Muchas cosas importantes se quebraron luego que la institucionalidad europea impusiera su crudo plan de ajuste al gobierno y pueblos griegos, bajo el burlesco título de “rescate”. Los habitantes de ese país, que habían cabalgado a lomo de la altivez del Syriza durante todo este año, se encontraron de pronto con que su empuje había valido de nada.
La estructura de la Unión Europea, a su vez, mostró tras su bandera y su ideal un inconfesado desprecio por la democracia, con el poder incontrarrestable de los usureros organismos financieros, digitados sin disimulo por Alemania. Y el gobierno de Alexis Tsipras, luego de resistir durante meses, terminó cediendo al concluir que la otra opción era la peor posible: la salida de Grecia de la zona euro.
Ese paso, sin embargo, le ha costado demasiado caro.
Este jueves, en una jugada que se venía cantando hace tiempo, el primer ministro Tsipras presentó su renuncia al cargo, desatando un proceso eleccionario que deberá realizarse el 20 de septiembre, o a lo sumo el 27. Ya no le quedaban más opciones: purgó a los elementos más díscolos de su gabinete, puso su liderazgo a prueba frente a la rebelión interna y logró aprobar el paquete de ajustes… pero con votos de la oposición. Habiendo perdido un tercio de su bancada, su mayoría estaba muerta.
Cuando en enero el Syriza obtuvo su victoria de epopeya, se apreciaban tres consecuencias que serían un golpe de timón para Europa. La primera es que no había existido hasta ahora un liderazgo tan convencido en combatir la receta unánime del ajuste. Esto, sin embargo, nunca le fue perdonado a Grecia por los grandes poderes de Europa.
El propio ex ministro de Finanzas Yanis Varoufakis, que renunció justo antes de la firma del acuerdo, confesó en decidora entrevista que sus contrapartes nunca tuvieron interés real en llegar a un acuerdo. Que bajo la formalidad del diálogo solo se pretendió dejar pasar el tiempo y generar las condiciones para hundir al gobierno de izquierda. Y, fíjese usted, así no más ha sido.
El mensaje para el resto fue claro: en ese continente nadie hace algo distinto de lo que la Troika y Alemania digan.
Una segunda consecuencia era el principio de la decadencia quizás terminal de la socialdemocracia en Europa. Para que el triunfo de Syriza fuera posible, el partido de esa tendencia, el Pasok, debió primero desgastarse política y económicamente en un gobierno que aplicó con rigidez el ajuste. Y luego, debió derrumbarse electoralmente hasta convertirse hoy en un partido de presencia marginal en el sistema parlamentario.
Pero eso también volvió peligroso a Syriza dentro del progresismo: a los partidos socialdemócratas les conviene una competencia débil por la izquierda y lo de Grecia no podía ser un punto de inflexión. Así fue que durante estos meses, más allá de algunos gestos puntuales de los gobiernos de Francia e Italia, Grecia debió luchar sola contra Angela Merkel y los acreedores.
La tercera consecuencia había sido el fracaso absoluto de la Campaña del Terror. Lo había dicho en un discurso, a días de la elección, el anterior primer ministro Antonis Samaras: “Es o nosotros o el caos”. Aquello no funcionó, y Tsipras se ha cuidado con éxito de no sacar a su administración de la gobernabilidad, pero la brutal reacción de Europa en estos meses ya no ha sido contra el optimismo, sino contra la mera idea de que se puede hacer algo diferente.
La afirmación del primer ministro de que salvó al país es, precisamente, la que resultó inaceptable para un sector de su partido. Es una extraña forma de salvataje ésta, afirman, que recibe 86.000 millones de euros que en su mayoría se irán de inmediato a los mismos acreedores que están prestando, y que además obliga a la privatización de activos estatales y la subida del IVA. Con una ironía adicional: Alemania fue el país que más presionó a Grecia y ahora, cuando se produjo la primera privatización de 14 aeropuertos regionales, ha sido una empresa alemana –Fraport– la que se ha adjudicado la propiedad.
Así, la coyuntura electoral que viene hará visible que el dilema que enfrenta Grecia no es económico, sino político e ideológico. Porque, aunque lo que formalmente se discuta es la aprobación o rechazo a la gestión de Tsipras, el tema de fondo es si se modificará la base electoral del Gobierno, para dar lugar a un sustento de apoyo cuyo patrón común ya no será el apoyo a la izquierda radical, sino a un programa de ajustes.
En tales circunstancias, Tsipras podría gobernar con antiguos enemigos y tener a varios de sus compañeros –ex ministros incluidos– como sus principales adversarios.