Obama: su alejamiento de George W. Bush vuelve al punto de partida

Prometió el fin del envío de tropas a Medio Oriente y una política exterior basada en la diplomacia. Pero ante una nueva amenaza para sus intereses, el Estado Islámico, respondió con la solución que antes ha agravado el problema: intervenir militarmente.

Prometió el fin del envío de tropas a Medio Oriente y una política exterior basada en la diplomacia. Pero ante una nueva amenaza para sus intereses, el Estado Islámico, respondió con la solución que antes ha agravado el problema: intervenir militarmente.

El presidente Hasan Rohaní de Irán, país que súbitamente transitó ante los ojos de las potencias de Europa y Norteamérica desde el eje del mal a ejemplo de moderación, afirmó en la reciente Asamblea General de Naciones Unidas que “algunas agencias de espionaje (de Occidente) han colocado cuchillas en las manos de unos locos, que ahora no dejan a nadie indemne”. De esta manera, resumió cómo las sucesivas intervenciones de Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente han generado, después de cada vez, las condiciones para problemas mucho peores, como los que ahora se resumen en el auge del Estado Islámico.

Dijo, además, que “las meteduras de pata estratégicas de Occidente en Oriente Medio, Asia Central y el Cáucaso han convertido estas partes del mundo en un santuario para terroristas y extremistas”, poniendo como último ejemplo de esa ceguera el apoyo de Estados Unidos y Europa a los rebeldes contra Bashar el Assad en Siria. Hoy, ese régimen es imprescindible para derrotar al grupo yihadista y, aunque no se explicite, en los hechos pasó de enemigo a aliado.

En tal contexto, toda la retórica de Obama de hacer algo distinto a la política internacional de George W. Bush ha sido superada por la realidad, al punto que ni retórica queda: la intervención del presidente de Estados Unidos en la última asamblea de Naciones Unidas abandonó los tonos conciliatorios y se expresó con una dureza que recordó el discurso en esa instancia de su predecesor, el año 2003.

El “yo soy yo y mis circunstancias” se hace carne aquí. Los intereses de un imperio y las prácticas necesarias para preservar su poder son permanentes, tal como lo ha sido la lógica de intervenir militarmente del presidente de Estados Unidos para enfrentar los problemas de la región. Ha sido, al fin y al cabo, un cambio más comunicacional que real, puesto que la llamada Guerra contra el Terrorismo declarada por George W. Bush luego del 11 de septiembre de 2001 ha seguido en plena vigencia. Donde no se han enviado tropas, han sido los drones los que han atacado en nombre del bien superior de Estados Unidos.

Obama vuelve al punto de partida: inició su primer mandato con la promesa de retirar las tropas de Irak y terminará su segundo periodo con una intervención militar en ese país. Es para creer en jugarretas del destino que el nuevo enemigo sea consecuencia de la eliminación del primero, mucho más benévolo para Occidente que éste: el vacío de poder dejado por la invasión y la eliminación de Sadam Hussein hizo posible el surgimiento del Estado Islámico, una milicia, por decirlo de algún modo, radicalizada respecto a Al Qaeda.

Las “meteduras de pata” de las que habla el presidente iraní se expresan en la composición del alto mando del Califato, puesto que los servicios de inteligencia han establecido que los dos principales lugartenientes del jefe, Abu Bakr Al Baghdadi, eran generales en el régimen de Hussein. La diferencia es que antes servían a un gobierno laico y no fundamentalista y es obvio concluir que, de no mediar la intervención de Estados Unidos, jamás se hubieran pasado al extremismo islámico.

Las declaraciones de Rohaní, en todo caso, no sólo son interesantes por lo que se dice, sino que por la estrategia que entrañan. Irán sabe que su acción es clave para derrotar al actual enemigo principal de Occidente, puesto que ante la renuencia de los atacantes a enviar tropas, su influencia es necesaria para movilizar a la mayoría chiíta de Irak no solo al campo de batalla, sino también a ocupar el territorio después de una eventual victoria. A cambio, Irán propone un acuerdo en torno a su programa nuclear, considerado hace algún tiempo la principal amenaza para Occidente en la zona.

Con estas nuevas circuntancias, los portaaviones del imperio volvieron a situarse en el Golfo Pérsico y Obama se convierte en el cuarto presidente consecutivo de su país en ordenar ataques en Irak, desde que George Bush padre impulsara la primera guerra televisada de la historia, a principios de la década del Noventa.

La mención no es casual porque, en un intento por disimular las similitudes con George W. Bush, analistas han reparado en que el diseño político-comunicacional para el retorno de Estados Unidos a Irak está fuertemente basado en lo obrado por el padre. Por de pronto, George W. Bush organizó un ataque unilateral, fijó pocos límites para el actuar de las tropas y creía estar inyectando democracia en nuevos lugares del mundo. En cambio Obama y Bush Padre lideraron una coalición que no va a contracorriente de Naciones Unidas, acotaron el uso de la fuerza y no han pretendido inyectar nada,  movidos por el pragmatismo de actuar en función de circunstancias concretas. La gran diferencia de Obama con ambos, probablemente, radique en las posibilidades que dan las nuevas tecnologías. Para este ataque se han movilizado apenas mil soldados, en comparación con los 70 mil de 1991, lo cual hace bastante probable que se utilicen aquí los repudiados drones, tal como se ha hecho en Yemen y Somalía, minimizando las bajas propias y provocándolas sin discriminar entre civiles o militares en el bando contrario.

Irak ha sido considerado desde hace mucho tiempo de importancia geoestratégica para Estados Unidos, por su ubicación central en Medio Oriente y sus largas fronteras comunes con Irán y Arabia Saudita. Por una razón más, aunque menos se nombre: el petróleo. Si éste ha sido el móvil secreto, de antes y de ahora, habría que analizar en ese tablero si son tales “las meteduras de pata” estratégicas de las que habla Irak.





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