Como parte de su visita a Estados Unidos, esta vez fue la Asamblea General de la ONU la que recibió al Papa Francisco. Y si bien no es el primer Pontífice en pararse ante los representantes mundiales, por primera vez se izó la bandera del Vaticano en las afueras de la sede ubicada en Nueva York.
Antes que Francisco, estuvieron en ese mismo lugar Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995, y Benedicto XVI en 2008.
Luego de reunirse con el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, el Papa comenzó su discurso en castellano ante los miembros de la Asamblea General.
Junto con elogiar el trabajo de la Organización, manifestó que “la experiencia de estos 70 años de la ONU muestra que la reforma y la adaptación a los tiempos siempre es necesario, progresando hacia el objetivo único de conceder a todos los países sin excepción una participación e incidencia real y equitativa”.
En este punto insistió en la importancia de una mayor equidad “para los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas”, además de reflexionar en que “esto ayuda a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo”.
Sus palabras en el ámbito económico prosiguieron. “Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo de los países y la no sumisión asfixiante de estos a sistemas crediticios que lejos de promover el progreso someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”, criticó.
En cuanto al poder, planteó que “la justicia es un requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. La limitación del poder es una idea implícita en el concepto de Derecho, dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia (lo que) significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y los derechos de otras personas singulares”.
Además, apuntó a los “falsos derechos”, contrarios a lo que podría considerarse como una limitación del poder, que resultaría de la “distribución fáctica del poder entre una pluralidad de sujetos”.
Tal como lo expresó en su discurso ante el Congreso, también dedicó parte de su mensaje a la protección del medioambiente, lo que ha refrendado en su encíclica Laudato si.
“Para todas las creencias religiosas el ambiente es un bien fundamental. El abuso y destrucción del ambiente van acompañados por un imparable proceso de exclusión económica y social. Un afán egoísta de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos como de excluir a los débiles”, sentenció el Pontífice.
Asimismo, advirtió sobre las negativas consecuencias del abuso de los recursos disponibles, como también respecto de la exclusión de los débiles y con menos habilidades. “La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente”.
En ese sentido, aludió a que los pobres sufren por la exclusión por un triple motivo. “Son descartados por la sociedad, son obligados a vivir de descarte y deben injustamente sufrir las consecuencias de los abusos del ambiente”.
Por eso, el Papa instó a los gobiernos del mundo a garantizar a su sociedad “el acceso efectivo, práctico e inmediato (…) a una vivienda propia, un trabajo digno y una alimentación adecuada y agua potable, libertad religiosa, y libertad de espiritual y educación”.
También insistió en los problemas que implica el Cambio Climático, a propósito de la próxima Conferencia de París. “Pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica”.
Su mensaje en ese ámbito desafió a que “la crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición del lucro y el poder debe ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre”.
Por ello, exigió evitar la guerra entre las naciones y los pueblos, al mismo tiempo que prohibir totalmente el armamento nuclear, donde “la amenaza de destrucción mutua constituye un fraude a toda la construcción de Naciones Unidas”. Frente a eso, advirtió que una ética y un derecho basados en esa amenaza harían en la práctica que la ONU pasara a ser las “naciones unidas por el miedo y la desconfianza”.
En ese contexto, elogió el reciente acuerdo nuclear alcanzado con Irán. “Es una prueba de las posibilidades de la buena voluntad política y del derecho ejercido con paciencia. Hago votos para que el acuerdo sea eficaz y dé los frutos deseados para todas las partes implicadas”.
Finalmente, sus palabras se centraron en el narcotráfico y la corrupción. “Quisiera hacer mención a otro tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra viven muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra asumida y pobremente combatida”.
A eso agregó que “el narcotráfico va a acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción (la que) ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones”.
En el cierre de su mensaje, Francisco aseguró que la ONU solo podrá servir al futuro “si los representantes de los Estados dejan intereses sectoriales e ideologías y buscan el bien común”.
Luego de su paso por Cuba, el Papa concluirá su visita a Estados Unidos este fin de semana, cuando arribe a Filadelfia, donde celebrará una misa y pronunciará su último discurso.