El último día hábil de 2016, la Corte Suprema ratificó la libertad condicional para Claudio Salazar Fuentes, ex cabo de Carabineros condenado por el caso Degollados. Días antes del dictamen, un grupo de reos de Punta Peuco había celebrado una liturgia del “perdón”, espacio donde comunicaron a través de un documento público que se “sentían arrepentidos” de los crímenes cometidos durante la Dictadura cívico-militar.
La ceremonia, su preparación, los asistentes y el contexto en el que se gestó el acto fue duramente condenado desde el mundo de los Derechos Humanos. Desde diversas organizaciones repudiaron la conducta de los criminales, pero también fustigaron a las autoridades por propiciar los espacios para que este “gesto” se concretara.
Una de ellas fue Carmen Castillo, la cineasta y mirista no dudó en calificar el acto de mascarada. “Ninguno pidió perdón a las personas que torturaron, mataron, desaparecieron, ni a sus familiares. Se lanzó, se hizo ver como que el perdón era un tema nuestro: perdónenme. pero no se pidió perdón por la acción. Esto no es más que un operativo publicitario del poder político, religioso para, otra vez, ocultar esa energía potente, de vida, que contienen los dolores, los sacrificados de las luchas pasadas.
El perdón es algo intimo, personal. Pero si alguien quiere pedir perdón debe reconocer el acto criminal; nombrarlo, explicar luego el proceso de toma de conciencia de que aquello que hizo era el mal; también significaría entregar toda la información que poseen sobre los crímenes ejecutados.” Nada de esto ha sucedido. Aquí nadie ha pedido perdón.
¿Por qué hoy?, ¿la arremetida del “perdón” los toma por sorpresa o piensa que tiene que ver con la re emergencia de algunas luchas de acción social?
Es claro, se construyó un programa de Derechos Humanos que no se ha cumplido para nada. Hay aquí una no respuesta política frente a la exigencia de verdad y justicia.
En el presente reaparece una embestida del “demos vuelta la página” u otras expresiones que buscan impedir la conexión de los tiempos históricos: que significa hoy la dictadura, la tortura, porqué esa máquina de matar instauro el miedo para imponer un sistema económico y social como el neoliberalismo. ¿Como se perpetúa hoy el miedo en la sociedad actual? Ese mismo miedo reproducido y alimentado por el sistema dominante, a través por supuesto de otros medios, las condiciones de trabajo, el endeudamiento, el consumo, las “noticias”, por ejemplo.
Yo creo que, tal vez, los poderosos están sintiendo hoy miedo a que el país se despierte de esa anestesia que produce el temor, por eso han intentado anestesiarnos justo cuando surgen nuevos colectivos que luchan por sus derechos, porque el sistema tan cruel que se vive en Chile es el resultado directo de esa dictadura, de esa máquina de matar, por eso estos individuos, en nombre de esa política, quieren borrar nuevamente la memoria, dar vuelta la página, por eso cada cierto tiempo, en esta “democracia”, hemos vivido estas embestidas.
Acá hay partidos políticos que no asumen la responsabilidad histórica de decir lo que hicieron, siguen intentando demostrarnos que vivimos un sistema que no se puede cambiar, pero eso no es cierto, este sistema impuesto por la Dictadura es uno más, por qué esto va a ser la última escala de la aventura humana si por lo demás sabemos que nos conduce a la catástrofe. La revolución hoy no es más que el freno de mano de un tren que corre enloquecido hacia la catástrofe. La lógica económica dominante es una religión basada en errores de juicio, cualquier persona con dos dedos de frente se da cuenta que la naturaleza, la injusticia, la explotación y el sufrimiento, no dan para más.
Entonces, ese sobresalto que es la revolución hoy, la única manera de frenar ese tren enloquecido, no se puede advenir sin nuestros muertos, todos nuestros mártires que sufrieron la embestida por estar del lado de los oprimidos, por apelar al sueño de una sociedad justa y humana. Ellos, vivos, en las nuevas generaciones, actúan, nos nutren, nos alientan. Es con las luchas del pasado que se lucha en el presente.
¿Cómo se siente el ver que quieres tiran ese carro del neoliberalismo, son los mismos que ayer luchaban con ustedes por crear un mundo mejor?
