La postergación del clásico universitario, con las lluvias e inundaciones, había generado expectativas. El partido no sólo era importante para los involucrados, además podía definir las aspiraciones de otros equipos al título del semestre. Con ese morbo, el auto proclamado mejor equipo de Chile (por su entrenador) enfrentaba al plantel más cuestionado del torneo. Puntos importantes en juego y formaciones estelares pero en la cancha, al igual que en el súper clásico, decepción y otra vez poco para admirar.
La U y la Universidad Católica debían jugar uno de los mejores partidos del año pero terminaron aburriendo a todos. Con intermitente intensidad, mucha imprecisión en la entrega de la pelota y poca profundidad en las áreas. Con pocas opciones de gol, sin grandes figuras y ausente de rendimientos colectivos destacados. Nada muy memorable. La U sigue en franco retroceso: perdió otros tres puntos, las ideas de Becaccese siguen extraviadas y el plantel se despoja de un poco de jerarquía cada noventa minutos. Para la Católica quedó la emoción de retener la punta gracias a la mezquina victoria y seguir aspirando al campeonato. Sin embargo se instala un sentimiento incómodo por lo que significa la elevada posibilidad de ser los ganadores de un torneo mediocre y con un equipo que no juega bien.
Por donde se mire el desenlace no enaltece a ninguno de los competidores. Y aunque haya algunos que se esfuerzan por rescatar algo aludiendo a la estrategia y los mecanismos de anulación táctica, lo cierto es que el partido fue mal jugado y para el espectáculo hubo muy poco aporte de los jugadores. Lo otro son justificaciones que sirven para cubrir un negocio podrido que ya incluye a gran parte de la prensa deportiva.
Nos dan un producto de mala calidad que no entusiasma a nadie. Si dijimos que el torneo anterior era el más malo de la historia nos quedamos cortos porque todavía se podía caer más bajo. Los planteles están sobrevalorados y los refuerzos son de lo más común. Es cierto que acá cualquiera pierde con cualquiera pero ese destino no se debe al elevado nivel de la competencia sino a los desaciertos e irregularidades de todos. Lo peor es la falta de autocrítica, la justificación incondicional y la desmesurada necesidad de ser los mejores. El campeonato local se empobrece y empobrece con él al deporte más seguido y practicado del país. Entonces si resulta de interés público lo que sucede en el fútbol y son atinados los reclamos.
Los problemas de Deportes Concepción, el frustrado paro de futbolistas y el nivel del campeonato delatan que las cosas no están bien y que otra vez se está llegando a niveles insoportables. Y mientras la mayoría calla o mira para otro lado, los dirigentes hacen y deshacen. Compran clubes o los manejan a su antojo desde los oscuro. Desde ahí hacen tratos cuestionables con representantes y entrenadores. La formación es deficiente, el compromiso deportivo es nulo, la preparación es mala y el daño es enorme. Este es el fútbol negocio, que es igual a todas las grandes empresas del país: irresponsable, mediocre, arrogante e impersonal.
Por si fuera poco, las graves acusaciones vertidas por Luis Faúndez, dirigente de Santiago Morning, en el programa radial Cónclave deportivo, comprueban lo que algunos medios ya hemos denunciado. Que sin importar los nombres que ocupan los cargos, los que mandan en el fútbol chileno son los mismos que permitieron el desfalco de Jadue y sus secuaces sin emitir una sola palabra. Que no hay voluntad real de cambiar los estatutos que rigen la actividad, reglamentar ni limpiar la administración del fútbol. En definitiva, que los que robaron antes siguen dentro del fútbol y que los que robaron ahora pueden volver en el futuro. Esa sentencia es inaceptable.
No puede ser que se roben todo (incluidos los sueldos de los jugadores) y que nadie sea responsable de nada. Acá hay que investigar a fondo y sancionar a todos los implicados sin importar el club ni el cargo que ostentan. Basta de justificar y enjuiciar sin levantar cargos o demandas efectivas. Para limpiar la Asociación hay que llegar al fondo y garantizar que los dirigentes corruptos no puedan volver a participar en el fútbol en cualquiera de sus estamentos o instituciones. Sólo así puede recomponerse la confianza necesaria para que la gente vuelva al estadio. Eso y también rescatar el sentido de pertenencia y darle al espectáculo elementos deportivos y estéticos que enriquezcan la experiencia.
Es innegable que el desmedido temor a la derrota y la poca osadía para buscar el triunfo atentan contra la belleza del juego y han desencantado al público. De igual modo que la falta de entrega y arrebato físico o la deshonestidad al competir. Este es el fútbol negocio donde ganar o perder, al final se traduce en monedas más o monedas menos. Nadie arriesga, todos son cautos, todos son temerosos. Todo es fome. Lo importante es asegurar la plata. ¿Grandeza deportiva? ¿Honor? ¿Jugar bien? Hoy eso no es rentable y mucho menos prioritario.