Tras la final de la Supercopa, ganada por la Universidad Católica (2-1) en Concepción, muchos dijeron “que ahora si se había acabado el crédito” y se lanzaron sin reparos contra Sebastián Beccacece y su cuerpo técnico. Arguyendo un nuevo “fracaso deportivo” se permitieron cuestionar con ligereza el profesionalismo y la dedicación de un grupo de trabajadores. Parece que la idea, tras los insultos y los falsos argumentos esgrimidos, era únicamente despojar definitivamente al entrenador del cargo que ostentaba y que muchos (que tampoco han ganado nada) ya codician.
Después de la derrota el análisis del partido ya no era importante porque la exigencia a esa altura era únicamente ganar, ganar de cualquier forma. Y es precisamente esa urgencia la que debilitó y aumentó el nerviosismo azul. Otra vez la U no jugó mal, pero de todas formas cometió errores infantiles y esos le costaron el partido. Además se creó varias opciones y no pudo resolverlas favorablemente. Terminó encerrando a su rival en el campo propio, pero fue inoperante para ejecutar esa superioridad. Deportivamente es cierto que hay ideas que no cuajaban, que les costó salir jugando limpio cuando los presionaron y que hubo pocas variantes que diversificaran el ataque. Además hubo rendimientos individuales bajos que afectaron considerablemente la productividad colectiva y un visible desconcierto generalizado frente a la adversidad. En eso había que trabajar, pero era innegable que había mejorado ostensiblemente la propuesta inicial.
Hoy debemos recordar que el éxito deportivo no necesariamente está ligado a la competencia del entrenador porque en el deporte, el trabajo no es directamente proporcional al triunfo. Uno puede matarse laborando y dedicar largas jornadas al perfeccionamiento y de igual modo perder por un detalle. Tampoco los millones invertidos son garantía para ganar, esa es otra ridícula premisa. Lo que sí es innegable es que quien trabaja bien se acerca más a la posibilidad de triunfar, pero eso no es determinante por sí mismo. Los resultados deportivos son más complejos (y en el fútbol son necesarios) y es un error dejarse llevar por la pasión de la cancha y el estadio. Beccacece no es ningún incompetente trabaja con una buena metodología y conoce bien el juego aunque la prensa quiera convencernos de lo contrario.
Con respecto al programa técnico, uno podía darse una vuelta por el CDA y ver cómo trabajaban y cómo se esforzaban por mejorar al equipo. Incluso hay videos en las redes sociales donde se aprecia intensidad y mucha dedicación en la tarea. Pese a esto, como no conocemos a fondo el trabajo que realiza el entrenador nuestra opinión termina siendo superflua. Pero quienes sí conocen muy bien el tema son los jugadores del plantel. Ellos mejor que nadie saben si han trabajado correctamente, si la cotidianidad los hizo mejorar como futbolistas, si el trabajo diario fue oportuno y bien dirigido y si todavía había convencimiento en el proyecto que les era transmitido desde el cuerpo técnico. Hasta hoy y pese a los constantes rumores o chismes, los jugadores siguieron apoyando públicamente al entrenador y sus colaboradores lo que debería haber significado un soporte determinante.
Por otro lado el entrenador argentino no dejó de enfrentar cuestionamientos injustos sobre su salario y el alto precio de la clausula de rescisión. Decían sin tapujos que sólo la alta indemnización lo mantenía en el cargo. En este punto cabe decir que los contratos se firman entre dos partes y, en este caso, las condiciones fueron fijadas por ambos y revisadas posteriormente de ese mismo modo. Acá no hubo engaño ni aprovechamiento de nadie. Los dos sectores fijaron su postura y defendieron sus intereses sellando acuerdos legítimos y legales. Darle vueltas a ese asunto o publicar cifras que incendiaron la pasión de los aficionados fue también perverso y reprochable.
El enojo del hincha era comprensible porque a ellos les importan los resultados por sobre el juego y poco o nada la forma de trabajar. Y los resultados en la cancha a todas luces no fueron buenos. Los insultos que le han proferido después de la final perdida y las pintas en el CDA, pueden entenderse y comprenderse en la esfera del hincha que sufre su derrota, pero no se justifican ni relacionan con una actitud laboral o profesional reprochable. Mucho menos son elementos para pedir la renuncia de nadie. No quepa duda de que si Sebastián Beccacece o alguien de su cuerpo técnico hubiera sido poco profesional, se hubiera ausentado del trabajo y no cumpliera con sus horarios y obligaciones hubiera sido cesado mucho antes.
Suponemos que el Club Universidad de Chile y la concesionaria que actualmente dirige la institución, tienen sus propios mecanismos de evaluación de proyectos y resultados y también un calendario para ello. Sin embargo, parece que han decidido dejarse llevar por la opinión popular. Sorprende porque sólo hace algunas semanas el mismo Carlos Heller, presidente de Azul Azul, había dicho respecto del cuerpo técnico desvinculado, que le sorprendía la forma de trabajar, la dedicación que brindaban y que el empeño diario era innegable. Que se respetarían los plazos y que en diciembre el Club realizaría su evaluación del proyecto. Sólo diez meses duraron las aspiraciones de grandeza y la paciencia del presidente. Ahora desde la distancia, sin dar la cara y faltando a los acuerdos suscritos decide la salida más fácil e incierta. Que se vaya el cuerpo técnico y venga una dupla interina hasta fin de año. “La gran solución” es vergonzosa porque con ella se da por sentado que la U se despide de la lucha por el torneo, la Copa Chile y los campeonatos internacionales y que en todo este tiempo de rumores, falsas confirmaciones y derrotas, ni siquiera habían planeado otra opción. Eso sí es incompetencia.
Mucho más vergonzoso e indignante resulta que haya “periodistas” y sectores supuestamente especializados que se han dado a la tarea de exigir insistentemente el despido del entrenador. ¿Quiénes son ellos para pedir que otro profesional pierda su trabajo? ¿Les parecería bien que todos pidiéramos su renuncia después de cada análisis o comentario errado que suelen hacer? Irresponsables sin ética y bipolares de ocasión. Ya sabemos que a ellos priorizan únicamente vender y ojalá con títulos bien rimbombantes para engañar a los incautos. Sobre todo cuando ya nadie los lee o han perdido la poca credibilidad que un día tuvieron.
Sebastián Beccacece no pudo imponerse a las constantes derrotas y decepciones azules. Ellas pueden justificar su salida, pero no pueden ser un parámetro para medir su dedicación laboral y profesionalismo. Tampoco pudo imponerse a la prensa y sus conocidos vicios de desinformar y exaltar lo extra deportivo. Ahora todo será culpa del entrenador y sus ayudantes y los harán pedazos por cualquier detalle. La U venía jugando mal mucho antes de Beccacece y perdiendo feo también, entonces uno advierte que quizá el problema va más allá del entrenador, aunque hoy sea el hilo más fácil de cortar. Quizá cuando los dirigentes se laven las manos asignando culpas y el medio termine de hacer leña del árbol caído recién alguien se ponga a pensar en el futuro del Club que debió haber sido la prioridad.