En la decisión mayoritaria de los británicos por abandonar la Unión Europea se pueden descubrir muchas explicaciones, pero se trata, sin duda, de una resolución que afectará severamente la suerte de todo el Viejo Continente y no sería extraño que provocara un efecto en cadena en que otros países llegaran a adoptar la misma posición. El nacionalismo tan acendrado en los distintos pueblos del planeta, es, muy probablemente, lo que más influyó en los resultados de este referéndum. No solo una unidad de naciones como ésta sufre estos propósitos separatistas; se expresa, también, de muchos países constituidos por diversas identidades que el paso de los años no logra aplacar. Por ejemplo, en el deseo de los vascos, de los catalanes, de los norirlandeses, de los kurdos y tantos otros en constituir un país plenamente independiente y soberano. Así como tampoco han logrado armonizar los pueblos de distinta identidad religiosa o étnica en toda la Tierra.
El sueño de una humanidad unida, que se constituya en una sola aldea global, sigue siendo una gran utopía, una propuesta propia de los vanguardismos que, desgraciadamente, no logra imponerse a los nacionalismos alimentados por pugnas ancestrales, por los propios mercaderes de armas que lucran con sus diferencias y disputas , como por falta de grandeza crónica de los políticos de derecha. Así como tampoco, en más un siglo y medio, el llamado sueño bolivariano ha sido capaz de plasmarse, pese a que tantos políticos que retóricamente apelan a la apuesta de una América Latina unida.
No es que se quiera abolir la justa demanda de los pueblos a ser respetados en su identidad, valores y derechos. En Chile mismo, muchos abogamos por las justas demandas de los mapuches y de las naciones fundacionales estimando que lo peor que puede hacerse es alimentar su separatismo, intentar segregarlos y reprimirlos, como lo han hecho sistemáticamente tanto el Estado como nuestros gobiernos.
México hoy por hoy, es un país muy poco digno de ser imitado; sin embargo es una nación multicultural integrada por más de 60 pueblos indígenas que conservan su idioma y tradiciones, pero que han aceptado la idea de convivir y asumir también su nacionalidad mexicana. Lo de Chiapas, años atrás, fue una explosión que, más que separatista, una que reivindicaba los derechos económicos y sociales de los pueblos aborígenes del sureste mexicano.
Ejemplar es lo que ha resultado en Bolivia, donde la revolución de Evo Morales consagrara una constitución y una convivencia en el reconocimiento de esta diversidad cultural y la participación plena de las identidades indígenas en el gobierno de toda la nación, frenándose con este reconocimiento la desintegración que amenazaba a este inmenso y rico país.
Es evidente que lo decidido por los británicos constituye el triunfo de los sectores más conservadores de un país constituido por distintas identidades que ahora podrían alimentar su deseo de autonomizarse también de la Corona, como la de los escoceses. De alguna forma, la integración europea dejó en suspenso los intentos separatistas al interior de todos los países que pasaron a formar parte de esta gran unión económica y política que, desde hoy, entra en severa crisis. Ojalá que los forjadores de este encomiable pacto reaccionen a tiempo y se hagan las autocríticas correspondientes por su desmedido entusiasmo o por aplicar un centralismo demasiado imprudente, como insensible a las diferencias de sus integrantes.
Ya habíamos visto cómo había explosionado la Unión Soviética para que recién el mundo recuperara la memoria respecto de muchos pueblos y naciones que seguían existiendo y se empeñaban en retomar el camino propio. ¡Vaya como, de nuevo, en tan pocos años nos cambió el mapa europeo diseñado por las dos últimas guerras mundiales.
En nuestro continente, lo propio del pensamiento progresista quizás sea respetar las distintas identidades pero nunca abandonar el sueño de la integración nacional y continental. Es lamentable que gobiernos autodefinidos como vanguardistas o de izquierda sigan practicando la política de aplastar la rebelión de la Araucanía y hacer desaparecer la identidad de un pueblo de la cual tendríamos que sentirnos orgullosos por su legado, procurando elevar sus condiciones de vida, respetando sus creencias y tradiciones para que se sientan, además de mapuches, plenamente chilenos. Ni el genocidio racial, ni el cultural pueden ser la solución; la dramática historia mundial nos ha comprobado que no.
Debiera ser política de nuestro Estado educar a todos los chilenos en el reconocimiento de nuestras raíces étnicas y culturales, de forma que todos asumamos nuestra fuerte y manifiesta condición indígena. Una realidad inicua, que ha condenado a los mapuches a ser “los más pobres entre los más pobres de nuestro país”, es lo que más alimenta el conflicto social político, cuanto nos aleja de la posibilidad de vivir todos en armonía.
En el plano regional, lo que correspondería hacer a nuestros gobiernos es buscar afanosamente nuestra integración. En el caso nuestro, particularmente con los bolivianos, argentinos y peruanos separados por fronteras artificiales, como por la superioridad militar de unos sobre los otros. Sin razón alguna que no sea esta vocación nacionalista de nuestras autoridades y alimentada por los intereses económicos y militares coincidentes con los de los propietarios de los poderosos medios de comunicación.
Nos gustaría observar en nuestra Cancillería, en La Moneda y en el parlamento a líderes que intenten recuperar esa vocación integracionista que hasta hace algunas décadas practicaron nuestros gobernantes. Que pudiésemos superar esos rostros tan adustos e insultantes, por ejemplo, de un ministro como Heraldo Muñoz que, cada vez que toma micrófono, destila odio y rencor contra nuestros países y gobernantes vecinos. Cuando lo que correspondería observar en los socialistas y en los progresistas debiera ser ánimo de concordia y solidaridad, de grandeza bolivariana.
No se da cuenta el Canciller Muñoz que al darle un portazo a la concordia vecinal lo que alimenta, a la larga, es nuestra desintegración interna y la posibilidad de que nuestras identidades indígenas busquen, también, el camino propio.
Camino propio que ha prosperado en Gran Bretaña, pero que seguramente va a conspirar contra su propia integración política cuando los propias naciones que viven bajo una misma Corona descubran que también podrían seguir el camino del nacionalismo, la autonomía o la independencia proclamada por quienes triunfaron electoralmente.