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Una Soberana que reina pero no gobierna

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Martes 22 de noviembre 2016 8:48 hrs.


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En la comedia o teleserie que todos los días seguimos sobre la Nueva Mayoría, ayer fue el día de los abrazos, de la reconciliación entre los actores que estaban en disputa por conquistar los favores de Michelle Bachelet que ya sabemos reina, pero no gobierna. Cuando tanto se ha comprobado que se obliga a mantener en su entorno figuras tan controvertidas como la de su ministro de Hacienda y otros personajes que pululan por su más íntimo entorno. Una reina madre que disfruta con los viajes al extranjero donde es reconocida todavía como un referente político, mientras aquí en Chile la castigan severamente las encuestas y hasta los príncipes de su conglomerado la critican y desprecian.

En un capítulo que será inolvidable en nuestra política, nos quedaremos con las sonrisas que ayer se cruzaran entre la princesa de la Democracia Cristiana y el mandamás del Partido Comunista, que durante las semanas anteriores se robaran la película con sus desavenencias y respectivos “congelamientos” a La Moneda. Sin que ambos o los otros cinco actores del conglomerado oficialista lograran sacar a Su Majestad de su empecinamiento por mantener a los miembros de su círculo de hierro que, como se sabe, cumplen el papel de bufones más que de asesores y realizadores. Personajes mucho más expertos en tomar la guitarra y recordarle viejas melodías de protesta setentera u ochentera a doña Michelle que en definir políticas de estado y defenderlas. O en saber relacionarse con las cortes legislativas y los partidos que debieran comportarse como auténticos vasallos, pero que, como lo comprobamos, suelen tener rabietas y desaguisados que, a ratos, amenazan quebrar la unidad del reino.

Hasta que se acuerdan, respectivamente, que ellos sí deben velar por los cientos de cortesanos que ocupan funciones en la administración pública, las cuales son bien cuoteadas y remuneradas para gozar de un placentero presente y porvenir. Tanto que se permiten derivar o invertir parte de sus estipendios en sus propias colectividades para financiar su principalísima obsesión, esto es, mantener un buen desempeño electoral. Al menos dentro de ese 30 o 35 por ciento de incautos (ciudadanos los llaman)  que todavía cumplen con ese antiguo rito democrático de sufragar.

Estamos seguros que el episodio de ayer debe haber arrancado lágrimas incluso entre los más adeptos demócrata cristianos y comunistas, aunque los que observaban la escena de aquellos guiños y cerradas de ojos frente a las cámaras de televisión no parecían tan seguros de que tal reconciliación fuera muy efectiva y fuera a perdurar más que una noche o semana nupcial.

Lo importante es que, por ahora, la tormenta ha amainado, que los inconformes con las decisiones de la Madre Reina parecen entregados sin opción. Lo que debe explicarse en la amenaza de que se les hiciera en cuanto a que doña Michelle pudiera buscar el apoyo entre sus supuestos opositores, más que de sus aliados naturales, a objeto de completar su reinado que todavía debiera extenderse por otros 18 fatídicos meses. Año y medio en que lo principal será empatar el tiempo, no implementar cambio alguno que pueda intranquilizar a las cortes ni a ese Gran Tribunal Constitucional legados con la Constitución, leyes y modelo económico social por ese soberano que se impusiera a sangre y fuego,  y se constituyera en el gobernante de más larga vida en el trono de nuestra Capitanía General.

Tiempo en que prosperarán todavía más interesados en cruzarse la banda tricolor y sentarse en ese Palacio Presidencial que nunca más volvió a lucir como lo hiciera antes del bombardeo el incendio de 1973. Cándidos personajes, también, que en una de esas alguien atina a convocar al pueblo para ingresar en andas a La Moneda. Contrariando el deseo general de las castas gobernantes, cual es el de transitar perpetuamente entre el gobierno y el Parlamento, repetirse una y otra vez el plato y recibir las migajas de un poder que en realidad administra la Sofofa, los grandes empresarios, como los inversionistas extranjeros que dictan toda la política interior y exterior del reino de Chile. Y mantienen, por ejemplo, férreamente en sus cargos a los ministros de Hacienda, aunque consientan con uno que otro reemplazo entre sus súbditos menores del Reino.

“Hombres de negocios” (porque a ese nivel no se destacan precisamente las “mujeres de negocios”) que, a pesar de la crisis económica del Reino, acaban de reconocer utilidades en sus respectivos feudos que superan el doble o el triple de sus ganancias respecto del año anterior. Lo que les permitirá disponer de recursos, otra vez, para financiar las campañas de los antecesores de nuestra Reina Madre. De los dos o cualquiera de los dos, porque ellos no reconocen, en realidad, diferencias reales entre los infantes Piñera y Lagos. Seguramente, advertidos por esa sentencia evangélica de que “por sus frutos los conoceréis”. Cuestión que ambos ya tuvieron la oportunidad de demostrar.

Así como tampoco estos hombre “de empresa” reconocen diferencias entre leninistas, socialistas, socialcristianos y socialdemócratas apoltronados en el Congreso, los municipios e, incluso, en los directorios de los bancos y sociedades anónimas que también le han ofrecidos cupos y les han abierto sus salones. Aunque ahora, en este último tiempo, manifiestan alguna inquietud por quienes se presentan ante el estado llano con otras extrañas denominaciones como sindicalistas, anarquistas, trotskistas y otros. Que, de juntarse, podrían poner en jaque no solo a la Reina sino a todo nuestro ajedrez institucional. Por lo que tendrán que destinar, de nuevo, algunos pesos para abrirle el apetito a esos consabidos caudillitos y reyezuelos que dicen representar a la izquierda. A objeto, nada más, que mantengan sus capillas y divisiones para que nada amenace la estabilidad de nuestro Reino de Chile. Un trabajo sucio para lo cual cuentan con los Ponce Lerou y otros recién arrimados a la estirpe empresarial.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.