Ayer se votó en la Cámara el proyecto de nueva educación pública y se produjo una rebelión: se ha vuelto habitual que en la Comisión de Educación y a veces también en la sala, los parlamentarios de la Nueva Mayoría votan en contra de su propio gobierno. ¿Qué es lo que a su juicio está pasando ahí?
– Lo que pasa es que la Nueva Mayoría en el fondo nunca tuvo una cohesión política suficiente como para poder emprender reformas tan sustantivas como las que se prometieron en un momento y eso ha llevado a una permanente negociación interna que ha terminado deslavando la posibilidad de reformas que sean efectivamente transformadoras y que no se limiten solamente a un perfeccionamiento del mercado.
¿Tiene sentido el proyecto de nueva educación pública si no se cambia el sistema de financiamiento y si no se tiene a la matrícula como único criterio?
– Desgraciadamente el gobierno omitió uno de los ejes centrales del problema de la debacle de la educación pública que es justamente el modelo de financiamiento. A través del sistema de vouchers se instaló un sistema de financiamiento que obliga a los colegios a competir entre ellos, bajo la presunción de que la competencia es la solución a todos los males y lo que garantiza calidad. Así, en vez de establecer una red de colaboración entre ellos, los colegios están compitiendo para sacarle alumnos al otro, para retener la matrícula y eso desgraciadamente no se tocó en este proyecto. Se lo hicimos ver al gobierno y desgraciadamente no escucharon. Lo que ellos señalan es que van a presentar un proyecto más adelante respecto al tema del financiamiento. Pero la verdad es que a estas alturas uno tiene un legítimo escepticismo respecto de las promesas que realiza este gobierno.
¿Por qué también se ha enredado tanto la discusión sobre educación en el parlamento? Hay algunos que dicen que es porque el gobierno no tiene poder de transformación. ¿Será eso o tendrá que ver con otros problemas, como por ejemplo la convicción?
– Yo creo que tiene que ver con dos problemas. Uno, más que la convicción, tiene que ver con la falta de coherencia y cohesión política del gobierno, y lo otro es que el gobierno no tiene inserción en los movimientos sociales y por lo tanto no se apoya en ellos para llevar adelante esta reforma. Esta reforma si la hicieran en función de lo que se prometió durante la campaña de gobierno, debiera ser profundamente transformadora y bastante estructural. Y para llevar adelante reformas estructurales no basta con la tecnocracia. Hay que apoyarse en fuerzas sociales vivas como el movimiento estudiantil, como los profesores, la gente de la educación. El gobierno ha omitido eso y se ha dedicado, más que a apoyarse en estos movimientos sociales, a negociar con ellos sin nunca dejar contento a nadie. Pasó con la carrera docente de los profesores, pasó con la ley de inclusión con los estudiantes secundarios, está pasando en la ley de educación superior. Es bien expresivo de una forma de hacer política, que yo diría que va cada vez más en retirada, pero que el gobierno trató de darle un último aliento recogiendo ciertas demandas del movimiento social, pero terminó tergiversándolas.
Hacer política sin sociedad no es, en el fondo, hacer política.
– Fue lo que se entendió como hacer política durante todo el régimen de transición de Chile y todavía quedan los estertores de esta misma lógica. Lo que nosotros postulamos desde el movimiento Autonomista, dese fuerzas emergentes y no solamente nosotros, yo creo que Revolución Democrática, la Izquierda Libertaria, la Unión Nacional Estudiantil; que justamente ese ciclo va en retirada. Pero todos los partidos de la transición siguen teniendo un poder formal importante y por lo tanto siguen ejercitando estas lógicas en el ejercicio del poder.
Lo que plantea es una suerte de sentido común distinto al modo en que en general se han manejado los parlamentarios en cuestiones formales, pero también hay códigos y hay maneras de hacer política. ¿Qué balance hace al cabo de este tiempo respecto a lo que ha significado su presencia en el Congreso Nacional?
