Elisa Loncon: “Nuestras profesoras a veces nos pegaban por ser indias”

La biografía de la académica de la Universidad de Santiago ha estado marcada por la violencia contra el pueblo mapuche: " Nadie ha hablado del dolor que la escuela ha causado a los niños mapuche. La escuela no se ha hecho cargo del racismo y la discriminación. ", afirma quien además fue una las creadoras de la bandera de las comunidades de La Araucanía.

La biografía de la académica de la Universidad de Santiago ha estado marcada por la violencia contra el pueblo mapuche: " Nadie ha hablado del dolor que la escuela ha causado a los niños mapuche. La escuela no se ha hecho cargo del racismo y la discriminación. ", afirma quien además fue una las creadoras de la bandera de las comunidades de La Araucanía.

Al recibirnos en su austera oficina de la Universidad de Santiago, Elisa Loncon Antileo revivió su memoria oral mapuche, la que según ella ha permitido la resistencia: “La memoria mapuche es más fuerte que todos los textos que se han escrito, si uno va detrás de la memoria siempre va a encontrar más cosas. Es la manera en que yo he ido reconstruyendo las historias del idioma. La esperanza del idioma está en la memoria, entonces nosotros tenemos mucho que hacer en el trabajo con nuestras propias comunidades”.

La profesora oriunda de Traiguen fue testigo y víctima de la sistemática violencia en contra del pueblo mapuche. Ha vivido la colonización y la invasión en La Araucanía y hoy, el mapudungun, es el arma con la que lucha por insertar en cada escuela del país la memoria de su rehue.

Loncón vivió en un internado mixto para mapuches mientras estudiaba pedagogía en inglés en la Universidad de la Frontera. En este espacio recuperó la esperanza de luchar por su pueblo. Ha recorrido diversos países del mundo. Estudió un magíster en lingüística en la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa UAM (México) y cursó un doctorado en la Universidad de Leiden (Holanda). También participó en la creación de la Ley General de Derecho Linguístico de Pueblos Originarios de Chile, propuesta que defiende el lenguaje como un derecho humano. Ha contribuido en el desarrollo de la educación intercultural bilingüe y sigue haciendo teatro mapuche, técnica que le ayudó a recuperar la memoria de los pueblos mientras desarrollaban la bandera de la misma comunidad.

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Así, en un recorrido por su historia, la profesora cuenta que su abuela, de quien heredó su nombre, tenía familia argentina y su abuelo era de las comunidades de Chile. Su casamiento fue una forma de unir a los pueblos: “Mi familia en la visión de la cultura mapuche era una familia honrosa, una familia que llevaba adelante la representación de esa zona, pero se perdió la guerra, eso nos golpeó profundamente, en especial a mi abuelo. Ellos siguieron siendo reconocidos como líderes dentro de las ceremonias, pero cuando entró el winka, lo hizo de la peor forma, con pipas de vino. Entonces las familias como la mía, de gran tradición espiritual, convocaban a ceremonias y siempre estaban las pipas de vino. Esa fue una generación que se alcoholizó”, cuenta.

Sin embargo, su padre siendo muy pequeño quedó al cuidado de su padre, quien lo contuvo en esta época y prestó refugio, pero aun así no le permitieron estudiar, esto por el temor que existía de que los jóvenes letrados dejaran de reconocer a sus familias. Así Juan Loncon fue cuidador de animales en su niñez y aprendió a leer a los 17, en ese momento prometió que sus hijos estudiarían, y así fue como los siete hermanos de Elisa fueron a la escuela.

Escuelas en La Araucanía: violencia, racismo y silencio

Elisa Loncon creció en Lefweluan, comunidad cercana a Traiguen. Su formación se basó en el discurso oral que contaban los ancianos, donde hablaban sobre sus líderes, los antepasados y sobre la lucha del pueblo.

“Ahí se nos enseñó que íbamos a ser tratados de indios, pero que teníamos que decir que éramos mapuche y contar nuestra historia. Y así fuimos a la escuela, pero de forma paralela conocimos nuestra cultura y comprendimos el sistema escolar. Y así fue paralelo el idioma, la cultura, las fiestas. Fuimos criados en el sistema educativo propio de la familia, pero también en la escuela, entonces fuimos avanzando”, relata Elisa, mientras toma sus fotos de tantos viajes académicos donde ha expuesto para dar a conocer el mapudungun y su cultura.

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Con congoja se refiere a los momentos en que le faltaba para comer y que cada día junto a su madre trabajaba el campo, mientras su padre era carpintero en la ciudad.  “Fuimos creciendo y entendiendo que el mundo era adverso, que siempre había que luchar y que era importante la formación familiar, la historia familiar; fuimos entendiendo contradicciones tan fuertes que a veces uno quedaba prisionero de ellas. Mi mamá organizó el campo, pero no daba para alimentarnos, entonces mi padre aprendió a trabajar la madera y comenzó a hacer muebles en un pequeño taller en la ciudad, mientras nosotros chicos con mi mamá trabajábamos la tierra. Yo no entendía por qué después no había para comer pan. Nos hambrearon prácticamente por ser indígenas y no por ser flojos, ni borrachos”.

“Mi padre y mi madre nos educaron a todos. Nosotros nos educábamos y aprendíamos súper motivados, pero por nuestra condición de mapuche no hubo condiciones de trato digno de parte del sistema chileno de educación. No teníamos alimentación, beca, ni salud. Todo lo teníamos que lograr con lo poco que teníamos y no alcanzaba”, añade.

