Ya en la madrugada del 7 de diciembre, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, reconoció la inédita derrota del Chavismo en las elecciones parlamentarias. En su alocución, el mandatario concedió el triunfo del MUD y exhortó a la oposición a acabar con lo que llamó una “guerra económica”.
Previamente, el Consejo Nacional Electoral (CNE) venezolano anunció que la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) obtuvo al menos 99 bancas de las 167 de la Asamblea Nacional y que el gobernante chavismo logró al menos 46, con el 96 por ciento de los votos computados. Con ello se cumplió el anuncio de que solo se comunicarían resultados cuando las tendencias fueran irreversibles.
En un inédito caso en que una supuesta dictadura permitió observadores de todo tipo y el amplio despliegue de los dirigentes y medios de comunicación opositores, Maduro afirmó que “nuestro reconocimiento a los resultados siempre estuvo garantizado. Siempre supimos que nadábamos contra la corriente y no nos escondimos”. La jornada, que para la Unasur transcurrió en “orden y paz”, permitió una nueva exhibición de solvencia del moderno sistema electoral venezolano, calificado por el ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter como el más moderno del mundo, a pesar de la campaña política mediática que habló de fraude e incluso de un autogolpe por parte de las autoridades del país.
En la medida que se conozcan los resultados finales, con toda seguridad se concretará una abultada victoria de la oposición, con más de 100 diputados. Esto no puede ser considerado el fin del Chavismo, en absoluto, puesto que el periodo presidencial de Maduro finaliza en 2019, pero el nuevo cuórum le permitirá al MUD vetar las iniciativas del Gobierno, levantar votos de censura contra el gabinete y promover reformas constitucionales. Es, por lo tanto, un cambio drástico en la política venezolana.
Ya al amanecer del domingo del 6 de diciembre, el día poco originalmente llamado 6D de las elecciones parlamentarias venezolanas, prácticamente la unanimidad de los grandes medios internacionales auguraban una victoria del MUD. Y, ciertamente, después de 18 derrotas de elección popular de cargos consecutiva, nunca la oposición al Chavismo llegaba con mejores perspectivas que en esta elección, favorecida además por los problemas macroeconómicos que experimenta el país –en parte por errores propios del Gobierno y en parte significativa por el imprevisible derrumbe del precio del barril de petróleo-, con consecuencias en la vida cotidiana de la población.
Pero nada de eso estaba fuera de lo que los propios venezolanos pudieran apreciar y decidir por su propio criterio. Por eso, la crítica fue más allá. Como decíamos, Venezuela se llenó de observadores internacionales luego de meses de creciente asedio internacional. El gobierno de Maduro, ungido en una elección democrática que nadie cuestionó con elementos concretos, se convirtió en “el régimen de Maduro”, mientras para muchas editoriales y dirigentes internacionales lo que estaba en juego en estos comicios era “la recuperación de la libertad”.
Esto llevó a que la canciller venezolana, Delcy Rodríguez, denunciara una “campaña mediática internacional” desde Colombia, España y Estados Unidos, países que, aseguró, difundieron noticias “negativas” y de “descrédito” sobre el proceso electoral venezolano. Para explicar su posición puso números: “en una semana en los medios de comunicación de estos países salieron 380 noticias negativas sobre Venezuela, apenas 75 neutrales y un mínimo de 28 noticias positivas, esto forma parte de la campaña internacional de descrédito en contra de nuestra patria y que nosotros sabemos quiénes están detrás de esa campaña”, afirmó Rodríguez.
En el caso particular de España, ya en la mañana del lunes de ese país tres de los cuatro principales partidos de ese país salieron a expresar su beneplácito por el triunfo del MUD. Mientras el Partido Popular y Ciudadanos han alabado el triunfo “de la libertad”, el Partido Socialista Obrero Español habla de “una nueva etapa de esperanza”. Continuando con una embestida liderada por Felipe González y el gobierno de Mariano Rajoy, la expresión de casi consenso de la política de ese país parece ser reflejo de una política de Estado cuyo propósito es recuperar el tránsito geopolítico iniciado durante fines de los 80, precisamente, durante el gobierno de González y, precisamente también, interrumpido desde el triunfo de Hugo Chávez, cuando se produjo la llegada masiva de capitales españoles al continente.
Esa ola se concentró especialmente en áreas como agua, electricidad, energía, telefonía y el mercado editorial y de medios de comunicación. Felipe González dice que va a Venezuela en busca de “la recuperación de la democracia”, mientras sus detractores dicen que el verdadero objetivo es Petróleos de Venezuela. Cada cual creerá en lo que estime.
Pero, en cualquier caso, a partir de hoy habrá nuevas exigencias para una oposición que, se coincide, ha ganado por una mejor articulación, el desgaste del Gobierno, el apoyo internacional y el derrumbe de la macroeconomía venezolana, pero que aún no transmitido con claridad qué le ofrece a Venezuela, además de oponerse al Chavismo. El oficialismo, por su parte, deberá entrar en un periodo de profunda autocrítica, si no quiere dar por finalizado su ciclo político e histórico en cuatro años más. Esto supone exigencias de corto y mediano plazo.
En lo inmediato, primero reconocer que el adversario hasta ayer calificado de sedicioso, golpista, representante de la oligarquía y de los intereses de las multinacionales es, guste o no, mayoría electoral, por lo tanto deberá ser enfrentado ante la ciudadanía con armas distintas a la mera descalificación. Segundo, tomar medidas que concilien las conquistas sociales con los necesarios cambios en las políticas macroeconómicas en un contexto de restricción. Y, en el largo plazo, enfrentar la dependencia del petróleo, cuestión que no ha cambiado con el Chavismo, aunque en algún tiempo suba el precio del barril y, por ende, el viento empiece a soplar otra vez a favor del Gobierno.