China, la segunda potencia económica mundial, se ha lanzado de lleno a lo que analistas y medios de comunicación han denominado: La Conquista de Latinoamérica.
Ello, en una política llevada a cabo por su presidente Xi Jinping, que desde que accedió al poder el año 2013 ha visitado la región en tres ocasiones. En esta última visita, efectuada entre los días 17 y 23 de noviembre, el líder chino privilegió a tres países de la costa del Pacífico con los cuales Pekín mantiene una importante relación: Ecuador, Perú y Chile.
Con una China volcada en una nueva etapa en sus relaciones con Latinoamérica, estamos en presencia de un proceso de “conquista” muy distinta a la forma en que Estados Unidos – otrora presencia omnipotente en la región – generó sus vínculos con una Latinoamérica considerada el “patio trasero” de Washington. Una Latinoamérica, que ha soportado décadas de sometimiento, intervenciones militares, apoyo a golpes de Estados propiciados por las administraciones de gobierno estadounidenses y sus agencias de inteligencia, además de una relación de dependencia política, económica y militar con muy pocas excepciones, como fue el caso de la Revolución Cubana, además de experiencias fallidas y coartadas, precisamente por el influjo y la intromisión estadounidense ejemplificadas por el Chile de Salvador Allende o la revolución sandinista en Nicaragua. Una historia que se ha develado en toda su intensidad a partir de la muerte del Comandante Fidel Castro Ruz un estandarte en materia de lucha antiimperialista.
Un recambio beneficioso para Latinoamérica
Estados Unidos, si sólo consideramos a los dos últimos presidentes – George W. Bush y Barack Obama, han mantenido una relación, con la zona sur del continente americano, basada en el olvido consciente, más allá de su pugnas con los gobiernos de Cuba, la Venezuela Chavista, Bolivia y algún amago de conflicto con una Argentina gobernada primero con Néstor Kirchner y posteriormente por Cristina Fernández y el Brasil del PT. Misma decisión de olvido y desprecio, que ya ha esbozado su mandatario electo el magnate Donald Trump, más preocupado de impedir el ingreso de inmigrantes, expulsar a unos cuantos millones de estos, castigar a Cuba y Venezuela y deshacer todo acuerdo comercial en el que no cree, como es el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica – TPP por sus siglas en inglés – desahuciado públicamente el pasado martes 22 de noviembre por Trump, mediante la emisión de un video. Decisión que puede significar para China una tremenda oportunidad de ampliar aún más sus relaciones comerciales y políticas con Latinoamérica y encabezar un área regional Asia-Pacífico, que constituiría el mayor mercado del mundo
Con la caída de los socialismos reales, a fines de la década de los 80 del siglo XX y a la par del proceso de globalización, la presencia de Estados Unidos en Latinoamérica comenzó lenta y sostenidamente a presentar competencia, principalmente en el plano económico. La Unión Europea – UE – Japón y una tímida República Popular China comenzaron a ganar terreno en la región, gracias, sobre todo, a un Estados Unidos volcado mayormente en el mercado Europeo, asiático y sus crónicos afanes hegemónicos políticos, económicos y militares, que comenzaron a restar su presencia e influencia en esta parte del mundo en forma cada día más notoria a la par de la proyección de proyectos de integración regional como MERCOSUR y otros de tinte bolivariano como han sido aquellos encabezados por la Venezuela del fallecido Hugo Chávez.
Ese espacio ha tenido una dinámica de copamiento por parte de una China pujante, en un ascenso que ha resultado imparable y que se expresó nuevamente en la visita de sus más altas autoridades, con una primera parada en su periplo: Ecuador. Allí, junto al presidente ecuatoriano Rafael Correa inauguraron la multimillonaria central Hidroeléctrica de Coca Codo Sinclair. Además de suscribir acuerdos de cooperación en el campo judicial, económico y cultural. Luego se trasladó a Perú donde participó en la Cumbre de la APEC junto a los presidentes de Estados Unidos Barack Obama y de la Federación Rusa, Vladimir Putin. En la capital peruana, Xi Jinping, junto al mandatario peruano Pedro Pablo Kuczynski clausuró el año de intercambio cultural entre China y Latinoamérica y el Caribe, además de firmar nuevos acuerdos y ratificar otros en el campo de la minería, energía e infraestructura. Más al sur, en Chile, el mandatario chino y su colega Michelle Bachelet firmaron una serie de acuerdos comerciales, ampliando de esa forma el Tratado de Libre Comercio firmado hace una década, sobre todo en las áreas de economía, comunicación y comercio.
