Con la alegría de terminar esta semana en la que se han concedido los más importantes premios que entrega el Estado de Chile a sus artistas en las áreas de las Artes Plásticas y las de las Representación, queremos felicitar a Roser Bru y Héctor Noguera desde esta tribuna.
Me gustaría comentar lo que significa que Roser Bru haya recibido este premio, cuando se trata de una inmigrante traída por el mismo Neruda a enriquecer a nuestro país.
Una artista que apenas se bajó del mítico Winnipeg, la joven refugiada catalana ingresó a la Universidad de Chile para aprender pintura de la mano de Pablo Burchard, y acuarela y croquis junto a Israel Roa. Ya en 1947, Roser Bru era parte del Grupo de Estudiantes Plásticos, GEP, junto artistas de la Generación del 50’ como Gracia Barrios, José Balmes, Guillermo Núñez, Gustavo Poblete y Juan Egenau, entre otros. Un grupo que vino a cambiar lo que era la escena artística chilena de mediados del siglo XX e influyó de manera determinante lo que sería hasta hoy, particularmente en la década de los 60 y 70’.
En esos años, justamente, Roser Bru fue parte del Taller 99 que dirigía Nemesio Antúnez donde continuó estudiando y aprendiendo, esta vez, la técnica del grabado. Y es que Roser Bru es pintora, grabadora y una gran dibujante y es una de las más destacadas artistas de la escena chilena contemporánea. Ganadora del Premio Altazor de las Artes Nacionales en dos oportunidades, Orden al Mérito Artístico Pablo Neruda que también concede el Estado chileno y además de la Encomienda de la Orden de Isabel La Católica que entrega el Estado español. Su trabajo artístico lo ha hecho con la memoria como materia prima fundamental, esa memoria que como retazos quedó como en imágenes cuando de pequeña llegara al puerto de Valparaíso pero también esa otra que fue forjando como testigo de las convulsas décadas de los 70 y 80 en Chile.
El que se le haya otorgado este Premio Nacional de Arte a esta gran artista como es Roser Bru viene a decirle a todos aquellos que están deseosos de olvidar qué pasó en una Guerra Civil Española o durante la dictadura militar que, finalmente, como sea, el dolor que viven los pueblos, emerge, y que los artistas cumplen un rol fundamental en ello. Sus trabajos con esas imágenes que el inconsciente colectivo no desecha enmarcándolas y situándolas físicamente para ser leídas por todos, permiten hacer esas otras lecturas que la historia o el relato periodístico no pueden. Imágenes difusas como las de Roser Bru, como la memoria misma, donde aparecen a veces, los rostros de poetas como García Lorca o una Gabriela Mistral que invitan a traspasar las brechas del tiempo y del espacio y conectarse emocionalmente con los que se fueron pero que siguen sin embargo, viviendo en nosotros.
A sus más de 80 años, Roser Bru sigue trabajando incansablemente y el que se le haya concedido el Premio Nacional viene a reconocer toda una vida dedicada al arte, como es lo que se mandata premiar, pero un arte profundamente comprometido con el tiempo que le tocó vivir. Un arte que no pudo ser silenciado por España a pesar de su exilio infantil, ni menos en un Chile que persiguió hasta la muerte a tantos artistas.
Alfredo Jaar fue el ganador del año pasado, un artista cuya obra es también una forma de compromiso con los derechos fundamentales, y parte del jurado que le concedió este premio que consideró “la solidez de su obra y propuesta estética, su consecuencia como artista y su capacidad de incursionar en otras expresiones plásticas, una demostración efectiva de su vigencia”. Asimismo, el jurado destacó que en “su trabajo se expresa una notable identidad. Ha sido capaz de irradiar a un grupo generacional, formando junto a ella un verdadero taller, que ha hecho escuela en el país y que siempre, activamente, busca difundir su trabajo en la comunidad”.
Estos premios permiten recordarnos la talla de estos artistas que muchas veces se van olvidando en el panorama confuso de los constantes estímulos, cuyas obras quedan en nuestros museos pero no fluyen como quisiéramos o como necesitamos para la formación de las nuevas generaciones. Esta es la tarea de todos nosotros: la de visitar su obra y compartirla con las nuevas generaciones, que no respiren el miedo que quieren inocularnos los que tienen el poder y, en cambio, se sumerjan en la libertad de artistas como Roser Bru, donde se premia en el más profundo sentido de la palabra lo que significa vida y obra.