Sin temor a la exagerar o equivocarse, se puede señalar que la Orquesta Sinfónica de Chile es una de esas instituciones republicanas que pagan el precio de una cultura arribista e ignorante, brutalmente globalizada. Es una perfecta desconocida para el gran público y su música se desperdicia cuando en el Teatro de la Universidad de Chile quedan asientos vacíos mientras en el escenario no hay más lugar para subir a sus más de 90 integrantes. El sentimiento pareciera ser siempre el mismo: que se trata de una joya que está esperando siempre ser descubierta por una audiencia sensible y educada en la belleza.
Este fin de semana, cuando bajo la batuta del serbio Bojan Sudjic se llevaba a cabo el sexto concierto de la presente temporada, se repetía ese sentimiento apenas se iniciaba el Magnificat. ¡Qué ganas de que muchísima gente pudiera disfrutar el privilegio de una, sino la más importante orquesta de nuestro país! Más cuando junto a ella estaba la Camerata Vocal de la Universidad de Chile y, particularmente, la soprano Claudia Pereira, que interpretaron una pieza contemporánea llena de reminiscencias latinoamericanas, como fue la intención de su autor, el británico John Rutter quien, dice haberse inspirado en los ritos tradicionales de los festejos de la Virgen María provenientes de las culturas hispánicas de España, México y Puerto Rico, para concebirla como “una brillante fiesta de sabor latino”. Todo un lujo que a renglón seguido ofreció El idilio de Sigfrido de Richard Wagner y una pieza muy divertida de Richard Strauss con el largo nombre de Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel. El público que disfrutó de este concierto es un público fiel que considera a personas mayores y a otros muy jóvenes, muchos de ellos con sus instrumentos, lo que habla de estudiantes de música, alumnos de los talentosos artistas que son parte de la agrupación con más larga vida musical en nuestro país.
En el público como en el escenario lo que se encuentra es un ambiente cómodo, nada estirado, como algunos seguramente piensan, y sobre todo, cariñoso, cuando las palmas Se hacen pocas para aplaudirlos.
¿Sabe usted cómo nació la Orquesta Sinfónica de Chile? ¿Sabía usted que fue creada por el gobierno del siempre recordado Pedro Aguirre Cerda, quien no solo tenía el lema sino que materializó eso de que “Gobernar es educar”? Y aunque tiene sus antecedentes en la década del 20, con la Orquesta Sinfónica Municipal de la comuna de Santiago, fue creada por una ley de octubre de 1940, que también le dio vida a un coro y a un cuerpo de baile, lo que son hoy el Coro Sinfónico y el Ballet Nacional Chileno. El Estado, como lo entendió antes de la fiebre mercantil, dejó a la Orquesta, Coro y Ballet a cargo de la Universidad de Chile, como la institución encargada de impartir la educación pública dentro y fuera de sus aulas. En esta caso, se trata de una labor de Extensión de la Universidad y por esto, no es raro que hoy estén bajo lo que se denomina el Centro de Extensión Artística y Cultural de nuestra Universidad que hoy dirige Diego Matte.
El Estado chileno de fines del siglo XX olvidó en gran parte el compromiso asumido por Aguirre Cerda y se desentendió de su mantención. Al menos, ha comprometido que la gran sala de conciertos que se construirá en el GAM tendría a la Orquesta Sinfónica de Chile como dueña de casa, cuestión que le hace mucha falta ya que las condiciones del actual Teatro de la Universidad de Chile no le permiten mostrar su excelencia. “Que en el Teatro del Lago la Orquesta Sinfónica de Chile suena muchísimo mejor”, dice una pareja de espectadores cuya fidelidad y cariño por la Orquesta permiten entender la profundidad de las palabras del director chileno Felipe Hidalgo cuando decía que “la Orquesta Sinfónica de Chile es un espacio artístico único en Chile. Es la más antigua, la que lleva el peso de la historia de la música orquestal (…) Aquí se han estrenado las obras más importantes de nuestros compositores, como también ha tenido el privilegio de contar con una pléyade de grandes artistas de nivel mundial, como Karajan, Stravinsky o Arrau…”. No es raro, entonces que el concierto de la próxima semana lo abra Leni Alexander, una de las compositoras chilenas más destacadas del siglo XX, con una composición musical que tituló Divertimento Rítmico. El programa del mes integra a compositores, directores y músicos rusos junto al gran Beethoven, de quien se interpretará su Triple Concierto para violín, violonchelo y piano junto a su insuperable Quinta Sinfonía. Cosa difícil esta de programar cuando hay un público educado que busca piezas más exquisitas y otro, sin educación musical, al que hay que seducir con lo más escuchado, no por eso, menos bello.
Dura tarea tienen quienes cuya labor es ampliar las audiencias de la música sinfónica y coral en Chile, cuando no se trata de una cuestión de dinero solamente, sino que de educación y apreciación musical que no es precisamente lo que se hace al interior de la mayoría de las salas de clases de nuestro país. Porque lo cierto es que faltan palmas después de cada concierto para entregarles a estos músicos uno de los alimentos esenciales para su supervivencia, el aplauso.