Ramírez lleva una melena cana que lo hace ver un poco más viejo que sus cincuenta y tantos. La camisa a medio meter en el pantalón, sin un botón a la altura del estómago, donde se asoma un generoso pedazo de piel, le da aspecto cansado como quien lleva muchas horas de intensa actividad. Descansa sus 90 kilos de peso sobre el asiento de conductor y estira los brazos posando regordetas manos sobre el manubrio.
Es un bus cuncuna, un recorrido corto que va de Plaza Italia a Vitacura dando infinitas vueltas durante todo el día. A pesar de la hora punta, apenas van cuatro pasajeros, pero para Ramírez la situación es ideal, “mientras menos gente mejor, mientras más vacía mejor” y lo único que se escucha es el temblar de vidrios y latas sueltas que dan la impresión de que la micro se va a desarmar en cualquier momento.
-Yo manejaba las micros amarillas y las que estaban antes de esas. Se ganaba plata, recuerda Ramírez. Ahora ni te respetan, llegan y pasan, uno es el que maneja no más. Mientras menos gente mejor para uno, más tranquilidad, explica.
Enfilando al Costanera Center hay un gran paradero pero está vacío, y la micro de Ramírez se mezcla entre medio de otras cinco que se acomodan entre sí. Nadie sube y nadie baja.
-No se sube nadie porque vamos muchos en fila. Esta hueá está mal diseñá (sic), la hicieron puros “ingenieros”-dice con tono burlón- que no tienen idea de transporte, reclama; y aprovecha la detención para subirse el pantalón, meterse la camisa y seguir conduciendo con la mirada pegada al horizonte.
Parece que algo de la identidad del chofer de micro se hubiera ido. Antes, como si orquestaran una banda imaginaria, cortaban boletos, contaban monedas, billetes, abrían la puerta y vigilaban que no se colara nadie. Eran la verdadera autoridad al interior del bus, dialogaban, las micros estaban decoradas a su pinta y subirse sin pedir permiso podía ser absurdo, incluso la gente que se subían por la puerta trasera hacían correr su pasaje y les llegaba el boleto de vuelta.
Sergio Pezoa, psicólogo laboral, ha tenido que atender a decenas de choferes del Transantiago cuando estos viven episodios traumáticos, como tener un accidente, atropellar a un peatón, ser agredidos por los pasajeros o asaltados por delincuentes. En los relatos, cuenta Pezoa, hay discursos reiterativos, como hacer diferencias del sistema actual con las micros amarillas; que se sienten poco respetados o que son un simple número para sus empleadores.
-Esta pega les va quitando años y años de vida. Me ha tocado atender a varios choferes de 40 años pero parece que tuvieran 70, que además cargan con enfermedades como gota, diabetes e hipertensión. Están mórbidos, y sus familias también- dice con curiosidad- tienen muchos familiares enfermos.
“Por no detenerse donde la gente quiere, les pegan y los escupen. A veces hay borrachos que sin ningún motivo los agreden. También está el pasajero que, luego de una mala maniobra, le empieza a pegar e incluso los atacan con punzones u otra arma blanca. El perfil del agresor es transversal, hombres, mujeres jóvenes y viejos, todos les ‘sacan la chucha’ (sic) a los choferes”, enfatiza.
Uno de los factores importantes, dice Pezoa, es el tiempo que pasan arriba de los buses. Para ganar más dinero los conductores hacen horas extras, porque por ejemplo no les alcanza la plata para pagar la universidad de los hijos, y terminan trabajando 12 horas en un sistema muy estresante.
Exceso de trabajo
“Un chofer del Transantiago puede llegar a ganar un millón de pesos” dice Alejandro, mientras conduce una máquina semi vacía por la Gran Avenida. Pero para eso debe abandonar toda posibilidad de calidad de vida y trabajar horas extras, sentencia.
Alejandro maneja un bus que no tiene cabina, es decir no existe ninguna separación entre el conductor y los pasajeros que se suben a la micro, lo según él es obligatorio y permitiría mayor protección. “Esta semana le tajearon la cara a uno de mis compañeros”, advierte.
Alejandro también conducía en el sistema antiguo y coincide con que antes se podía hacer más dinero y había más libertad.
-Lo único que ganamos con el Transantiago es la cotización previsional. Ahora tenemos acceso al crédito bancario y tarjeta de grandes tiendas, pero también a estar endeudados y eso te atrapa, reflexiona.
Según los conductores, el sueldo base bordea los 500 mil pesos y hacer horas extras significa estar más horas en las calles exponiéndose a que les pase cualquier cosa. Si bien algunos se lo toman con relajo, para otros, sobre todo los que conocieron el sistema antiguo, aseguran que antes eran más respetados y más felices, ya que ahora no les queda tiempo para compartir con sus familias.