Sumado a esto, la académica de la USACh recuerda que el racismo era profundo al igual que la discriminación. Esto llegó incluso a que en Traiguen se destruyó el centro ceremonial de su comunidad y en su reemplazo se instaló el vertedero de la ciudad, lo que impactó profundamente en la salud de su familia, ya que todos sus hermanos jugaban en la basura y empezaron a llenarse de infecciones en la piel.

En la escuela, en tanto, sufría brutales abusos de parte de sus profesores por el solo hecho de ser indígena. La académica, que hoy lucha por la educación intercultural bilingüe recuerda:  “Nuestras profesoras a veces nos pegaban por ser indias. Las veces que nos trataron mal por ser mapuche, incluso me trataron de ladrona sin serlo. Los profesores tenían en su inconsciente que nosotros éramos ladrones y lo decían frente al resto. Nadie ha hablado del dolor que la escuela ha causado a los niños mapuche. La escuela no se ha hecho cargo del racismo y la discriminación. Entonces hay una deuda pendiente, hay un trabajo académico que hacer, hay que levantar la memoria respecto a nuestro paso por ahí para que algún día el sistema se haga cargo de esto”.

Así denuncia con desazón que “en Chile se han vivido violaciones, maltratos y diferentes tipos de vejámenes en contra de los niños mapuche, en escuelas públicas y en escuelas misionales. Por ejemplo, hay escuelas misionales en Osorno que han sido tremendamente maltratadoras con las comunidades mapuche, esto en San Juan de la Costa. Esa memoria no se ha levantado, no se ha dicho y ese dolor está en las personas que lo vivimos”.

Reencuentro con su Rehue

“En el liceo de Temuco la represión lingüística fue muy fuerte. Yo ahí era la india y me puse en ese espacio que me dieron y ese lugar era muy solitario. En mi interior yo era más que ellos (por su conexión con la naturaleza y las enseñanzas recibidas en su comunidad) y eso me hizo estudiar y prepararme para la Prueba de Aptitud y luego de eso llegué a la universidad donde entré a un hogar mapuche (casas de alojamiento mixtas que habilitó Salvador Allende para los jóvenes mapuche) y, en ese hogar se hablaba el idioma, y empecé a cantar, a reír en el idioma, a tirarle tallas a los chicos entre nosotros, ir viviendo, porque realmente estaba muy idiotizada con la enseñanza media”.

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La profesora revisa en sus recuerdos y comenta: “Nos juntábamos y hacíamos nuestra ceremonias, Aucán Huilcamán pedía por el trigo y era muy lindo ver cómo volvía a tener mi vida de comunidad”.

Junto a estas personas, Elisa, en 1985 celebró el año nuevo mapuche en público y no como una ceremonia íntima como se acostumbraba. Luego de eso, se opusieron a la visita del Rey de España a Valdivia, ocasión en la que crearon la comisión de los 500 años.

“Cuestionamos que cómo se podía pensar en traer al Rey si era el símbolo del sometimiento que se había sufrido hasta esos días. Luego formamos el Consejo de Todas las Tierras y con este grupo de gente fuimos discutiendo materias como la autonomía, la discriminación, el valor de la memoria en la recuperación de las tierras. Fuimos recuperando nuestra forma organizada, la memoria del pueblo mapuche, levantamos grupos de jóvenes que iban a las comunidades y hacían trabajos de memoria, se discutía cómo se fue perdiendo el idioma, la cultura y con todos formamos el primer tribunal mapuche en el año 1990”.

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Como ya habían avanzado en la reconstrucción de memoria, el proceso debía tener un símbolo, por eso desarrollaron el diseño de la bandera mapuche. Su construcción fue un trabajo participativo que se desarrolló junto a las comunidades. “Para hacer la bandera me tocó ir a Icalma, en ese lugar no se jugaba al palín que siempre ha servido para generar alianza y vínculo. Nosotros hicimos teatro mapuche y los viejos lloraban, ellos pensaban que todas las generaciones de mapuche se habían avergonzado de su condición, entonces cuando nos veían a nosotros hablando de la importancia de nuestro pueblo, decían que nuestro pueblo se ha vuelto a levantar. Esas metáforas que nos entregaron las personas en el proceso fueron reconstituyéndonos, porque nosotros somos una generación profundamente golpeada”.

Así se gestó el símbolo de la bandera que tenía una montaña nevada y una franja roja. Esto para representar la sangre congelada de todos los mapuche muertos durante los diferentes momentos de la invasión a La Araucanía.

Cuenta Loncon que en momentos en que los ejércitos de Argentina y Chile perseguían a los indígenas, ellos tenían que arrancar y refugiarse en la alta montaña y por eso hablan las masacres que sufrieron en esos lugares. Con esta memoria armaron la propuesta de bandera, pusieron una montaña con nieve. “Para los pehuenches la nieve es agua y el agua es siembra, significa fertilidad, mientras más nieve, será mejor el año que tendrán. Cuando juntamos todas las propuestas de bandera, todos tenían el color rojo, que representa la sangre que dejaron nuestros antepasados en la lucha para liberarnos. De las 300 propuestas de bandera que llegaron, se eligieron seis y de esa seis se fusionó en una que es la que tenemos”.





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