Inmigrantes: El Mediterráneo como fosa común

En lo que va corrido del año han sido, aproximadamente, 195 mil los inmigrantes que han llegado por mar a Europa, de los cuales 40 mil han arribado a Italia. De ese total han perdido la vida 2 mil personas. Ciudadanos de Eritrea, Somalia, Siria, Mali, Senegal, Sierra Leona, Costa de Marfil, Etiopia, Libia han sido, fundamentalmente, los pasajeros de los barcos que se volcaron frente a las costas libias. Abarrotados de desesperados, estas embarcaciones más que plataformas para una mejor vida, sirvieron de salto a la muerte.

En lo que va corrido del año han sido, aproximadamente, 195 mil los inmigrantes que han llegado por mar a Europa, de los cuales 40 mil han arribado a Italia. De ese total han perdido la vida 2 mil personas. Ciudadanos de Eritrea, Somalia, Siria, Mali, Senegal, Sierra Leona, Costa de Marfil, Etiopia, Libia han sido, fundamentalmente, los pasajeros de los barcos que se volcaron frente a las costas libias. Abarrotados de desesperados, estas embarcaciones más que plataformas para una mejor vida, sirvieron de salto a la muerte.

Como un trágico cuento de nunca acabar, nuevamente, el Mar Mediterráneo – en este caso frente a las costas libias – se convierte en el cementerio para hombres y mujeres – incluidos menores de edad.

Ellos buscan mejores perspectivas de vida y encaminan sus pasos y se lanzan, en precarias embarcaciones a navegar, para llegar a una Europa que se resiste a aceptar su responsabilidad en la mayor ola migratoria desde la Segunda Guerra Mundial. Seres humanos venidos del África Subsahariana, del Magreb, del Sahel, África Oriental, pero también de Eritrea y Siria. Mostrando con ello que las guerras y la crónica situación económica de subdesarrollo que vive África son causas que alientan el desplazamiento de millones de seres humanos, que miran desde la orilla sur del mediterráneo las luces de una Europa opulenta y lejana.

Desde puertos libios zarpa la muerte

Los días 25 y 26 de mayo, dos naufragios volvieron a poner a Libia en el centro noticioso, tragedias que siguen sumando muertos. En este caso 50 fallecidos y un tercer naufragio, el pasado viernes 27 que incrementaría aún más el número de víctimas –cifrado por el Alto Comisionado Para Los refugiados de las Naciones Unidas –ACNUR– en 700 víctimas. Según cifras entregadas por la Organización Internacional Para las Migraciones –OIM– los rescatados de aguas del Mediterráneo cercanas a Libia, en la semana comprendida entre el lunes 23 y el viernes 27 de mayo suman 14 mil personas. En lo que va corrido del año han sido, aproximadamente, 195 mil los inmigrantes que han llegado por mar a Europa, de los cuales 40 mil han arribado a Italia. De ese total han perdido la vida 2 mil personas. Ciudadanos de Eritrea, Somalia, Siria, Mali, Senegal, Sierra Leona, Costa de Marfil, Etiopia, Libia han sido, fundamentalmente, los pasajeros de los barcos que se volcaron frente a las costas libias. Abarrotados de desesperados, estas embarcaciones más que plataformas para una mejor vida, sirvieron de salto a la muerte.

Desde el año 2011 a la fecha, Libia ha sido el centro de gran parte de las tragedias de naufragios en el Mediterráneo. Coincidente con la invasión de ese país, que terminó con la ejecución, en octubre del año 2011, de Muammar el Gadafi y el fin del gobierno de la Jamahiriya destruyendo así a uno de los Estados más estables y prósperos de África, que fue capaz de utilizar la riqueza hidrocarburífera de su país para sostener programas sociales, que permitió a 7 millones de libios disfrutar de los mejores indicadores de desarrollo humano, la tasa de mortalidad infantil más baja y la expectativa de vida más alta de África. Altos estándares de salud, educación gratuita, un sistema económico que permitió subsidiar los gastos cotidianos de la sociedad libia, como también atraer a cientos de miles de inmigrantes que encontraron en suelo libio trabajo y derechos negados en sus países de origen.