En mi última película, Aun estamos vivos, me hice la pregunta de mi generación. Efectivamente, con la caída del muro de Berlín, se cristaliza la derrota de nuestra religión de la historia, la de mi generación. Pensábamos que la Historia avanzaba inexorablemente hacia el progreso, estábamos convencidos que a la escala de nuestra vida viviríamos la revolución. Hoy sabemos que no es así, ¿eso significa que todo se acabó?, ¿que tenemos que conformarnos y entregarnos al liberalismo triunfante y creernos el cuento que se acabó la historia, la lucha de clases y los conflictos?
Yo siento una gran lástima por las personas que se creyeron el cuento que aquí no había otra forma más que administrar el capital. Ellos cambiaron su forma de ser, pero no sé cómo viven con su memoria: tal vez olvidaron, pero olvidar así es traumático, no es normal.
En definitiva, comprendí que eran una minoría, pese a que hacen mucho ruido porque ocupan mucho espacio mediático, son una minoría, así se ve cuando compartes trabajas y piensas desde el mundo popular. Creo que los que borraron de su currículo sus valores de juventud, aunque sean muy ricos, no creo que la pasen muy bien, porque la alegría está del lado del sueño y de la revolución.
¿Había una mayor esperanza de que este Gobierno hiciera mejor las cosas en materia de derechos humanos?
Lo discutía con Silvia Castillo, una de las fundadoras de una red social de derechos humanos y ella me decía que sí, que sí creyeron. Muchos colectivos, asociaciones de Derechos Humanos apostaron que este gobierno, por el programa que definieron en conjunto, creyeron que se iba a cumplir, pero me decía que no se ha cumplido en absoluto, que ha fallado la voluntad política.
Entre las reivindicaciones que ellos plantearon en ese momento, peticiones de verdad y justicia, o como Punta Peuco, donde no pedían cerrarlo, sino que todos los presos comunes pudieran disfrutar de cárceles de ese estilo, y no sufrir los incendios el hacinamiento y los malos tratos. No se ha cumplido. Ella añadía: “qué es esto que tenemos que aceptar por razones de humanidad que enfermos vayan a libertad condicional”: enfermos con tratamiento médico deben ir a hospitales, pero presos. Que no se desdibuje el castigo, lo que la justicia ha decretado debe ser cumplido.”
En ese sentido, por ejemplo, no se entiende cómo desde este Gobierno se ha aplicado justicia en la zona mapuche, donde en muchos casos ha habido justicia racista, donde los jueces y las penas no tienen relación alguna. Eso pasa con la machi Francisca Linconao. Esto es inaceptable. ¿Cómo pueden pedirnos que estemos de acuerdo en algo tan sin sentido, tan absurdo, que nosotros “debemos” perdonar en nombre de la reconciliación? Es ahí donde el sistema intenta desdibujar la realidad: Por un lado una justicia discriminatoria, racista en los territorios Mapuche y una aplicación de represión violenta del Estado a las luchas sociales del presente y, por otro lado, o al lado de esto, estos criminales y sus mandatarios civiles deben gozar de privilegios? ¿Cómo pueden pensar un segundo que ese “cuento” se lo cree el pueblo, los que sufren y los sobrevivientes? Tal vez el Poder es ciego y tonto.
A esa mascarada de un perdón que no existe, responden los familiares, las personas que sufrieron, con una postura de dignidad, de resistencia. No solo el clamor de justicia para los luchadores muertos y desaparecidos, sobre todo un clamor de un devenir simplemente humano para nuestros jóvenes y niños, para el hoy apuntando al mañana. Para que esto no se repita es indispensable la justicia y la verdad. Tenemos nosotros que construir relatos, contar como vivimos, porqué hay belleza en la lucha, a pesar de todo.
¿Qué le provoca el silencio de la Presidenta en temas como los beneficios carcelarios de Punta Peuco?
Lo siento por ella. Pienso que es una lástima por ella no hacerlo. Es grave políticamente, muy grave. Ella es la Presidenta de todos. Es grave para Chile, para la Nación. No entiendo qué le impide hacerlo. En ese no poder que ella manifiesta al no pronunciarse ¿que hay ahí dentro?, ¿qué pensamiento político?, ¿por qué no expresar con fuerza que el programa de Derechos Humanos que se acordó con las organizaciones de DDHH no se haya aplicado?, ¿qué fuerzas entran en el juego?. Volvemos al inicio de la entrevista: ¿Son consideraciones de las relaciones de fuerza existentes?, ¿con quién?, ¿con aquellos que están interesados en dar vuelta la página porque hay miedo de lo que viene, de esa rebelión que crece, que más temprano que tarde se manifestará?
