Después de las primarias han quedado principalmente dos candidatos, Donald Trump y Hillary Clinton que presentan estilos diferentes, junto a sus personalidades y tendencias. El primero sorprendió a muchos este año al detectar tempranamente y al saber capitalizar el descontento generalizado que existe principalmente entre los hombres de raza blanca, sin educación universitaria, que no han logrado salir a flote después del desastre económico del año 2008. En esos años, los Bancos y Wall Street salieron rápidamente a flote al recibir una pronta ayuda fiscal, mientras en la periferia, millones de familias endeudadas, luchaban en el desamparo y continuaban pagando por sus casas que perdían rápidamente su valor. La realidad mostró que la ayuda destinada a ellos fue mínima.
Es cierto que el gobierno puso en práctica algunos programas de ayuda financiera, pero más que nada para mostrar que algo se hacía. Se implementaron unos programas gubernamentales donde los Bancos, teóricamente, estaban obligados a ayudar a estas familias a refinanciar su deuda (basado en el nuevo valor que estaba adquiriendo la propiedad), pero había que vencer obstáculos burocráticos tremendos para que las gestiones resultaran exitosas. En ese sentido, Obama, al principio de su mandato, descuidó a esa clase media que había sido tremendamente afectada por el descalabro económico. A lo mejor siempre tuvo como misión ayudar a esa población de endeudados, y simplemente se concentró primero en la ayuda hacia sistema financiero imaginando que después tendría tiempo para ayudar a los demás; pero esa estrategia no se implementó. No tuvo éxito porque a los dos años de su mandato, Obama, perdió la mayoría en la Cámara de Representantes y también en el Senado donde, desde ese momento, cada iniciativa suya fue detenida sin miramientos por una oposición intransigente y feroz…. en el fondo todo lo que viniera de un presidente “Blackenstein” (Black o negro + Frankenstein) había que pararlo en seco y dejarlo sin alternativas. Esa oposición exagerada a sus políticas presentadas al Senado y sobre todo a la Cámara de Representantes, tuvo y todavía tienen, una fuerte componente racista, donde incluso antes de que esas iniciativas fueran discutidas, estas fueron (y todavía lo son, como se ha demostrado con la negativa a considerar al nuevo candidato al Tribunal Supremo propuesto por Obama recientemente) desestimadas de antemano porque el objetivo era (y es) en transformar a Obama en un presidente fracasado, un perdedor.
Algunos economistas mencionan también otra posibilidad que explicaría esa inacción frente a una clase media endeudada y en apuros. Mencionan que Obama, inicialmente, demoró su ayuda no porque hubiese estado completamente en el bolsillo de Wall Street, sino porque sufrió de un “prejuicio cognitivo” (cognitive bias), donde debido a la ayuda financiera que recibió de Wall Street durante su campaña presidencial simplemente les dio atención preferencial a ellos.
Las políticas de obstrucción y sus consecuencias
Lo paradojal es que los republicanos también han sido perjudicados al implementar esa política de obstrucción total hacia las políticas de Obama. Al actuar de esa manera han terminado perjudicando también a su propia base, a esos hombres y mujeres de raza blanca, sin educación universitaria, que se han visto abandonados y sin poder avanzar desde la gran recesión del año 2008. Justamente de ahí ha nacido Trump y sus seguidores; él fue uno de los primeros en percibir ese descontento en la poblaciónn, tomándole la delantera a políticos sazonados, de mucha experiencia, y adueñándose de la agenda política de su partido. Y así es como en la actualidad, los líderes tradicionales del partido republicano, la élite, ha quedado patéticamente a la orilla del camino. Jeb Bush, por ejemplo, pese a que empujó a su madre en silla de ruedas para que lo ayudara en su campaña, fue rápidamente despachado y sin miramientos por un Donald Trump que sembró el desconcierto y generó un terremoto político.