Indudablemente el gobierno libio estaba fuera de los estándares de las democracias representativas, pero lo “paradójico” es que esa condición no fue impedimento para que, sobre todo en la última década previo a su caída, El Gadafi haya establecido fuertes lazos políticos y económicos con los gobiernos de los mismos países, que organizaron su derrocamiento y establecieron el papel de Libia como un Estado que permitiese detener el flujo de inmigrantes desde el continente africano hacia Europa. Muammar el Gadafi estableció así estrechos contactos con el ex Primer Ministro Silvio Berlusconi de Italia, José Maria Aznar de España, el ex Presidente francés Nicolás Sarkozy y el ex Primer Ministro Inglés Tony Blair. Cooperó con los servicios de inteligencia de España e Inglaterra para desarticular comandos, tanto de la ETA como del Ejército Repúblicano Irlandés. Cumplió las exigencias internacionales, para levantar las sanciones establecidas tras el atentado contra el avión de PanAm en los cielos de la ciudad escocesa de Lockerbie el año 1988.

Los ataques de la organización del Tratado del Atlántico Norte –OTAN– digitados por Washington y bajo el pretexto de democratizar el país –el mismo con el cual tenían excelentes relaciones, pero que había decidió buscar derroteros distintos en materia económica y ampliar su base de socios comerciales- destrozaron el país norafricano convirtiéndolo en el depósito y centro de tráfico de armas más grande del mundo. Fragmentando al país en zonas dominadas por distintos sectores políticos: unos, más cercanos a occidente, otros, aliados de grupos takfirí liderados por un aliado incondicional de Estados Unidos como es el caso de Abdelhakim Belhadj (1). Un país que cuenta con dos poderes ejecutivos enfrentados, además de un Gobierno de Unidad Nacional creado en las oficinas de la OTAN y de la cual se espera por la alianza noratlántica la excusa de una autorización, para volver así a invadir el país, ahora, bajo el pretexto de combatir a las bandas terroristas ligadas al salafismo.

Poco se ha modificado el escenario que describíamos hace un año atrás sobre Libia “que constata un territorio fragmentado, convertido en coto de caza de grupos y empresas transnacionales, que al amparo del apoyo a las distintas facciones en pugna esquilman sus riquezas naturales. En específico, aquellos que lucharon contra Gadafi y sirvieron a los intereses de actores de mayor peso formaron milicias en base a criterios regionales, tribales y religiosos, que se han intensificado y hecho irreconciliable cualquier idea de establecer un Estado unitario. En este escenario de confrontación la Unión Europea ha declarado su intención de promover una intervención política y militar para establecer un gobierno de Unidad Nacional. La lógica detrás de esto radica en la ubicación de Libia en el concierto mediterráneo y el papel que desempeñó en los últimos años del régimen de Gadafi: servir de freno a las oleadas de inmigrantes subsaharianos que buscaban allende el Mediterráneo el bienestar que se les negaba en sus pueblos. Sume a ello los fabulosos contratos de explotación de petróleo y gas que se firmaron con empresas europeas”

En ese contexto, tras la muerte de Muammar El Gadafi, comenzó el lento y sostenido proceso de concretar en Libia, el mayor centro de salida de inmigrantes del continente africano, cuyo destino principal es Europa. Proceso que bajo El Gadafi estaba controlado, gracias a acuerdos establecidos con la Unión Europea, por ejemplo con Italia que proporcionaba, a la par de acuerdos de compra de petróleo y gas, unidades navales de patrullaje, apoyo diplomático, político y acceso al círculo de gobiernos de la Unión Europea. Todo ello se rompió en mil pedazos. Se calcula hoy que 800 mil personas se encuentran en las costas libias dispuestas a dar el salto, desde una orilla del otrora Mare Nostrum, para embarcarse camino a Europa, utilizando para ello a las mafias, que año a año se embolsan cerca de 4 mil millones de dólares en este tráfico de personas.

Los responsables de la tragedia

No es posible quedarse sólo en la constatación de número de muertos, naufragios, luchas tribales, la presencia de 1.700 grupos armados, un tráfico de armas considerado el más grande y multimillonario del mundo, que ha llenado de armas al Magreb, el Sahel y el Mashrek africano. No es posible analizar la fragmentación de un país sin examinar cómo se llegó a este estado de cosas. Y la respuesta a esta pregunta surge nítida: la ambición, la codicia, la pugna hegemónica de las potencias occidentales decididas a invadir un país y apoderarse de su riquezas hidrocarburíferas en aras de ampliar su radio de influencia en el norte africano, como una manera de direccionar a sus intereses el denominado Despertar islámico.

No es casual la invasión y destrucción del Estado libio. Se dio en el marco de un proceso de ofensiva de Washington y sus aliados europeos en el Magreb, Oriente Medio y Asia central. El propio presidente estadounidense Barack Obama, reconoció que su mayor fracaso fue no plantearse dos veces en pensar en las consecuencias de la intervención de Libia en 2011, después de la cual el país norteafricano se vio sumido en el caos absoluto. Palabras típicas de los mandatarios estadounidenses, que luego de invadir, agredir, influenciar, financiar o realizar operaciones clandestinas destinadas a derrocar gobiernos suelen tener una autocrítica, que sólo sirve para confirmar la doble moral de esta potencia.

