En busca de un mapa de la narrativa chilena contemporánea

Un equipo de investigadores, liderado por Macarena Areco, acaba de publicar "Cartografía de la novela chilena reciente", un estudio que intenta ordenar la cuantiosa producción literaria desde 1990 hasta la actualidad. "Podemos equivocarnos, pero es como estar en el lugar de los hechos", dice la especialista.

Un equipo de investigadores, liderado por Macarena Areco, acaba de publicar "Cartografía de la novela chilena reciente", un estudio que intenta ordenar la cuantiosa producción literaria desde 1990 hasta la actualidad. "Podemos equivocarnos, pero es como estar en el lugar de los hechos", dice la especialista.

Múltiple y variada, así es la narrativa chilena contemporánea. En 2010 se publicaron 268 libros, una cifra que prácticamente duplica el número de títulos que se editaba una década antes.

Así al menos se define en las primeras líneas de Cartografía de la novela chilena reciente: realismos, experimentalismos, hibridaciones y subgéneros (Ceibo Ediciones), un amplio estudio que la doctora en Literatura Macarena Areco acaba de publicar junto a Marcial Huneeus, Jorge Manzi y Catalina Olea.

El volumen nació en 2010 como un proyecto Fondecyt y tuvo a los cuatro investigadores leyendo, discutiendo y escribiendo durante tres años. El resultado es una serie de artículos compilados en el libro, que repasa el trabajo de los narradores chilenos, desde 1990 hasta la actualidad.

“Era una necesidad de ordenar”, dice Macarena Areco para explicar el origen de la investigación. “Nunca en la historia de la narrativa chilena ha habido tantos autores. No uso el modelo generacional, pero lo comento y hay cinco generaciones: desde gente como Germán Marín hasta otros como Diego Zúñiga o incluso más jóvenes, que tienen menos de 30. Además, hay una variedad enorme de géneros: hay policial, ciencia ficción, novelas experimentalistas, realistas… realmente el abanico es enorme”, argumenta.

¿Por qué utilizaron la idea de una cartografía, de un mapa?

Ordenar es muy crítico: ¿qué criterios usas? Yo tenía algunos, académicos, pero ¿quién legitima a Roberto Bolaño, a Ramón Díaz Eterovic, a Carla Guenfelbein, por ejemplo? Además, hay novelas que no caben en ciertas categorías y está la burla de las clasificaciones que hay desde Borges en adelante, con la cual, además, estoy de acuerdo. Ordenar siempre es dejar cosas afuera, limitar la realidad, pero igual me parecía necesario.

Quise hacerlo por cuestiones pedagógicas, pero también por un valor heurístico. Estas cosas solían generar mucha polémica y eso también es importante, que alguien diga “no, nada que ver, ¿por qué no consideraste esto otro? Me parece importante que la literatura se trabaje, se discuta, se pelee sobre cómo se entiende.

Además -y esto es algo que excede el libro- en este momento que algunos llaman posmoderno nos perdemos mucho, porque hay mucha información, mucha literatura, mucho arte, mucho de todo y no sabemos dónde estamos. Es importante entender un proyecto narrativo en función de otros proyectos narrativos. El de Bolaño, por ejemplo, en función de la literatura chilena; el de Alberto Fuguet o Diego Zúñiga, en función de otras literaturas. Para eso hay que tener algunas claridades, aunque sean discutibles. Hay que ubicarse, por eso uso la idea de un mapa.

Además, siempre es difícil estudiar a autores contemporáneos, porque son proyectos en desarrollo. Habitualmente se estudia a autores que ya han fallecido, los consagrados.

Uno se arriesga mucho cuando habla de lo reciente. Por ejemplo, mientras estaba trabajando, Diego Zúñiga y Baradit publicaron novelas y las cosas cambian. Álvaro Bisama, por ejemplo, publicó una primera novela como Caja negra, muy fragmentaria, rupturista, con cantidad de tramas que cuesta un poco entender, y las últimas son mucho más realistas, más simples, más minimalistas, lo que fue un cambio bien radical.

Hay riesgos, pero no se trata de decir la última palabra, se trata de decir una primera palabra y que, a partir de ella, ojalá otros se interesen en decir otras palabras con más perspectiva. Es como los corresponsales en zonas de catástrofe: no tienen las últimas cifras y se pueden equivocar, pero son importantes porque nos dicen en qué estamos ahora. Por supuesto que podemos equivocarnos, pero es una exploración importante porque es como estar en el lugar de los hechos, como dicen los periodistas.