Hay una falta de respeto por la historia y la memoria de los vencidos. La gran mayoría de nosotros éramos militantes, sabíamos porqué luchábamos, sabíamos que no había de otra y lo hicimos con gusto, con responsabilidad. No se trata de convertirnos en víctimas, pero desde el punto de vista del crimen de Estado, si no hay justicia ni verdad, cómo podemos liberar las fuerzas creativas, emancipadoras nacionales. Ahí está el problema.
Camilo Parada decía que con el beneficio carcelario entregado a Claudio Salazar, procesado por el asesinato de su padre, se daba la posibilidad de que en casos menos mediatizados se abriera la puerta a la impunidad. ¿Lo comparte?
Sí. Él tiene razón. Es real que si en los casos emblemáticos la impunidad y el no castigo determinado no se ejecuta, qué va a pasar con los otros. Tiene razón de inquietarse. Comparto con él su preocupación de que la lucha debemos continuarla con fuerza, porque no hay otra alternativa para vivir dignamente. No podemos esperar. Tenemos que continuar.
Cuando el juez Mario Carroza procesó a Miguel Krassnoff por el asesinato de Miguel Enríquez, usted declaró sentirse orgullosa de ser chilena, ¿se mantiene ese sentimiento hoy?
El instante en el que uno puede sentirse chilena, anclada en una chilenidad, en una nación generosa, en una línea histórica, son pocos. En este momento en que la decisión de los poderosos es borrar, olvidar, no cumplir la necesidad absoluta de verdad y justicia para las nuevas generaciones, siento dolor e indignación.
Lo que tenemos que buscar es cómo convertir la ira, la rabia, en energía positiva. No dejarnos nosotros comer por esa injusticia, por ese dolor. Imaginemos un instante el dolor de la familia Parada. Ellos dicen ´pero por qué me piden eso”. Negar el castigo al crimen, es negar el camino de lucha y resistencia que su padre vivió.
Por ejemplo, para mi, en el caso de Miguel Enríquez, la justicia puede también reunir elementos para construir un archivo de lo que aconteció ese 5 de octubre de 1974. La Dina es un aparato que actúa para matar, llegan a la casa a matar.
Si los responsables políticos de la máquina y sus ejecutores no son castigados y no hacemos posible la consciencia nacional frente al crimen, ¿cómo nosotros podemos seguir viviendo y hacer de la rabia algo luminoso?
¿Queda tiempo para esa justicia?
Si yo pensara que porque se muere Manuel Contreras se acabaron los archivos de la DINA, sería atroz, pero yo estoy convencida que esos documentos existen. Sabemos que en algún lugar está escrito dónde y cómo se desaparecieron los prisioneros.
La información está y es una exigencia que tenemos que seguir levantando más allá de que se mueran algunos ejecutores directos. Las Fuerzas Armadas tienen los documentos, los niegan, pero los tienen. Me parece inadmisible que se mueran sin decir lo que saben, respetando un pacto de silencio mafioso, nosotros debemos continuar buscando la verdad porque llegará un tiempo en que la Historia de la represión se conocerá, como ya existen relatos, testimonios, que van tejiendo una trama política, vivencial, emocionante y de gran fuerza simbólica
¿El Estado la reparó?
Económicamente no. En términos de justicia, veremos. En mi caso, lo único que me consolaría realmente es la victoria de nuestro sueño revolucionario. Por ese mundo y esa belleza lucharon y murieron mis amigos y seres queridos. La justicia histórica para todas las luchas del pasado, aun el más lejano pasado, es siempre posible, una apuesta.
Si bien sé que no hay reparación que borre las cicatrices, no vivo para nada resentida ni desconsolada, vivo y vivo muy intensamente porque el accionar colectivo, concreto, cualquiera sea, es fuente de mucha alegría. Siempre me ha importado el sentido en un destino, la fidelidad no dogmática ni nostálgica a nuestros sueños, siempre vigentes.
Conozco la melancolía. Una melancolía activa y lúcida, aquella que conoce los obstáculos y la dificultad real y que se alegra de cada pequeña victoria.
