigentes políticos a Escocia y al primer ministro David Cameron a implorarle a los votantes que no se retiraran del Reino Unido. Ése era el intento por las buenas. En paralelo, el gobierno británico filtró a los medios informes sobre la desinversión en Escocia si triunfaba la independencia, mientras los cinco principales bancos –Royal Bank of Scotland (RBS), Lloyds Banking Group, Clydesdale Bank, TSB Bank y Tesco Bank- dijeron que en tal caso reubicarían sus oficinas centrales en Inglaterra. Mientras, Sir Mike Rake, el presidente de la CBI, el principal grupo de lobby empresarial de Reino Unido, aseguró que un 90% de las empresas escocesas se opone a la secesión. Sin embargo, el tiro parece haber salido por la culata y las encuestas demostrarían una consolidación de la mayoría independista. La campaña del terror en su primera versión.
En Cataluña, región con la que también tenemos una fecha en común, puesto que cada 11 de septiembre conmemoran el aniversario de su anexión al imperio Borbón, se ha venido consolidando la causa soberanista desde las últimas elecciones del parlamento de Cataluña, en 2012, cuando los partidos independentistas Convergencia y Unió (CIU) de Artur Mas, que obtuvo el 50% de los escaños, más la Esquerra Republicana Catalana, (ERC) que logró el 21%, formaron mayoría para la causa de la independencia, lo cual debía sentenciarse en un plebiscito el próximo 9 de noviembre.
Sin embargo, el soberanismo ha debido resistir la campaña que, día tras día y durante meses, han llevado a cabo los partidos políticos del Estado nación y medios españoles como El País, mencionando los supuestos efectos catastróficos que supondría la salida de la Comunidad Europea. No se sabe cuánto resultado han logrado las amenazas pero, al menos, no afectaron a la marea roja y amarilla de cientos de miles de personas que volvió a marchar este 11 de septiembre, expresando el deseo de una Cataluña libre. La campaña del terror en su segunda versión.
En Chile, la situación del pueblo mapuche está todavía muy lejos de lo recién descrito. Pero un primer paso se ha dado con la que probablemente es la propuesta más contundente de la Comisión Presidencial de Descentralización, encabezada por el ex diputado Esteban Valenzuela. En su última sesión, sus integrantes aprobaron “declarar región plurinacional y multicultural” a la región de la Araucanía, medida que según uno de los miembros de la instancia, el cientista político José Marimán, “se materializaría a través de un Estatuto, resultado de un proceso de conversación/negociación (deseablemente constituyente) entre los distintos grupos nacionales que componen dicha sociedad regional. Esto es, entre quienes representan la nación estatal: los chilenos, y quienes representan la nación étnica: los mapuche”.
De concretarse, ésta sería la primera vez en nuestra historia que se modificaría la lógica territorial monolítica con la que ha actuado el estado-nación chileno, idea a la que han adherido prácticamente todas las fuerzas políticas actuales y pasadas del país. Podría, sin embargo, abrir camino a una nueva forma de entender ésta como una patria diversa, cuestión que es obvia por la sola constatación de los miles de kilómetros de su territorio, además de proponer un nuevo pacto para resolver las controversias en La Araucanía.
Una idea como ésta, sin embargo, no podrá transformarse en realidad sin vencer enormes resistencias y, como no, su propia campaña del terror. Ya lo hizo El Mercurio, editorializando en una semana donde el duopolio amplificó el miedo: “el reconocimiento y promoción constitucional de la multiculturalidad puede resultar razonable y realista en países con una elevada e histórica inmigración. Aun así no está exento de problemas, hasta ha sido fuente de extrema violencia”.
En el último caso, parece evidente que si el Estado chileno quiere respetar a sus pueblos originarios, no puede repetir las mismas fórmulas. A no ser que en este tema, y a través del terror, también se pretenda inducir a las personas a guardar sus demandas y preferir la macabra seguridad que da el sometimiento.