De manera inocente, aparece un libro de un periodista, escritor y dramaturgo decimonónico. Una novela ilustrada que a fines del siglo XIX fue ampliamente leída en la modalidad de entregas semanales en uno de los diarios populares más leídos en el Chile entonces. Con la descripción que antecede, surge de inmediato el concepto de “rescate patrimonial” y eso lo pone en una condición que no hiere ni ofende a nadie, cuando se trata de un material de más de cien años que de manera refrescante y juvenil se presenta como un obra histórica. Aparece incluso una nota sobre su publicación en el diario perteneciente a la familia Edwards, un acto que le habría costado el puesto al editor hace cien años. Cuidado, que aquí llega Juan Rafael Allende y su célebre novela Memorias de un perro escritas por su propia pata. Una obra que desde su mismo título acusa la ironía y el humor que rezuma en el pensamiento de uno de los más progresistas y valientes cronistas de nuestro país que fueron parte de esa prensa satírica de fines del siglo XIX que no dejaba a títere con cabeza y una de esas que rodaba en cada línea que escribía Allende era, precisamente, la de la familia Edwards.
El gran desconocimiento de la obra y el rol que jugó en el periodismo y la cultura popular chilena de fines del siglo XIX Juan Rafael Allende evidencia lo que no terminamos de aquilatar: el poder de la oligarquía y la iglesia chilena en el modelamiento de una sociedad anestesiada. Un diagnóstico sobre el Chile actual pero que entonces, el propio Allende resumía diciendo: “Verdaderamente que si el pueblo de Chile tuviera un poquito más de hígado y un poquito más de vista, hoy levantaría horcas en las plazas de Valparaíso y Santiago para colgar a esos explotadores del pueblo”, apuntando a esas familias y grupos cuyos apellidos siguen tan vigentes en la repartija del dinero y el poder en Chile.
Gonzalo Marín es descendiente de Juan Rafael Allende y fue quien adaptó esa obra que ya se tenía por olvidada, y junto al artista e ilustrador Adrián Gouet, investigaron con respeto y fidelidad, para hacer un libro que remece a un lector en tanto esboza una sonrisa dolorosa del Chile de entonces, inalterable en la inequidad e injusticia del que hemos construido en cien años. Desde el tratamiento del lenguaje con giros pícaros de esa época para mantener el tono y la fidelidad de su autor, hasta el trabajo de ilustrar con el rigor histórico de cómo era la ciudad que muestra esta novela que ya contó en sus versiones parciales con algunas ilustraciones y en las que los jóvenes coautores decidieron inspirarse.
El perro de Juan Rafael Allende lleva el sugerente nombre de Rompecadenas y lo que describe en sus memorias son las andanzas de un perro en el Chile de hace cien años desde los ojos de quien describe el modo de vida de los múltiples amos que tuvo en su larga vida. Allí aparecen los curas quebrantando su voto de castidad, el marido engañado y rematado de ingenuo como también la avaricia y el egoísmo en el bajo pueblo. Juan Rafael Allende no perdonaba a la hora de retratar a ese ser chileno a través de los ojos de un can y cuya finalidad era entonces remecer y romper las cadenas de la esclavitud cultural de nuestro pueblo sometido al abuso del poder político y económico de las elites, pero también con el sarcasmo que refleja la podredumbre humana. Allende no perdonaba a nadie, por eso es que fue dos veces excomulgado por sus dichos en contra de la Iglesia Católica y condenado a muerte por haber estado en el fallido bando que defendía al presidente Balmaceda en la Guerra Civil de 1891.
La edición que ha hecho de esta obra espléndidamente Letra Capital Ediciones es muy cuidada y tiene además un estudio sobre la vigencia de Juan Rafael Allende de parte del historiador Luis Villalobos Dintrans, quien dice: “En el contexto de la formación de las instituciones más emblemáticas de la elite criolla, como el Club de la Unión, el Club Hípico (…); la colocación en el espacio público de esculturas de héroes patrios, como O’Higgins, Portales, Bello y Montt; la construcción de edificios palaciegos para instituciones del Estado como el Palacio de Bellas Artes, la Biblioteca Nacional, el Palacio de los tribunales y de obras públicas que buscaban higienizar espacios mediante la arquitectura (…) la obra de Allende pone de manifiesto la exclusión del pueblo de estas transformaciones modernizadoras”. Y recuerda un ejemplo muy ilustrativo, en 1885, a propósito de la indignación de las clases acomodadas y ricas del Chile de entonces por la presencia del pueblo en el Parque Cousiño en Fiestas Patrias. Entonces, Juan Rafael Allende decía en su periódico titulado El Padre Padilla: ”A medida que avanza la existencia de la República, sigue invadiéndonos la aristocracia con sus absorbentes tendencias y apetitos dominadores. Ya no se contentan los ricos con gozar a rodo y belloso de sus espléndidos palacios (…) No, quieren más. Quieren que el pueblo no se divierta (…) No quieren que vaya allí sino la gente de buen tono (…) es cosa de reírse a carcajadas (…) desde tiempo inmemorial el Parque ha sido el teatro donde con más alegría, expansión y libertad se divierte el pueblo UNA VEZ AL AÑO (…) El pueblo no les impide a ellos sus orgías. Callen pues los ricos si no quieren que principie yo a denunciarlos… en sus frecuentes y nocturnas excursiones a las calles Vergara… San Miguel, Monjitas…”. Y es que Juan Rafael Allende viene a recordarle también al periodismo actual su debilitado compromiso con la libertad de expresión.
El perro Rompecadenas y su creador Juan Rafael Allende llegan como una corriente de aire libertario y progresista que desde el siglo XIX viene a refrescar este inicio del año 2016 en pleno siglo XXI.