No es casualidad que en Santiago de Chile, la dramaturga Nona Fernández esté presentando la obra Liceo de niñas, mientras que en Nueva York, el dramaturgo nacional Ariel Dorfmann lo haga con El Evangelio según García. Las dos piezas teatrales tienen como escenario el interior de una sala de clases y como protagonistas a un profesor.
No puede ser casualidad que en ambas obras se respire el miedo a la represión y la desesperanza, como también la voluntad de luchar y de buscar un mundo mejor.
Dorfmann presenta a un carismático profesor de apellido García quien ha desaparecido de manera sospechosa.Lo que intenta, según explica en una entrevista aparecida en The New Yorker, es tratar de “forzar al lector y así misma en una posición vulnerable, que nos permita identificarnos con los estudiantes, que también están tratando de entender lo que ha sucedido. Están de duelo por su guía espiritual perdido, y sin el consuelo de un cuerpo que enterrar buscan una historia a la que agarrarse”. A diferencia de García, el protagonista de la obra de Dorfmann, donde el profesor es una figura seductora, un atractivo orador que invita a sus alumnos a actuar con autenticidad, a darle valor a la palabra empeñada y a sus compromisos y sobre todo, a cuestionar a la autoridad, el profesor del Liceo de Niñas es un hombre temeroso que se encuentra preso de una crisis de pánico. Ambos profesores son las figuras que permiten ingresar a uno de los espacios más sagrados, como es la escuela, y desde ahí observar el ser humano que están forjando. Los alumnos de García están perplejos por su desaparición y sobre la cual, no hay muchos datos, lo que hace que las razones puedan ser de tipo político pero también otras. En cambio, el profesor de Física del Liceo de Niñas está solo, atemorizado, hasta que aparecen las valientes estudiantes que han permanecido escondidas desde la primera protesta que se hiciera en el establecimiento en el año 1985 en contra de la dictadura, en la idea de que como sugieren al comienzo: “Esta obra debe ser representada con la ingenuidad y la convicción de quien se atreve a hacer un viaje a las estrellas”.
Con la explicación de la física de Einstein como telón de fondo, donde espacio y tiempo son relativos, el profesor y las tres alumnas tienen un encuentro que, en definitiva, es el viaje hacia el interior de aquellas jóvenes estudiantes de entonces, que pregunta, ¿dónde están hoy todos esos escolares que se alzaron entonces? Un joven con un disparo en plena frente se pasea por toda la obra y recuerda a los jóvenes caídos entonces: los hermanos Vergara Toledo, Ariel Antonioletti y Mauricio Maigret, entre otros, todos asesinados por los aparatos represivos.
El Liceo de Niñas de Nona Fernández es un viaje de regreso a un Chile que empezaba a despertar y que ya estaba decidido a derrocar al gobierno cívico-militar. Como dice su director, el también escritor Marcelo Leonart,“esta obra les rinde un homenaje a esos niños-jóvenes envejecidos cuya presencia nos cuestiona. Pero también plantea varias preguntas: ¿Hemos estado a la altura de su sacrificio? ¿Valió la pena todo? ¿Fueron los que terminaron por negociar con la dictadura los que tuvieron la razón a la hora de leer el futuro de esa época que es el presente que ahora vivimos? 0, ¿fueron ellos que, como una profecía nos dijeron que se estaba construyendo algo que no nos haría felices? ¿Cómo y con qué armas nos podemos enfrentar ante lo que como sociedad nos violenta?…”. Esta obra de Nona Fernández es una interpelación a todos los que vivimos el Chile de los ochenta. Una explicación a esa generación que se ha dado por llamar perdida, cuando a comienzos de la post dictadura era demasiado joven para eso de grandes que era “reconstruir Chile”, y luego, demasiados viejos para levantarse en contra de lo que se hizo. “Treinta años después- dice Nona-, pienso que vengo de una generación secuestrada. Un ejército de adolescentes provenientes de liceos sin tradición ni vista a la cordillera, sin idiomas extranjeros con los que defenderse que terminó fuera del paisaje histórico”. No puede ser casualidad que sean los profesores y una sala de clases las que nos lleven a preguntarnos por el Chile o el mundo que hemos construido, sea como lo presenta Ariel Dorfmann o Nona Fernández, un buen y un mal profesor, pero profesores al fin y cabo. Porque es allí donde se hace la verdadera revolución, y eso lo tienen muy claro los que quieren seguir con una educación de mala calidad para muchos y una muy buena para unos pocos.