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El triunfo de Syriza: dos interpretaciones en disputa

El claro triunfo de la izquierda griega tiene dos lecturas: la persistencia en la porfía de los griegos ante las imposiciones de Alemania y la Troika, o la resignación que consagra el matrimonio entre Tsipras y las políticas de ajuste. Una cosa está clara: la épica esta vez estuvo muy lejos de la del pasado 25 de enero.

Patricio López

  Lunes 21 de septiembre 2015 20:46 hrs. 
alexis tsipras, grecia

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Contra un nuevo y grueso error en las encuestas que predecían un resultado mucho más estrecho, el partido izquierdista Syriza ganó con claridad las elecciones anticipadas, con lo que Alexis Tsipras volvió a asumir el puesto de primer ministro a un mes de su renuncia. Y sin la necesidad de modificar su política de alianzas, puesto que seguirá gobernando con los nacionalistas de derecha de ANEL. Con este partido están de acuerdo en el anti-europeísmo oficialista, pero tienen discrepancias crecientes en la medida que se agudiza el problema de la inmigración.

La falta de pasión de la jornada de este domingo, donde incluso hubo una mucha menor concurrencia a votar, contrastó con el apasionado devenir de Grecia en el último tiempo. Durante estos meses, el rebelde gobierno griego había sacado brillante partido a su escaso margen de maniobra, si se considera el tamaño del país en relación a Alemania y su situación al borde de la bancarrota. Ofuscó al presidente de la Comunidad Europea, desafió a Angela Merkel, contrarrestó por primera vez el sentido común de los poderes europeos y le devolvió la dignidad a un pueblo que se sentía humillado. Sin embargo, el resultado final, supuso enormes concesiones y el fin del primer relato de gobierno.

Así, luego de haber sido avasallado en su resistencia a las imposiciones de los acreedores y Grecia, de haber firmado un “rescate” del todo opuesto a su programa de gobierno y de haber sufrido la escisión de un tercio de su bancada, Tsipras se vio obligado a renunciar en un sano mecanismo de resolución de conflictos y gobernabilidad del sistema parlamentario. Así, Syriza obtuvo el 35% de los votos frente al 28% del partido conservador Nueva Democracia, cuyo dirigente Antonis Samaras gobernó hasta principios de este año, en coalición con los socialdemócratas de Pasok. De este modo el partido de izquierda obtuvo 145 escaños en el Parlamento de 300 miembros, respaldo que llevó a Tsipras a decir que se sentía “reivindicado” por la victoria.

Así, este lunes Alexis Tsipras juró como primer ministro por segunda vez en nueve meses, pero en esta ocasión lejos de la épica de enero. El mandato popular esta vez no es de futuro, sino un voto de confianza a quien, estiman los griegos, trató de cumplir la promesa de poner fin al ajuste reclamado por la Eurozona y, aunque fracasó en el intento, implementará con resistencia las medidas más duras. Lo que no alcanzó a ser computado, y que se empezará a hacer realidad desde octubre, es que el memorándum firmado por Tsipras reducirá al Estado de su país a su menor expresión en décadas. Porque lo que la actual institucionalidad europea, liderada por Alemania, ha logrado imponer de facto en Grecia es que la democracia no supone elegir: voten lo que voten deberán implementar el Ajuste. Alguien lo escribió con brutalidad y gran éxito en Twitter: “¿Syriza o Nueva Democracia? ¿Quién será el encargado de hacer en Grecia lo que diga Angela Merkel?”

Sin embargo, a la hora de un discurso mucho menos multitudinario que el de enero, Tsipras proclamó su rebeldía: “libramos una batalla dura y difícil y hoy me siento reivindicado porque el pueblo griego nos dio un mandato claro para seguir luchando dentro y fuera del país, e impulsar el orgullo de nuestro pueblo”.

En continuación al cuadro necesario para explicar la elección, hay otros dos resultados que mencionar: primero, el decepcionante desempeño de Unidad Popular, la escisión de Syriza que aspiraba a heredar el capital político del triunfo de enero, en repudio al acuerdo de Tsipras con los acreedores, y que estaba sostenido por la renuncia de un tercio de la bancada parlamentaria oficialista y por la estrella del primer gabinete, el ex ministro de Finanzas Yanis Varoufakis. El resultado fue tan exiguo que no ganaron ningún escaño en el nuevo parlamento. Y, en segundo lugar, la resurrección de los neonazis de Amanecer Dorado que se convirtieron en la tercera fuerza parlamentaria y que obtuvieron un especial apoyo en tres segmentos preocupantes de la población: los jóvenes, los cesantes y los votantes de las zonas donde han llegado los refugiados.

En relación a Europa, y más allá de las declaraciones de Tsipras -“las cosas no serán iguales a partir de mañana. Iniciaremos una lucha para cambiar Europa”- Syriza deberá seguir lidiando contra el peso hegemónico de Alemania y la abulia política e ideológica de los gobiernos socialdemócratas. La izquierda griega espera que el triunfo de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista inglés les brinde un nuevo socio, y quien sabe, el inicio de un giro a la izquierda de la socialdemocracia europea. Y un escenario ideal, en medio de la adversidad, sería el triunfo de Podemos en las próximas elecciones generales de España. Quizás en grupo, aunque fuera pequeño, la retórica de Tsipras tendrá posibilidades de convertirse en realidad.

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