Increíblemente Trump no ha sabido y no ha entendido que las primarias de su partido ya se terminaron y que él triunfó. No ha sabido adaptarse a una elección que ahora adquiere otro carácter, que es distinta, y donde tiene que conseguir el apoyo de los independientes e indecisos. Ya terminó el proceso de las primarias, donde cada elector registrado en sus respectivos partidos escogía a su representante. Trump ganó las primarias de manera arrolladora y sorpresiva, dirigiéndose, y a lo mejor descubriendo, a esos hombres y mujeres mayoritariamente blancos que sienten que han perdido el rumbo, que han sido perjudicados frente a la globalización y al inmigrante de otro color y otra cultura. Antes, en las primarias de su partido, simplemente tenía que dirigirse a ese público republicano ubicado en el extremo político, casi fundamentalista, para que lo apoyaran. Esos seguidores suyos le han sido inmensamente leales, tanto que Trump llegó a exclamar –y con bastante razón- que él incluso podía disparar y matar a alguien en plena calle de Nueva York y sus partidarios seguirían apoyándolo. Lo triste es que desgraciadamente está en lo cierto. Pero ahora la elección es diferente, la elección finalmente es presidencial, donde gentes de todas las tendencias, incluyendo a los independientes, tienen que escogerlo… y principalmente ahora, Trump tiene que hablarle a ellos, a estos últimos, que pertenecen a un grupo menos fundamentalista y que de ninguna manera lo elegirían si le dispara a alguien en una avenida de Nueva York. El problema que se le presenta, es que ya no existen suficientes hombres blancos, insatisfechos, que solos, con el apoyo de ellos solamente, se pueda triunfar en una elección presidencial de esta naturaleza. Por eso –y esto no es nuevo o un descubrimiento reciente- los candidatos -republicano y demócrata- no solo se esfuerzan por asegurarse su base de apoyo tradicional pero también se esmeran por atraer a los indecisos y los independientes. A los afroamericanos y latinos, por ejemplo.
En el año 2012, al perder las elecciones presidenciales y después de una fuerte autocrítica, el partido republicano concluyó que en el futuro tenía que transformarse en un partido más inclusivo, más diverso, si aspiraban tener éxitos electorales en los años venideros. Proponían que era fundamental atraer sobre todo a los hispanos, y a los negros, los asiáticos, y a los hombres y mujeres de todos los colores. Pero como Trump no necesitó de ellos para triunfar en las primarias, parece que ese concepto no lo consideró o simplemente no le importa. El ve un estadio repleto en sus eventos y cree que eso es suficiente, y desgraciadamente -para él-, se sigue comportando como si todavía estuviera compitiendo en la primarias. Y últimamente también se las ha arreglado para alienar a muchos políticos importantes de su propio partido, como John McCain, Paul Ryan y el candidato presidencial republicano del año 2012, Mitt Romney. Los ha insultado tratándolos de perdedores, como si todavía estuvieran participando en su show mediático de la TV que tanto éxito tuvo hace algunos años (The Aprentice). Trump no ha sabido, y ahora creo que simplemente no puede, -no sabe cómo hacerlo-, conquistar a gentes de tendencia más moderadas. Él simplemente goza desparramando insultos en sus eventos, y frente a unos seguidores delirantes que lo aplauden a rabiar como ocurriría en un reality show cualquiera. Felizmente todavía no le ha disparado a nadie en Nueva York, pero ha hecho algo parecido al enredarse a bofetadas contra los padres musulmanes, Khizr y Ghazala Khan, padres de un hijo muerto en la guerra de Irak. Al atacarlos cruzó una línea que pocos le perdonan, exceptuando por supuesto a sus empedernidos seguidores que le perdonan eso y mucho más. Ya anteriormente había insultado a los hispanos, a las mujeres, y al Papa. Es difícil entender cómo Trump piensa ganar el estado de Florida, por ejemplo, un estado crítico en cualquier elección presidencial, despreciando a los hispanos, un grupo que abarca a más del 10 por ciento de la población. Cuesta entender cómo Trump no registra esa realidad que le puede resultar fatal.
En medio de este remolino, Hillary Clinton prácticamente no ha tenido que hacer nada extraordinario para encaminarse, una vez finalizada la convención demócrata, como la candidata favorita a ganar la presidencia; simplemente le instala palitos a Donald Trump –para que este los pise y se tropiece (como ocurrió con la familia Khan)- y luego le ofrece suficiente soga para que este también se ahorque, solo y delirante, frente a toda la nación y al mundo. Ante esa serie de vergonzosos espectáculos, cincuenta prominentes republicanos, muchos de ellos ligados a la seguridad y defensa nacional y que trabajaron en administraciones republicanas anteriores, han expresado en una carta pública (8 de Agosto) que Trump es un peligro para los Estados Unidos, y que carece del temperamento adecuado para ser presidente. Frente a estos bochornos, se ha hecho evidente que ya son muchos los republicanos que están entrando en un estado de pánico y zozobra porque perciben que la derrota electoral puede ser aplastante; tanto, que incluso pueden llegar a perder la precaria mayoría que ahora tienen en el Senado. Hay que recordar que en Noviembre, además de la elección presidencial, se renueva también un tercio del Senado y la Cámara de Representantes, y se anticipa que muchos republicanos tradicionales, desencantados con Trump, aburridos de su conducta y su temperamento, pueden abstenerse y simplemente no votar, dándole así una gran ventaja a los demócratas.