Escuche acá el comentario de Vivian Lavín.
¡Qué placer es la sorpresa que puede encerrar un libro! Y no lo digo de manera retórica, con eso de que el libro en sí es una sorpresa. No. Los libros son como las personas. Las hay planas y sin mayores tonalidades que descubrir, en cuanto hay otras que encantan por esa cualidad que tienen se sorprender de manera constante.
El título en ciernes es: ¿Por qué los chilenos hablamos como hablamos? Mitos e historia de nuestro lenguaje y lo invito a no desilusionarse si pensaba que le hablaría de un libro de ficción. Este breve ensayo me ha permitido entender en pocas páginas, no más de 120, y a la vez, salir de un grave error respecto de nuestro hablar, que tiene mucho de prejuicio pero también de ignorancia.
Lo primero que me llamó la atención es cuando el autor, el profesor e investigador del departamento de Lingüística de la Universidad de Chile, también doctor en Filología Hispánica de la Universidad de Valladolid, Darío Rojas al hacer referencia a los cambios que se producen en el lenguaje de manera permanente, es que estas mutaciones “no equivalen a corrupción, degeneración o decaimiento del lenguaje”. Y agrega: “ La variante chilena de la lengua española no es una versión “degenerada” del habla de hace décadas o siglos, ni es una corrupción del habla de España”. Y me cayó bien, que un joven estudioso de la lengua, coincida con eminencias, como Alfredo Matus, el director de la Academia Chilena de la Lengua y maestro del autor.
De partida, parte aclarando que cuando los chilenos nos comemos las eses, es decir, cuando decimos “loh perroh”, en lugar de “los perros”, por ejemplo y cito, “es una variante, una forma de hablar distinta que no es ni mejor ni peor que otras y que no puede tomarse seriamente como indicio de ninguna característica sicológica o moral de quienes pronuncian así”, es decir, no corresponde ni a pereza, relajo excesivo, falta de respeto ni falta de cultura… Porque la tesis que el estudioso se encarga de refutar, con argumentos contundentes es que los chilenos no hablamos mal, sino que tenemos una forma de hablar distinta, pero no por eso peor que las otras.
No imaginé, aunque es bastante lógico, que dentro de la emancipación americana y lo que significó la creación de estos nuevos estados que buscaba diferenciarse lo más posible de la corona española, hubiese habido movimientos en torno a la lengua castellana. Fue en el siglo XIX, a fines eso sí, cuando unionistas y separatistas tenían posiciones encontradas respecto de cómo debía regirse el hablar por estas comarcas o nacientes países.
Me detendré un poco en esto, para llegar finalmente a la tesis más interesante del libro de Darío Rojas que deja sentado que “el asunto de que los chilenos hablamos mal tiene que ver con cómo se ha construido, desde las élites, una percepción social distorsionada respecto de las particularidades lingüísticas chilenas y americanas”.
La raíz está en esta disputa unionistas versus separatistas. Los primeros eran racionalistas y los otros románticos. Los primeros querían mantener el castellano como el idioma de las nuevas naciones independientes y conservarlo relativamente uniforme en todas ellas. Los otros, planteaban una separación lingüística-ideológica respecto de España, que significaba una diferencia idiomática que reforzara la identidad autónoma de estas.
Ganó la posición unionista y su mayor adalid fue Andrés Bello, y apoyado por el Estado chileno, fue un activista de la lengua castellana que rechazaba los desviacionismos locales. Así, no solo escribió la Gramática de la Lengua castellana destinada al uso de los americanos en 1847, libro fundacional de nuestra lengua moderna, sino que además una década antes, Advertencias sobre el uso de la lengua castellana dirigida a los padres de familia, profesores de colegio y maestros de escuela donde deja sentado todos esos defectos, vicios e impropiedades del lenguaje de los chilenos.
Esta manera de ver nuestra lengua, como que el apropiarnos del castellano a la chilena haya sido vista desde la elite como una corrupción del idioma, es algo que ha quedado tan a firme en nuestra idiosincrasia, que hoy todos aceptamos sin chistar que el castellano que hablamos es el más pobre y el más feo del Hispanoamérica. Porque que se vocee, es decir, se diga voh en lugar de tú, digamos amái en lugar de amas o se nos resbale la ch hacia un sh, como shansho, no es una cuestión de rotos como nos han querido hacer ver, sino que una manera propia de hacerse de nuestra lengua. Hablar mal, es tener poco vocabulario y no saber expresarse…cuestión que nuestro pueblo sí sabe hacer bastante bien, y es el que de manera más original ha mantenido usos del castellano más antiguo y culto por su fidelidad a sus raíces.
Rechazar el castellano que hablamos en Chile, nos convierte en nuestros peores enemigos, en esos siúticos que quieren parecer lo que no son y en definitiva, terminan humillándose a sí mismos.
Este breve ensayo ¿Por qué los chilenos hablamos como hablamos? de Darío Rojas, editado por Uqbar editores, es un mazazo de chilenidad.