De acuerdo a un reciente estudio de la U. San Sebastián con datos provenientes de Dicom-Equifax, la cantidad de endeudados totales del sistema financiero nacional a diciembre de 2015 es de unos 10,9 millones de personas, mientras que los morosos llegan ya a la suma de 3,9 millones, es decir, 13% más que en el mismo mes de 2014.
Aunque se trata de cifras que podrían generar preocupación, el fenómeno del endeudamiento de los hogares no es un problema solo chileno, sino mundial. Naciones históricamente consideradas como “responsables” en la materia, como Noruega, Suecia y Holanda, muestran una relación Deuda-Ingreso de sobre 170% y hasta 311%, guarismos que, comparados con el 62% de Chile, debieran aplacar nerviosismos, pues, según el Banco Central, nuestra deuda estaría dentro de parámetros normales. El promedio OCDE es del orden del 116%.
El crédito es uno de los productos financieros más antiguos y a vista regular aparece como indispensable en variados ámbitos de la vida económica. Entre ellos, las líneas de crédito de las empresas, el financiamiento de grandes obras públicas, la creación de nuevas empresas, o la compra de una vivienda, todas operaciones en las que el receptor del préstamo no dispone del capital para su materialización y, gracias al crédito, puede financiarlo, contrayendo, eso sí, la obligación contractual de proceder a su devolución, gracias a los beneficios que arrojará su proyecto.
Pero, también, los analistas apuntan al crédito como un buen indicador del sobrecalentamiento económico y, en la práctica, estiman que la totalidad de las recientes burbujas, tienen un nexo casi omnipresente con los préstamos. El problema, empero, es discernir cuál es el umbral de crédito que significa un nivel perjudicial para una familia o empresa, induciendo al sobrecalentamiento en detrimento de sus efectos beneficiosos iniciales.
Para establecer este umbral hay un punto de quiebre a nivel conceptual y de justicia socioeconómica axiomático por su evidencia: cuando, merced al crédito, las generaciones actuales consumen los recursos económicos de las que vienen. Es sobre esa base moral que el sentido común indica que las deudas privadas deben ser pagadas por quienes las contraen; y que las públicas, por más que generaciones venideras pudieran disfrutar de las inversiones realizadas, se deben llevar a cabo con el menor déficit entre Ingreso-Gasto que sea posible. Solo de esta forma se puede afirmar que los hijos vivirán mejor que sus padres. Porque si bien el nivel de endeudamiento -la deuda bruta- es importante, más relevante es observar el nivel de déficit, pues de ese número se deduce cuando una generación comienza a comerse el pan de la que viene.
Pero, qué hacer con aquel endeudamiento destinado a la ciencia y tecnología, a investigar nuevos adelantos, cuyos resultados económicos son y serán siempre desconocidos. No podemos adivinar el futuro para conocer las cifras que el nuevo mercado entregará, razón por la que es imposible cifrar el nivel de endeudamiento máximo que se debería permitir en esos casos. Tampoco podemos poner límite al número máximo de empresas que aspiran a repartirse el nuevo nicho.
En un marco tal, la única defensa es el sentido común, aunque, dado que parece ser el menos común de los sentidos, es posible que asistamos a la repetición sucesiva de burbujas de crédito con cada avance tecnológico o productivo que surja, no tanto debido a la inexperiencia de las nuevas generaciones, que no han sufrido las consecuencias de la audacia, sino porque una misma generación ha mostrado ser capaz de insistir en tropezar cien veces con la misma piedra.
Respecto del endeudamiento estatal, por otro lado, es refrescante, en momentos de fuerte pesimismo económico, un reciente análisis del departamento de estudios del BCI. Su conclusión más destacable es que el aumento en los niveles de deuda pública no pone en riesgo clasificación crediticia soberana para Chile, dado que su deuda se elevará, finalmente, a 25% del PIB en el mediano plazo, ubicándose aún, en los niveles más bajos dentro de un conjunto de economías seleccionadas. La prudencia de los pasados gobiernos permite hoy un espacio mayor a usar deuda como manera de realizar las inversiones productivas que el país requiere para los próximos años, seguramente más duros.
El estudio, aunque reconoce también un alza importante en los niveles de endeudamiento a nivel de empresas y hogares, concluye que los ratios siguen “ampliamente por debajo de lo que muestran economías comparables”, añadiendo que “por el momento, el alza en los niveles de deuda no es una fuente de riesgo macroeconómico significativa para Chile”, lo que se ajusta al llamado a ser más proactivos internamente para materializar las decisiones económicas que eleven los niveles de productividad país y eviten que, a raíz de la previsible alza de la desocupación, caiga aún más la demanda y termine afectando al conjunto de la relación consumidores y empresas y, de paso, la estabilidad fiscal.