– A mí los códigos de formalidad en el parlamento que no tengan sentido, la verdad me dan lo mismo. Las tradiciones, cuando se vacían de sentido dejan de serlo y pasan a ser meros ritos u obsesiones. Mi balance es de dulce y agraz, ha sido un período de aprendizaje muy potente, donde yo creo que hemos puesto la diputación a disposición de los movimientos sociales para llevar sus demandas. Ahora estamos plenamente conscientes de la marginalidad que significa tener un parlamentario de 120. Ha sido también un proceso muy desgastante, yo soy parlamentario por la región de Magallanes, que es la región donde nací, donde me crié, donde pretendo vivir de aquí en adelante, y la verdad es que es muy desgastante estar viajando permanentemente. Estoy bien reventado, la verdad, pero es algo que siempre he dicho, que la política tiene sentido sólo cuando es un proyecto colectivo. La política no es un espacio para aventuras individuales o para quijotadas. Entonces, pensando en el futuro, es muy importante que seamos capaces también de renovar los liderazgos, renovar las caras públicas de la izquierda emergente. Porque si nos mantenemos los mismos, al final no podemos quedarnos siempre en esta suerte como de denuncia, sino que tenemos que ser capaces de influir en la política. Para eso se requiere una ampliación del campo de la izquierda, tanto dentro de las instituciones como fuera de ellas.
¿Y se puede hacer sin el financiamiento de los ricos? El diputado Fuentes decía anteayer que no.
– Yo respeto profundamente a Iván Fuentes, sin embargo creo que se equivocó y que debe ser juzgado con la misma vara que el resto de los financiamientos irregulares, de quienes acudieron al empresariado para financiar sus campañas. Al diputado Fuentes no se le puede tratar con una suerte de paternalismo por su origen social ni tampoco se le puede eximir porque no sabía. Ahora, evidentemente el senador Patricio Walker tiene gran responsabilidad en esto pero lo que quiero señalar es que esta no es la única forma de hacer política. Hay dos ideas que se están instalando a propósito de este caso que me parecen sumamente nocivas para la política en general: uno, que la única manera de hacer política es acudiendo al gran empresariado para financiarse, subordinándose a ellos, y en segundo lugar el alegar inocencia diciendo que no le compraron la conciencia, el mismo argumento de Carlos Orpis, de Pablo Longueira, de Carlos Ominami, etcétera. Acá el gran empresariado no hace caridad, invierte. Y en algún momento va a tratar de recuperar su inversión.
O sea, cuando un empresario financia a un político siempre obtiene algo a cambio.
– O por lo menos lo pretende. Y ahí hay que marcar un límite. Lo que me parece importante señalar como principio es que las fuerzas emergentes de izquierda tenemos que levantar una barrera infranqueable entre el empresariado y la política.
Si uno constata que durante los últimos 26 años los grandes empresarios han financiado toda la política, la conclusión que se puede sacar es que quienes han gobernado indirectamente han sido ellos.
– Creo que han tenido una influencia por fuera de los canales democráticos tremendamente fuerte y es cosa de preguntarse por qué seguimos teniendo prácticamente el mismo modelo de producción que consiste básicamente en picar cerros o en extraer recursos naturales sin darles mayor manufacturación, por qué SQM sigue siendo una empresa privada, por qué no se han tocado las AFP, por qué el estado de la educación se ha mantenido durante tanto tiempo y ahí uno ve el contubernio que existe entre política y empresarios, que es bien preocupante y que no podemos naturalizar.
En las contiendas electorales pasadas, casi siempre la izquierda fue atomizada, con cuatro o cinco candidatos, peleada al interior de sí misma, sin capacidad de generar alianzas amplias ni proyectos de largo plazo. Tenemos en los próximos meses una elección municipal, que siempre es una suerte de prólogo para las parlamentarias y presidenciales del año siguiente. ¿Cómo se ve esta vez el escenario?
– Yo creo que estamos todavía en proceso de articulación, pero a diferencia de años anteriores veo con más optimismo la voluntad que existe dentro de los grupos de izquierda por fuera de la Nueva Mayoría de avanzar hacia terminar con la fragmentación de nuestras organizaciones. En ese sentido, lo que pasó en la primaria de Valparaíso para mí es muy representativo y marca un hecho de cómo deberíamos actuar. Ese es el camino que deberíamos recorrer, hemos estado conversando permanentemente con la Izquierda Libertaria, con la Unión Nacional Estudiantil, con el Partido Humanista, también, y la verdad que estoy optimista con el futuro a mediano plazo. Estos son procesos que no se pueden limitar solamente a procesos electorales, las elecciones no pueden ser lo único que ponga los tiempos de la política, acá lo importante es estar inserto en luchas sociales vivas, reales, concretas y justamente en esa dirección estamos trabajando.