El presidente de la Asociación Nacional de Trabajadores del Transporte, Rodolfo Cid, recuerda que cuando se anunció el nuevo sistema a los choferes les prometieron estabilidad laboral, menos horas de trabajo, condiciones dignas y más tiempo para compartir con la familia. Pero hasta ahora, dice, nada de eso ha ocurrido y ha sido todo lo contrario.
“No tenemos mejores sueldos, trabajamos el doble y ganamos la mitad de lo que ganábamos en las amarillas. La falta de respeto por parte del empresariado a los trabajadores es impresionante. La dignidad del trabajador no vale nada, las empresas han pasado a llevar todos nuestros derechos con el amparo de las autoridades correspondientes. El Ministerio del Trabajo, el Ministerio de Salud y el Ministerio de Transportes han hecho vista gorda a todas las denuncias que hemos hecho nosotros y eso repercute en que los conductores psicológicamente no están bien en las calles, además del 60 por ciento de las máquinas del Transantiago que están en malas condiciones, al final los trabajadores lo único que quieren es irse para su casa y no trabajar más”.
Pero estas diferencias no se han dado solo con las autoridades del sistema y el empresariado. Cid también recuerda que la actitud de los pasajeros era diferente hacia los choferes, la gente no llegaba a agredirlos por cualquier cosa y se sentía un respeto implícito en la relación. Ahora aunque los conductores se visten de camisa celeste, las cosas no son como antes.
“Con esto no estoy defendiendo a las amarillas, pero sí era una cualidad y nosotros mandábamos en las micros. El pasajero nos respetaba por ser el conductor de ese vehículo y ese respeto significaba que no se subía nadie sin pagar. Si alguien no tenía plata nos decía ‘¿oiga, nos lleva?’ y nosotros teníamos la facultad de decidir si lo llevábamos o no lo llevábamos. Hoy no tenemos ninguna facultad, los derechos nuestros ya no existen. El pasajero se toma el derecho y cada vez que hay una falla agarra a palmetazos al conductor, le pega, y todo eso va repercutiendo en la parte psicológica de nuestros compañeros”.
Rodolfo Cid comenta que los 10 mil millones de dólares que ha puesto el Estado en el sistema no han llegado hasta los trabajadores, que en algunos casos hacen hasta 7 horas extras, o sea doble turno para tener un mejor sueldo. La sobrecarga de trabajo, advierte el dirigente, va a detonar en que en cualquier momento y alguno de los conductores “va a pescar un bus, no va a mirar para ningún lado y dejará una escoba impresionante”.
La infelicidad
Una de las expresiones más lamentables de la insatisfacción y estrés por la que están pasando los conductores del sistema de transportes ocurrió el 2 de junio de este año, cuando el chofer y dirigente sindical Marco Antonio Cuadra se quemó a lo bonzo en los estacionamientos de la empresa Redbus.
Cuadra que tenía 48 años de edad y 25 de experiencia en el trasporte de pasajeros resultó con un 90 por ciento de su cuerpo quemado y falleció casi un mes después de lo ocurrido. Uno de sus compañeros que se encontraba en el lugar dijo que el chofer, antes de prenderse fuego, gritó: “esto es por los trabajadores para que marque un precedente”.
Al momento de inmolarse, Cuadra se encontraba en plena disputa laboral con la empresa.
El psiquiatra Daniel Martínez, fundador del Instituto del Bienestar, explica que existe mucho agotamiento en los choferes, y que son varios los que se quejan de estar trabajando demasiado y no tener condiciones básicas para realizar su función como baños y lugares de descanso, transformándose en uno de los grupos que se encontraría con un índice negativo de salud mental, esto estaría influido también porque a los conductores les toca ser la cara visible de un sistema de transporte y laboral que afecta a muchas más personas.
“Es un grupo que justamente tiene, a veces, peores condiciones de trabajo que la gran mayoría, por lo tanto es más frecuente que ocurran estas circunstancias, o sea estar trabajando en algo que tiene contacto interpersonal donde la gente también tiene sus problemáticas donde el trasladarse por largas horas en la locomoción colectiva lleva justamente a que uno llegue más cansado y no esté con el mejor ánimo, provoca un microclima ambiental de emociones no muy positivo y eso obviamente es recibido por el conductor que a veces es representante, sin que él lo quiera del tema de la locomoción colectiva”.
Daniel Martínez dice que los vaivenes del bienestar es algo transversal a la sociedad chilena, pero que posee una paradoja, que surge cuando se pregunta en positivo sobre la calidad de vida, la gente responde que se encuentra satisfecha a nivel personal pero insatisfecha de las instituciones de las cuales forma parte. Y al revés cuando se le hace la pregunta contraria, con indicadores de malestar o ansiedad, también responden afirmando que padecen muchos problemas. Cree que esto se debe a un tipo de sociedad que estamos construyendo que es bastante “disociada” donde existen contradicciones entre lo que se piensa con lo que se siente, y lo que se dice con lo que se hace.
El transporte público se ha transformado en un reflejo de eso, pero del comportamiento extremo frente a la vida cotidiana.