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No se deje engañar cuando le digan que la película ganadora de la competencia nacional del Festival de Cine de Santiago (Sanfic) retrata la cultura aymara. Surire es una película que califica en el registro documental y aparecen personas que provienen de esa etnia que habita el norte de Chile y el sur de Bolivia, pero no tiene una finalidad educativa ni archivística, no muestra la cosmogonía aymara ni nos enseña la larga historia de ese pueblo que ha vivido por milenios en la zona del Salar de Surire y que le da el nombre al filme. La opción de la pareja de directores Bettina Perut e Ivan Osnovikoff fue contar desde la habitualidad, desde lo que les sucede en el día a día a hombres y mujeres de Surire.
Allí está el funcionario de la Conaf que protege este patrimonio natural de más de once mil hectáreas, ubicadas a de 4.245 metros de altura, que alberga en su ecosistema a varios tipos de ñandúes en un salar llamado Surire, que en lengua quechua significa “lugar donde habitan los flamencos”. Allí está la mujer octogenaria que vive sola junto a sus dos perros y cuyos pies se asemejan a ese paisaje prístino, reseco y trizado y que ha recorrido durante toda una vida. Más allá, la pareja de ancianos que quiere bajar a la ciudad de Arica y que pide asistencia a una vecina boliviana para que su hijo de diez años le cuide su rebaño de llamas en su ausencia. A cambio el pequeño recibirá una bicicleta casi destruida pero que no le impide subirse a ella, y sobre las planicies rocosas aprender a montarla. Todos ellos son aymaras y visten como lo han hecho sus antepasados, y hablan su lengua, mezclada con el castellano y el chileno, a la hora de decir improperios. No son actores, son personas comunes y corrientes: Clara Caliyaza, Florentino Nina, Juana Chamaca, Apolinario Castro, Dardo Aguilar, Katerina Taquichiri y los perros Chunka, Perico y Choko. Ellos son una parte de la película, porque la otra es el paisaje. Allí están los flamencos, llamas, vizcachas y otras aves que habitan una de las zonas más áridas del planeta. Y en el fondo, durante todo el filme se pasean los camiones de la empresa que explota el Salar. Camiones que rompen con el silencio del Altiplano, con sus ronquidos metálicos, que desfilan frente a la cámara como animales de fierro, furiosos e impenitentes, durante el día y la noche llevando material por una carretera interminable.
No extraña que esta película de Perut & Osnovikoff, como se llama esta dupla que tiene una reconocida trayectoria en el medio, con películas como Un hombre aparte (2002) y La muerte de Pinochet (2011), entre otras, haya ganado el Sanfic en la competencia nacional. Porque a todos los elementos antes mencionados hay que agregar una de las fotografías más espectaculares que se hayan visto en el cine chileno. Un trabajo que estuvo a cargo Pablo Valdés y que permite apreciar desde lo pequeñísimo, como burbujas de agua hirviendo de las aguas termales hasta la inmensidad de esos valles altiplánicos. El sonido directo a cargo de Iván Osnovikoff es otro de los aciertos que hacen de esta película una obra de arte. Su simplicidad y honestidad con los personajes, como también con el escenario natural de características excepcionales que los rodea, hacen de esta película una experiencia difícil de olvidar. No sin razón, además se quedó además con la primera versión del Premio Kinêma que entrega el Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes a aquellas películas que “mejor potencie las locaciones nacionales”. Un premio que les permitirá ir al Festival de Cannes a comercializar su película el próximo año, siendo un importante aliciente para un trabajo que tiene todos los méritos para ingresar al mercado internacional.
Un estímulo que reconoce el largo trabajo de esta dupla que empezó a filmar Surire en el año 2008 y que subieron ocho veces hasta los más de cuatro mil metros para rodarla.
Perut & Osnovikoff superaron en el Festival Internacional de Cine de Santiago a otras películas de carácter más coyuntural y periodístico, como Chicago Boys, Quilapayún, más allá de la canción o El Tila: Fragmentos de un psicópata. Pero este festín cinematográfico que ha terminado con el Sanfic continúa con Fidocs y con FICVIÑA, los tres principales festivales del séptimo arte que se concentran en un mes y medio del calendario anual. Una decisión que no se comprende cuando son estas instancias las que permiten salir de la oferta, en su gran mayoría de cine estadounidense, que acapara nuestras salas durante todo el año. Imposible fidelizar y ampliar audiencias cuando todo sucede en un mes y medio.
Porque ahora la gran pregunta es ¿qué pasa con estas películas tanto de la competencia internacional como nacional? En el caso de Surire al menos, tendrá su estreno el 8 de octubre en el marco de Miradoc y estará en diferentes salas, más alternativas eso sí, desde Arica hasta Punta Arenas. De modo que le recomiendo buscarla y verla en sala, a lo ancho de una enorme pantalla con sonido profesional, para que el viaje a Surire sea inolvidable.