Los representantes de Finanzas del G-20 ha reconocido este fin de semana que depender excesivamente del dinero barato que ofrecen a las políticas monetarias expansivas de los bancos centrales no conducirá a un crecimiento futuro equilibrado, añadiendo que las tasas de interés deberían subir si se observa un repunte de la actividad económica.
La afirmación, contenida en un comunicado final de la reunión de ministros de Finanzas y jefes de bancos centrales del Grupo de las 20 economías líderes del mundo, eludió sin embargo calificar como riesgo para la incipiente reactivación global, la inminente alza de las tasas de interés en EE.UU., incluso ante la presión hecha por los mercados emergentes.
La nota indica que las políticas monetarias deben seguir respaldando la actividad, pero reconoce que esta política por sí sola no puede llevar a un crecimiento equilibrado. Según el grupo, en línea con la mejora del panorama en EE.UU., el ajuste en la política monetaria es más probable en economías avanzadas, aludiendo, según analistas al propio EE.UU., cuyas políticas expansivas han tenido efectos monetarios en todo el orbe, aunque en especial en China.
En efecto, tras el anclaje del renminbi con el dólar con un margen mínimo de oscilación, luego de la quiebra de Lehman Brothers, las autoridades chinas lo ampliaron progresivamente desde el 1 por ciento hasta llegar al 2 por ciento recientemente. La decisión del 11 de agosto pasado, de desconectar el yuan del dólar, desató gran volatilidad, con caídas de mercados no vistas desde la crisis de 2008 y en las últimas cuatro semanas, los valores bursátiles promedio han mostrado fluctuaciones de hasta 5 por ciento diarias.
La explicación central de la devaluación china es la caída anual de 8 por ciento de sus exportaciones en julio. Si bien la conexión del yuan-dólar eliminó el riesgo de tipo de cambio y facilitó el flujo de inversiones extranjeras hacia la potencia asiática, también provocó una apreciación del yuan de casi 30 por ciento entre 2008 y 2014, hecho que afectó su balanza comercial, con menos envíos y más importaciones. Al mismo tiempo, países vecinos y competidores de China como Singapur, Indonesia, Tailandia, Malasia, devaluaban sus monedas, horadando aún más las exportaciones chinas, que hoy explican un 25 por ciento del PIB, en comparación al 40 por ciento de antes de la crisis.
Como se sabe, China está intentando un nuevo modelo de desarrollo, asentado más en la demanda interna que en las exportaciones, con el propósito de mejorar el estándar de vida de más del 700 millones de habitantes de zonas rurales. La devaluación reciente fue asumida por los mercados como un retroceso en dicha estrategia, aunque, la decisión de devaluar responde más al impacto recesivo de la demanda de un yuan fuerte, al desfavorecer su producción interna frente a la competencia extranjera en el área y el aumento del desempleo. Una muestra es que la actividad del sector manufacturero chino ha sufrido en agosto la mayor contracción en seis años.
Las devaluaciones hacen más competitiva a las economías, aunque imponen mayores sacrificios a los consumidores, al aumentar los precios de las importaciones; pero es la forma en que naciones como Brasil y Japón, han respondido a una apreciación no deseada de sus monedas.
Y si bien se tiende a culpar a China sobre las fluctuaciones de los mercados, la causa basal de los desequilibrios monetarios se ubica en las decisiones de los grandes bancos centrales. Europa, EE.UU. y Japón reaccionaron a la crisis del 2008 mediante políticas de expansión monetaria (los QE), abaratando el dinero con el propósito de reactivar sus economías. Pero, dada la actual estructura de propiedad sobre el capital (el 1 por ciento de la población del mundo administra más del 35 por ciento del PIB global), el resultado ha sido un aumento de la especulación bursátil y financiera en todo el mundo, incluido en China, incrementando el valor de activos artificialmente y generando así la idea de mayor riqueza y crecimiento, pues el PIB se expresa en el valor monetario (variaciones de precios) de la producción de bienes y servicios de demanda final de un país.
Pero dado que las políticas de expansión monetaria están terminando, los capitales están volviendo a los bonos del Tesoro, refugiándose en el dólar y saliendo de las bolsas, desacelerando la economía global financiera y también la real. Una medida de este último impacto es el Baltic Dry Index, que refleja la evolución del costo del transporte marítimo de productos sólidos a granel, el que cayó 17 por ciento a inicios de agosto. El Baltic se considera un buen predictor de la actividad comercial, ya que los precios de los fletes tienen relación con la demanda de capacidad de los buques mercantes: a menor demanda, precios más bajos.
Así, mientras el Baltic estaba en 1.222 puntos el 5 de agosto, cerró dicho mes cercano a 1.000, lejos de los 1.484 puntos que alcanzó en noviembre de 2014. A mayor abundamiento, datos recientes que la Organización Mundial del Comercio (OMC), muestran que el comercio mundial descendió 1,2 por ciento en mayo respecto a abril, mes en el que había caído 0,2 por ciento. Parte de estas cifras responden a la falta de vigor de la Unión Europea (UE) – principal socio comercial de China-, que no termina de despegar.
Pero, además, por efecto dominó, el frenazo de las importaciones chinas -que cayeron el 14,6 por ciento en los siete primeros meses- perjudica a economías emergentes, en especial a las latinoamericanas exportadoras de comoditties, que habían basado su crecimiento en la venta de materias primas al gigante asiático. En ese caso se encuentra Bolivia y Brasil, por la caída de los precios del petróleo; y Chile y Perú, por la baja del cobre, augurando una desaceleración –que dichos países ya viven- razón por la que los capitales que se habían refugiado en ellos tienden a volver a EE.UU. para aprovechar la previsible subida de tasas.
En los hechos, las políticas monetarias de los bancos centrales más grandes no generaron ni mayor empleo ni crecimiento que permitieran volver a niveles previos a 2008 y crearon burbujas especulativas, alentando la actividad de la llamada “banca en la sombra” (préstamos de alto riesgo y altas tasas) que, a juzgar por el nerviosismo de los mercados, podría terminar cayendo a pedazos, hecho que incidiría en un segundo semestre y un 2016 sin mejores perspectivas que el presente.