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¿A quiénes les conviene la caída de Dilma Rousseff?

La propia biografía de Dilma Rousseff, en varios aspectos parecida a la de Mujica, Kirchner, Cristina Fernández, Sánchez Cerén, Mauricio Funes y otros, se transformó en una suerte de biografía del continente llegada al poder: un sentimiento antimperialista yanqui en la juventud y luego, en la madurez, la reacción a las políticas neoliberales en los 90, lo que dio nacimiento a un ciclo que permitió a esta región del mundo crecer en políticas redistributivas, unidad y soberanía.

Patricio López

  Domingo 9 de agosto 2015 9:46 hrs. 
dilma

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Es mujer, la primera presidenta en la historia del país en su segundo mandato, detenida y torturada por la dictadura, tuvo una enorme popularidad y la ha perdido en gran parte, por no lograr sobreponerse con éxito a los escándalos de corrupción, las presiones de los grupos económicos y las movilizaciones sociales.

Nos referimos a Dilma Rousseff, la primera mandataria de Brasil. Aunque habría que decir, si usted pensaba que nos referíamos a otro país o a otra presidenta, que en este caso la situación es todavía peor, puesto que la corrupción a gran escala institucionalizada, junto con la brutal oposición de los grandes grupos económicos y mediáticos, han llevado a que el propio gobierno reconozca que la crisis es grave, a la presidenta a su peor índice de aprobación y al Congreso a analizar 13 solicitudes de destitución presidencial.

Dicho esto, los problemas institucionales acumulados en Brasil, y que por cierto son en parte responsabilidad del Partido de los Trabajadores y del gobierno de Dilma Rousseff, parecen haberse concentrado por arte de magia en la figura de la presidenta, quien lleva meses enfrentando una embestida política, mediática y empresarial que busca, dicen sus defensores, sacarla de su cargo para terminar con el ciclo de reformas que iniciara Lula hace una década atrás. La arista judicial, de hecho, que en su último capítulo encarceló esta semana al ex guerrillero y ex jefe de gabinete del presidente obrero, parece apuntar al último bastión relativamente incólume que le queda al oficialismo.

Las noticias son ciertas, pero al mismo tienen connotaciones. Un sondeo de la firma Datafolha ratificó que es la presidenta más impopular desde el regreso de la democracia, en 1985, con una caída al 8%. Pero el mensaje va entrelíneas: se ha hecho hincapié en que incluso “superó” al ex presidente Fernando Collor de Mello, quien renunció en las vísperas de ser destituido en 1992, cuando su porcentaje de apoyo llegaba al 9%.

El descontento social actual por la corrupción tiene como un eficaz catalizador la crisis macroeconómica. Brasil experimenta una alta tasa de  inflación y un aumento del desempleo, la deuda pública aumentó y el PIB está en recesión. El país es más pobre y esto ha afectado al gran bastión electoral del Partido de los Trabajadores: los 30 millones  de personas que salieron de la pobreza durante la última década, junto a otros millones que por primera vez sintieron que las políticas del Estado se ocupaban de ellos.

Pero los intereses más poderosos involucrados no son esos. Brasil no es solo Brasil, sino un lugar clave en el proceso de redefinición del poder mundial. Su lugar en los BRICS, en Celac, en Unasur y en Mercosur marca, en el mundo y en América Latina, un contrapeso al poderío que Estados Unidos ejerció incontrarrestable por décadas. La propia biografía de Dilma Rousseff, en varios aspectos parecida a la de Mujica, Kirchner, Cristina Fernández, Sánchez Cerén, Mauricio Funes y otros, se transformó en una suerte de biografía del continente llegada al poder: un sentimiento antimperialista yanqui en la juventud y luego, en la madurez, la reacción a las políticas neoliberales en los 90, lo que dio nacimiento a un ciclo que permitió a esta región del mundo crecer en políticas redistributivas, unidad y soberanía.

Esta ola tampoco convino a España, que vio frenos a la apropiación a gran escala que las empresas de ese país habían hecho en este lado del mundo, desde el gobierno de Felipe González en los 80. Ya en la elección brasileña del año pasado, y especialmente en la segunda vuelta, fue evidente cómo los grandes grupos empresariales en general y la inversión española en particular se cuadraron con Aecio Neves, el candidato socialdemócrata que, para estos efectos, era el abanderado único de todo lo que estuviera a la derecha del PT. Se estableció entonces una relación directa entre los sondeos preelectorales y los movimientos de la bolsa. Cuando Neves subía, el índice de la Bolsa de Valores de São Paulo también. Al revés, la bolsa bajaba a medida que la previsión de voto de Dilma iba creciendo. Es que los mercados no apoyan, ni antes ni ahora, lo que consideran son políticas intervencionistas de Rousseff y del Partido de los Trabajadores.

Cabe recordar que el 20% del total facturado por las grandes firmas que cotizan en el Ibex, el índice de la Bolsa de Madrid, procede de Brasil. Las compañías más afectadas son el Banco Santander, Telefónica y Mapfre. En el primer caso, el banco facturó el pasado año más de un 35% en Brasil. En el caso de Mapfre, el 24% de sus ingresos provienen de ahí, donde el crecimiento de la compañía ha sido espectacular: en cinco años la facturación de la aseguradora se ha incrementado más de un 200%. Telefónica, por su parte, debe más de un 21% de sus ventas al territorio brasileño, en cuyo mercado penetró en 1998, precisamente cuando se estaba produciendo la privatización de Telebrás. Estas tres compañías apostaron fuertemente por Neves, quien les ofreció muchas mejores condiciones si lograba derrotar a Rousseff. Ya puede usted deducir, entonces, por qué El País de España, medio de otra multinacional española con millonarias inversiones en América Latina, trata tan mal al gobierno brasileño e insiste diariamente en la posibilidad de que puede caer.

Así están las cosas. El Gobierno debe sortear una crisis donde la economía no acompaña, los partidos oficialistas se descuelgan, la ciudadanía no cree en la Presidenta y los grandes grupos económicos y mediáticos instalan las palabras “renuncia” y “destitución”. Una disputa que a usted, como habitante de este mundo y especialmente de este lado del mundo, le incumbe más de lo que parece.

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