El poder está convencido que nuestra lucha no le importa a nadie, por eso hablábamos de cómo hacer presente nuestros muertos. Esa es nuestra tarea. Vamos caminando aprendiendo la “lentitud de la impaciencia”. Siempre llega ese momento donde esa multiplicidad de experiencias se cristalizan, emergen, salen a las calles, y cuando marchaba contra las AFPs, nuestros muertos estaban ahí, cada vez los muertos se conectan con los vivos.
¿Los muertos de ayer, están muertos?
La historia no es algo pasado, porque el pasado no se quedó allá como un peso inerte, nostálgico, traumático, el pasado es siempre presente. Los muertos, los desaparecidos, las generaciones vencidas actúan en el presente, en nuestras luchas, con nosotros.
En una visión marxista mesiánica de la Historia, que se encuentra en la obra de Walter Benjamin, retomada magistralmente por Michael Lowy en “Aviso de Incendio”. Sin la esperanza, los sueños, sin los dolores y alegrías del pasado, no hay energía para crear un futuro otro.
Estoy convencida que la revolución es necesaria para salvar la humanidad. Y en ese caminar haciendo camino, pues ahora no esta trazado de antemano, nuestros muertos son vigías, faros en la noche oscura, son luciérnagas danzando en las noche. Viven. No estamos cansados, dicen los infatigables luchadores sociales hoy en el mundo, conocemos el desasosiego y sabemos que la vida es algo mucho más intenso que la felicidad mercantil.
Nosotros no nos creemos este “cuento del perdón mediatizado”.
¿Es el mayor triunfo de la postdictadura haber dejado en el ayer la lucha por verdad y justicia?
Si lo logran, es muy grave. Recuerdo como en ocasión del aniversario del Golpe de Estado, al fin se difundió en los medios de comunicación, en la televisión privada incluso, los relatos y las imágenes de la represión. Recuerdo el impacto del relato de Patricio Bustos, por ejemplo. Creo que llegó al corazón de los chilenos, un instante, los golpes recibidos, la tortura, la masacre. Sin embargo, allí se quedó todo, una historia pasada, de hace muchos años atrás. No se realizó la conexión con el duro presente, con la crueldad de la vida hoy para la gran mayoría de los chilenos. Mas bien se impidió que esa conciencia de lo sucedido en el pasado se conectara con el acontecer del presente. Ese túnel entre los dos espacios tiempo lo estamos abriendo, ese túnel nos dirá cómo nuestros sufrimientos de hoy tienen su origen en esa dictadura cívico militar. Esa es una de las batallas políticas fundamentales hoy.
¿Cuál es el desafió que reviste el que las nuevas generaciones se conecten con ese dolor?
Es difícil, pero posible. Entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, avanzamos. La esperanza entre los dientes la experimentan todos los que luchan por vivir. No es algo “fuera” de nosotros la esperanza, es algo que se mastica. Eso lo aprendi de John Berger, uno de mis grandes maestros que acaba de morir a los 90 años en Francia. Hay que leer su pequeño texto: “Entre Tiempos: reflexiones sobre el fascismo económico” (y toda su obra literaria, poética, ensayista) para saber que el enemigo es hoy mucho más complejo y fuerte que el que conocimos en los 60 / 70. Pero, por supuesto, no es invencible. Tiene carencias, repito, es ciego y sordo. John lo escribe muy claramente.
Recientemente, en la Escuela Popular de Cine en La Pintana tuve una experiencia que me dio mucha fuerza. Dos muchachas bailarinas encuentran a una mujer de edad, torturada por la dictadura, que llega a esos cursos de danza para recomponer el cuerpo dañado. Esas muchachas hacen un trabajo cinematrográfico en torno al cuerpo, la memoria y la palabra de la mujer sobreviviente. Ellas, a través del cine, inventan un lenguaje poético y, cuando muestran el trabajo en Feciso, en el Festival de Cine Social y Anti Social, en la calle, se produce una gran emoción. Cuando estas experiencias colectivas unen el gusto a la emancipación con la creación, nadie puede destruirlas. Esas experiencias siempre se cruzan, se nutren, encuentran el pasado y cuando son jóvenes quienes las cuentan el pasado vibra, aclara. Allí, concretamente, se anida la esperanza.