Operaciones que significaron la caída del régimen de Hosni Mubarak en Egipto. La agresión sostenida contra Siria e Irak a través del uso de las bandas takfirí como EIIL –Daesh en árabe– y el Frente al Nusra, junto a decenas de otros movimientos salafistas financiados, armados y avalados por la Casa al Saud. La agresión de la Monarquía saudí contra Yemen y el apoyo a la represión de la sociedad bahreiní bajo el régimen de los Jalifa. Sumemos las operaciones de la entidad sionista contra la Franja de Gaza y las maniobras de desestabilización que el régimen de Erdogan lleva a cabo, tratando de situar a Turquía como la mayor potencia regional a través de una ideología militarista: el neo- otomanismo. Todas ellas maniobras políticas y militares estratégicas, destinadas a intensificar la islamofobia, cercar a la República Islámica de Irán y al mismo tiempo detener la ampliación de la Federación Rusa hacia el occidente.

En el caso libio, a Europa poco le importa el número de muertos que el Mediterráneo día a día se lleva a sus profundidades. Escaso interés tiene en ofrecer mejores perspectivas de desarrollo económico, de comercio justo, de relaciones solidarias con el continente africano, que impidan, desde la base, el que sus hombres y mujeres abandonen sus países natales. A Europa no le quita el sueño que cientos de miles de posible de inmigrantes se hacinen en las costas de Zabratha, Misrata, Trípoli o Zuwara esperando el momento de zarpar camino a la frontera sur europea. Y menos le remece la conciencia que mueran cien, mil o decenas de miles de seres considerados de segunda categoría.

A Europa lo que verdaderamente le importa es que ninguno de esos “indeseables” toque suelo europeo y para ello está utilizando la excusa de sostener que apenas el Gobierno de Unidad Nacional libio lo autorice “la OTAN estaría dispuesta a volver a intervenir si  el gobierno de Fayez al Sarraj interpone una solicitud al respecto. Estamos dispuestos a ayudar a Libia para que construya sus propias instituciones de Defensa en caso de ser solicitados”, señaló el jefe de la Organización del Tratado del Atlántico Norte –OTAN- Jens Stoltenberg, en una rueda de prensa conjunta con el Primer Ministro de Italia, Matteo Renzi, en Roma.

A pesar de la parafernalia mediática representada por los reclamos de países europeos, alarmados ante la “avalancha de refugiados” tal temor dista mucho de la realidad. Pues, cuando hablamos de refugiados, la carga mayor no se la llevan los países más desarrollados, sino que justamente aquellos más carenciados o donde ya existen dificultades. Un 86 por ciento de los refugiados en el mundo también calificados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas Para los Refugiados -ACNUR– como personas en situación de desplazamiento forzado tanto interna como externa –calculados en 60 millones– viven en países no desarrollados. Esta cifra representa un 30 por ciento mayor que hace una década atrás. Países como Irán, Turquía, El Líbano son hoy por hoy las naciones que más refugiados acogen en su territorio.

He ahí el meollo del asunto, la hipocresía de un occidente, que a pesar de haber desintegrado un país, desestabilizado toda la zona del Magreb y Oriente Medio y generado el mayor número de desplazados y refugiados en los últimos 70 años, desea continuar el trabajo de destrucción, de crímenes y sometimiento para millones de seres humanos. Invadir Libia hoy, para Washington, Francia, Gran Bretaña e Italia, principalmente, no es para hacer florecer al otrora ejemplo de Estado en África, es lisa y llanamente para frenar la salida de decenas de miles de hombres y mujeres, que a riesgo de su vida zarpan desde puertos libios para ingresar a la fortaleza europea. La meta es reflotar a Libia como Gendarme, como lo fue en los últimos años de El Gadafi.

Ha trascendido que el gobierno de Londres definió el envió de buques de guerras a la zona del Golfo de Sirte –en aguas territoriales libias– con la excusa de frenar, tanto el tráfico de personas como de armas, que se han incrementado en el país norafricano desde la ejecución del ex líder libio Muammar El Gadafi, en octubre del año 2011 a manos de los rebeldes financiados por occidente. En Japón, donde se realizó el último encuentro del denominado Grupo de los Siete –G7– la oficina de comunicaciones del Primer Ministro Inglés, David Cameron –uno de los principales responsables de la debacle libia– señaló que su país está buscando los caminos y soluciones tendientes a acabar con la crisis de los refugiados que zarpan de puertos libios a Europa.