¿Es posible hablar de un tipo de narrativa chilena predominante o la característica es, justamente, la diversidad?

En literatura jamás ha habido una sola línea. Ha habido hegemonías más claras, pero desde el “Boom” es imposible hablar de una narrativa. Lo que escribe Cortázar no tiene nada que ver con lo que escribe Donoso, que a su vez no tiene que ver con Vargas Llosa o García Márquez. Después, desde los ’80, ya es imposible hablar de una modalidad y yo he identificado estas cuatro: realismos, experimentalismos, hibridaciones y subgéneros, donde hay policial, novela rosa, ciencia ficción. Esos subgéneros, además, se abren.

labimg_400_3_PortadaCartografiaNovelaChilena

Ya es un cliché la caída de los grandes relatos, hay pequeños relatos que adscriben a distintas líneas y eso es lo que ocurre con la novela chilena. Hay algunas que siguen con el paradigma de la ruptura, por ejemplo, que empieza con el romanticismo y en la vanguardia se convierte en absoluto. Octavio Paz dice que la literatura moderna es la tradición de la ruptura y la literatura experimentalista continúa poniendo ese paradigma en juego. En cambio, una novela policial se trata de seguir ciertos parámetros, de adecuarse a los códigos del género. Alguien como Fuguet, por ejemplo, retoma un realismo tradicional en la narrativa chilena, pero a partir de la cultura pop, del rock, cosas sobre las cuales el realismo no se había referido. También hay un realismo minimalista en las últimas novelas de Bisama y, sobre todo, de Zúñiga. También hay una literatura de provincia, que estaba en la literatura chilena, pero ahora tiene un lugar cada vez más importante en Marcelo Lillo, Marcelo Mellado y los mismos Bisama y Zúñiga. También hay literatura de mujeres: siempre hubo autoras importantes como Bombal, Brunet y otras, pero ahora hay 20 mujeres importantes y no todas escriben de lo mismo. Nona Fernández no escribe de lo mismo que Alejandra Costamagna, Eugenia Prado o Diamela Eltit.

El contexto, además, favorece que haya “tanta” literatura. Hay más facilidades para sacar libros y parece que hubiese más escritores.

Hay una gran efervescencia de editoriales independientes que autogestionan gente joven y eso significa que hay más espacios. También hay ciertos incentivos económicos, como concursos, a través de los cuales se puede acceder a recursos para publicar. Hay talleres literarios, carreras nuevas en las universidades, muchas más posibilidades.

También hay más gente que ha accedido a la educación y la posibilidad de escribir, representar lo que les interesa contar. Ya no solo hay que contar grandes historias heroicas, sino que uno puede contar experiencias como El sur, de Daniel Villalobos, que cuenta su experiencia en un internado de Temuco. Son experiencias mínimas que tienen mucho valor y no en todos los paradigmas literarios lo tenían.

También hay literatura especializada, en el sentido del público. Ciencia ficción o similares hay desde el siglo XIX en Chile, pero ahora hay varios autores y se han publicado muchas antologías. Baradit lleva cuatro novelas, más los cuentos, y eso era difícil antes.

Sin embargo, sigue siendo un escenario precario.

Sí, yo me ocupo de narrativa, pero creo que el espacio literario es precario en general. Son ediciones pequeñísimas y los libros en Chile son muy caros. ¿Quiénes compran narrativa chilena? La otra vez le dije a alguien que estaba haciendo esta investigación y me decía “¡qué fome, es tan mala!”. Me nombraba a dos o tres autores muy conocidos y a lo mejor esos son malos, pero hay una cantidad de autores muy interesantes que la gente no lee. También es un asunto de educación, que es el gran tema al que siempre llegamos al final. Si revisas los programas de Educación Media, son muy pocos los autores actuales que se leen.

Hoy hay editoriales, hay mucha gente escribiendo y gran cantidad de novelas, pero ¿quién las lee? Esa es la pregunta final, porque obviamente la literatura está hecha para que circule, para leerla y discutirla. Por eso me parece importante que publiquemos libros que, ojalá, promuevan eso. Hay mucha escritura, lo cual es muy bueno, pero eso no quiere decir que todo sea valioso y que todas las experiencias estén contadas de una manera interesante. Es una discusión que tenemos que hacer, una lucha que tenemos que dar todos.





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