Con tasas de crecimiento – que entre los años 1979 y 2009 se situaron en el 10% anual – con una leve baja en el último lustro, pero que igualmente ha significado crecer al 7% anual, China ha escalado posiciones en el concierto internacional, que la sitúa hoy disputando la hegemonía que tras la Segunda Guerra Mundial y hasta fines de los socialismos reales, estaba en manos de Estados unidos, Japón y Europa. Una China, con una capacidad productiva, que en menos de tres décadas sacó a cientos de millones de habitantes de la pobreza, sin apenas modificar sensiblemente su gestión política.
China ha sido el ejemplo de un país, que en lugar de disminuir el papel del Estado, como ha sido la receta clásica del neoliberalismo impulsado por Estados Unidos, muestra a un Estado como motor del desarrollo, muy distante a la negativa influencia del Consenso de Washington y sus recomendaciones a las economías latinoamericanas como respuesta a los males crónicos que sufría nuestra región desde la década de los 50 del siglo XX. Recetas establecidas por los organismos financieros internacionales y que significaron, especialmente para Latinoamérica, disciplina macroeconómica, economía de mercado y apertura al exterior, que en lenguaje llano significó: ajustes fiscales, reformas de pensiones, disminución del papel del Estado, privatizaciones de empresas públicas, aumento de la deuda externa e inversión privada extranjera, muchas de ellas capitales golondrinas, que volaban a la primera de problemas.
A diferencia de este Consenso, China estableció una manera de enfocar sus relaciones políticas y económicas de una forma diferente a la establecida por Europa y Estados Unidos y que le ha permitido avanzar a grandes pasos en la consolidación de su condición de potencia económica mundial: compromiso con la innovación y la experimentación. No tomar el PIB como meta del modelo de desarrollo económico, sino más bien establecer pautas basadas en un modelo de desarrollo sostenible y sobre todo pragmático. Es interesante hacer notar que los propios analistas económicos internacionales, que mencionan el denominado Consenso de Washington, cuando se trata de China asimilan dicho concepto, como es el caso del analista económico Joshua Cooper Ramo, que acuño el año 2004 el concepto de “Consenso de Beijing” para referirse a un modelo político y económico basado en la autodeterminación a la hora de establecer, fijar y concretar sus políticas económicas, sobre todo el área de la soberanía financiera. De esa forma se blinda a China de las injerencias del mundo occidental o de potencias cercanas como Japón o del sudeste asiático, lo que implica, igualmente, proteger sus decisiones políticas.
Relaciones pragmáticas
Ese modelo es el que presenta China al mundo latinoamericano, definiendo como base de sus relaciones con el mundo el respeto mutuo, con la firme decisión de honrar las decisiones internas y privadas que tomen los países en desarrollo y sus gobiernos y esperando el mismo trato de vuelta. China ha definido y enfrenta su comercio internacional, la concesión de créditos, las inversiones o proyectos de cooperación bajo la premisa de no imponer condicionamientos políticos. La regla es sencilla, aplicada así incluso en las relaciones diplomáticas que se tuvo con la Dictadura Militar del ex general Augusto Pinochet, régimen que rompió relaciones diplomáticas con todos los países del campo socialista excepto con la República Popular China.
Una China que actúa bajo la lógica de “Si se trata de un país con materias primas que China desea y necesita, China está en condiciones entonces de establecer negocios, sin tener en cuenta lo que occidente piensa de esa relación y sin opinar o valorar sobre un eventual cumplimento o no de algún aspecto de los derechos humanos o del cuidado del medio ambiente o alguna otra cuestión de principios y/o de carácter interno”. Práctica que ha merecido la crítica de organizaciones de derechos humanos en el mundo.
Lo mencionado se da en un marco de relaciones comerciales estrechas y profundas con una Latinoamérica, que goza de un desarrollo intenso y dinámico con China y que ha significado, por ejemplo, que entre los años 2005 al 2014 la República Popular China otorgara 120 mil millones de dólares a países de Latinoamérica, estableciendo además un fondo de inversión para la cooperación bilateral en áreas de biotecnología, minería y proyectos de infraestructura que supera los 15 mil millones de dólares. A ello adicionemos la decisión de las autoridades chinas, expresada por su presidente Xi Jingpin de invertir entre los años 2016 al 2026, otros 250 mil millones de dólares. Ese tipo de decisiones permiten hablar de una expansión de la presencia del gigante asiático en nuestra región, donde las cifras de inversión de China crecieron el año 2016 un 70 % mientras las inversiones estadounidenses disminuyeron un 20%.