Según lo sostenido por el gobierno inglés, la línea de trabajo de Cameron va encaminada a consensuar con el Consejo de Seguridad de la ONU la posibilidad de desplegar sus buques de guerra en aguas libias , ya que eso requiere la aprobación de la Organización de las Naciones Unidas –ONU– pero, la historia nos ha mostrado en múltiples ocasiones, que a las potencias occidentales las negativas de organismos internacionales o los vetos de algún miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, no son un impedimento para llevar a cabo sus planes de agresión, ataques e invasión sobre pueblos como el serbio, libio, sirio o cualquiera que responda a la denominación de enemigo de Washington y sus aliados de la OTAN.

Lo más probable es, que en pocos días, no sólo sean visibles naves de guerra inglesas, sino también, en plena operación de intervención, a la VI Flota Estadounidense del Mediterráneo, con sede en la ciudad italiana de Nápoles, que proveerá toda la potencia destructiva que dicha Flota pose y que ya el año 2011 bajo el marco de la Resolución N°1973 del Consejo de Seguridad de la ONU puso en actividad portaviones, buques de asalto anfibio, buques de apoyo logístico, destructores, aviones y hombres enmarcados en las denominadas Task Forces. Todas ellas, fuerzas que se encontrarán que en el Mediterráneo hay también fuerzas navales de la Flota del Mediterráneo de la Federación Rusa y de la República Popular China, que a través de la 20 Flotilla naval que el año 2015 ejecuto importantes ejercicios navales con la Flota rusa estacionada en el puerto sirio de Tartus y unidades venidas desde el Mar Negro.

La operación militar que Washington y sus socios europeos están tramando: especialmente Francia, Inglaterra e Italia, se hace bajo el supuesto objetivo es impedir que negros, árabes, pobres y marginales salgan por puertos libios y sigan incomodando a las sociedades Europeas. Y uso el concepto de pretendido o aparente objetivo, pues el fondo de la política del Leading From Behind de Washington es hacer que otros actúen en función de sus intereses regionales. En materia de inmigrantes, ya se encuentra controlada la zona de África Occidental  a través del trabajo de la Monarquía marroquí y sus enclaves de Ceuta y Melilla. La zona de Oriente Medio a través de la labor represiva del régimen turco y su acuerdo de control con la Unión Europea. La decisión ahora es ocupar Libia y con ello impedir que la frontera sur europea se vea desbordada. Mientras ello no suceda la fosa común en que se ha convertido el Mar Mediterráneo seguirá cobrando su cuota diaria de muertos.

 

Artículo del autor cedido por Hispantv

(1) Según señaló el medio Red Voltaire Interpol distribuyó una nota basada en el pedido oficial del fiscal General de Egipto, Hichem Baraket, donde se acusa a Abdelhakim Belhadj de ser el jefe del Emirato Islámico en Magreb. Ex jefe del Grupo Islámico Combatiente en Libia –  grupo rebautizado en 2007 como al-Qaeda en Libia, Abdelhakim Belhadj trató de asesinar a Muammar el-Gadhafii en 4 ocasiones –entre los años1995 y 1998– por cuenta del MI6 británico. Estuvo en Afganistán junto a Osama ben-Laden. Se le acusa de haber ordenado los atentados perpetrados en Madrid el 11 de marzo de 2004. Arrestado en malasia, el 6 de marzo de 2004, Belhadj es trasladado a una cárcel secreta de la CIA. Como resultado de un acuerdo entre Washington y Trípoli, es reenviado a Libia, donde nuevamente será torturado… por agentes británicos. Liberado el año 2010, Belhadj se refugia en Qatar. En 2011 desempeña un papel crucial en el derrocamiento de la Yamahiriya Árabe Libia y el Consejo Nacional de Transición lo nombra, a pedido de la OTAN, gobernador militar de Trípoli. Desde ese puesto exige y obtiene excusas de Washington y de Londres por el tratamiento que ambos países le habían infligido anteriormente. A fines de 2011, Belhadj se va Siria, donde se pone a la cabeza del Ejército Sirio Libre, creado por Francia para derrocar la República Árabe Siria. Pero no tarda en volver a Libia y pone a la Hermandad Musulmana en el poder en Trípoli. Fue recibido el 2 de mayo 2014 en el Quai d’Orsay – Ministerio de Relaciones exteriores de Francia

 

 

 





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