China y su presencia en Latinoamérica, potenciada en este último periplo por Ecuador, Perú y Chile se dejó sentir con fuerza. En el caso ecuatoriano, país que es el cuarto receptor de fondos chinos le han sido otorgados préstamos que superan los 15 mil millones de dólares, gran parte de ellos destinado a proyectos hidroeléctricos – donde destaca la inaugurada Central Hidroeléctrica de Coca Codo Sinclair, la hidroeléctrica Sopladora y el proyecto Toachi Pilatón. Como también Infraestructura portuaria, carreteras, puentes e incluso proyectos sanitarios, como también aquellos signados en el ámbito de la educación y la seguridad. Unido a ello la inversión en proyectos petroleros, mineros y ligados al uso de la energía eólica. Ninguno de los acuerdos firmados habla de bases militares, compra de armamentos o apoyo en votos en los organismos internacionales, como suele ser la letra chica de los contratos, que se suelen firmar con países como Estados unidos o la Unión Europea.
En el caso de Perú, la visita de Xi Jinping fortaleció aún más el comercio e inversiones en el sector minero, que es el área donde se concentra esta relación. Cobre, Hierro, oro son algunos de los minerales, que en un porcentaje de un 60% encuentran mercado en el gigante asiático. Las inversiones chinas en este rubro han desplazado a empresas australianas, canadienses y estadounidenses constituyendo el 35% de la cartera de inversiones en el país sudamericano. Ya el año 2011 China había reemplazo a Estados Unidos como principal socio comercial del Perú, lo que tiene como base el Tratado de libre Comercio firmado entre ambos y una quincena de acuerdos bilaterales destinados a optimizar las relaciones comerciales y la colaboración agrícola, desarrollo social, infraestructura entre otros. La visita de Xi Jinping, en el marco de la Cumbre de la APEC vino a refrendar esta sociedad, que se consolida también en las áreas pesqueras y la producción gasífera, petrolera y cuprífera. Todo un marco de acuerdos, inversiones y relaciones que une también a Brasil a través de la construcción de la ferrovía Transcontinental Brasil-Perú que se encuentra en su etapa de viabilidad y anteproyecto, que permitirá conectar los países ribereños del Atlántico con los del Pacífico, abiertos por tanto al enorme mercado chino.
En Chile, Xi Jinping, en la última etapa de su gira latinoamericana reafirmó la asociación estratégica de su país con esta parte del mundo – en la que incluyó al Caribe – en lo que denominó “el fomento del desarrollo de los pueblos en las actuales circunstancias mundiales”, declaración efectuada en la sede de la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe – CEPAL – en la capital chilena, al inaugurar la Cumbre de Líderes de medios de Comunicación. En dicho encuentro, la Secretaria Ejecutiva de este organismo regional, Alicia Bárcena, expuso las principales conclusiones del documento “Relaciones Económicas Entre América Latina y el Caribe y China: Oportunidades y Desafíos”. En este informe, la CEPAL señala que el comercio de bienes entre nuestra región y China se ha multiplicado 22 veces desde el año dos mil a la fecha, con caídas entre los años 2013-2015 debido a la desaceleración económica china, que repercutió en una menor demanda y descenso de los precios de las materias primas, que son el grueso de las exportaciones de Latinoamérica a China.
Bárcena en este interesante estudio dio cuenta de uno de los puntos que es necesario modificar en este comercio de la región con China, de tal manera de avanzar hacia relaciones más equitativa. “Si bien China desplazó en el año 2014 a la Unión Europea como el segundo socio comercial de la región, la canasta exportadora de América latina y el Caribe hacia China es mucho menos sofisticada que la que muestra hacia el resto del mundo: sólo cinco productos representaron el 69% del valor de los envíos regionales a China el año 2015”. Es decir diversificar la calidad de los productos exportados en materias relacionadas con exportar materias primas pero también otros productos manufacturados o con valor agregado, que permitan un intercambio fluido , dinámico y no sólo centrado en nuestras riquezas naturales.
Sin duda la visita de Jinping es una valiosa oportunidad de repensar los temas de la globalización, de las relaciones multilaterales y la diversificación de las exportaciones, donde ya no baste sólo exportar materias primas, sino que darle valor agregado. “De esa manera la región podrá obtener una mayor gobernanza económica y financiera – sostuvo Bárcena – , un multilateralismo comercial sin proteccionismo y mayor seguridad climática, paz y estabilidad, poner a la innovación como pilar del desarrollo, fomentar la ciencia y la tecnología, promover una economía inclusiva, intensificar la diversificación productiva y dar valor agregado a las exportaciones. Todo ello en el marco de un regionalismo abierto con más comercio e inversión, donde se mejore la distribución de los ingresos, aumentar la cooperación y el intercambio cultural”. Indudablemente estos objetivos tiene un oído receptor más adecuado en China, por la experiencia de relaciones que se tiene con este país, donde el pragmatismo se impone por sobre consideraciones de dominio global o aspiraciones de potencia mundial.
En Chile, el presidente Xi Jinping firmó, junto a la Presidenta Michelle Bachelet, 12 acuerdos destinados, sobre todo a profundizar el Tratado de Libre Comercio suscrito entre ambos países el año 2005 “este es un encuentro que afianza y da un mayor estímulo e impulso a nuestros vínculos, la visita del presidente Xi Jinping tiene como objetivo consolidar una nueva fase, un asociación estratégica integral y la reunión que hemos sostenido nos permite avanzar en esa dirección” Por su parte, el mandatario chino consignó que el profundizar las relaciones con Chile – sus tercer socio comercial en Latinoamérica – nos permite ahondar en el tratado de Libre comercio y generar un nuevo marco de cooperación y aceleración de inversiones y propulsión, mediante la innovación, minería, energía limpia y comunicación”. El tema del Tratado de Libre Mercado fue ampliamente citado, pues desde su firma el año 2005 el comercio entre ambos países se ha cuadriplicado, llegando a los 31 mil millones de dólares.
Insisto en la idea que la relación con China tiene un sello distintivo: el pragmatismo. No hay acuerdos militares o decisiones de apoyo a hegemonías en determinadas regiones del mundo. Como tampoco ha sido el caso con la presencia de la Federación Rusa y la República islámica de irán en Latinoamérica. Eso los hace socios más confiables y más, seguros. China, en particular, es percibida por los latinoamericanos como un actor con ese pragmático mencionado, con mayor interés en lo económico que en lo político, que no supedita sus alianzas comerciales, financieras o de necesidades de inversión a elementos relacionados con el papel político que juega en el planeta.
Un artículo que viene a refrescar esta idea del pragmatismo chino y que tan buenos resultados le ha dado, es aquel escrito por los analistas Peter Hakim y Margaret Myers, en el medio China Policy Review, donde se establece una idea que tiene su lógica con lo que hemos planteado “En América Latina no están preocupados porque China vaya a aprovechar su creciente influencia en la región para influir en las políticas locales, reclutar socios para sus objetivos globales, o para competir con EE.UU. por posibles aliados”. América Latina le da a China acceso a materias primas necesarias para impulsar su crecimiento además de afianzar su influencia internacional.
Es claro que a China, en esta nueva etapa de relaciones con Latinoamérica, ya no le es suficiente la tarea de abastecerse de materias primas, ha entrado en la etapa de incrementar sus inversiones, su apoyo a proyectos en amplios rangos y diversificación, para así garantizarse un acceso más expedito a recursos naturales que nuestro continente posee en abundancia; alimento, Petróleo y Minerales. Tarea que debe ir con la exigencia de nuestras sociedades, que esos intercambios garanticen el desarrollo sustentable de nuestros pueblos, so pena de repetir el saqueo que hemos sufrido desde hace siglos, primero por las metrópolis coloniales y luego por la presencia de Estados Unidos. No estamos en condiciones de cambiar un poder hegemónico por otro, por más que el último esté dotado de una más favorable forma de entenderse.
China ha ido ocupando hoy el espacio que Estados Unidos no ha sabido aprovechar, ya sea porque su preocupaciones de superpotencia lo tiene con la mira puesta en Europa, Oriente Medio y Asia o porque la visión estratégica de los gobernantes estadounidenses tiene una miopía en aumento tan grande como sus desafortunadas intervenciones en guerras de agresión en el Magreb, Oriente Medio y Asia Central. Unido a sus problemas internos, con una sociedad dividida y la elección de un presidente que resulta hasta hoy una incógnita sobre lo que verdaderamente concretará como parte de sus promesas electorales a partir de enero del año 2017.
La influencia global de Estados Unidos está hoy fuertemente cuestionada. Más empeñado en cercar a la República Islámica de Irán, imposibilitar el desarrollo y ampliación a occidente de la Federación Rusa y tratar de impedir el desarrollo de China en el comercio global, tratando de sumergirla en conflictos como es el caso del Mar Meridional de la China, donde ha incitado a sus socios de la región, para presionar y tensar las relaciones con China. Donald Trump, el mandatario electo ha sido claro: “nuestro enemigo es China”. Parte de esa guerra se está librando en Latinoamérica, pero China ya ha dado varios golpes efectivos que lo tienen a la cabeza del comercio regional en varios países y con visos de desplazar definitivamente tanto a Washington como la Europa de los 28. El Dragón chino sigue despierto y con ansias de no dormirse en los laurales que lo sitúan hoy como una de las principales potencias mundiales.