Chile y el libre comercio en los tiempos de Trump

De toda esta realidad Chile es ejemplo mundial, ya que es uno de los países que ha firmado más TLC, incluso por sobre Estados Unidos y China. Y ahora mismo, con el desconocimiento de las fuerzas políticas y la opinión pública, negocia las actualizaciones de los TLC con Canadá y la Unión Europea, ha firmado sin ratificar el TPP y el TLC con Uruguay, y avanza en un TLC con Argentina y en el Tratado Tisa.

De toda esta realidad Chile es ejemplo mundial, ya que es uno de los países que ha firmado más TLC, incluso por sobre Estados Unidos y China. Y ahora mismo, con el desconocimiento de las fuerzas políticas y la opinión pública, negocia las actualizaciones de los TLC con Canadá y la Unión Europea, ha firmado sin ratificar el TPP y el TLC con Uruguay, y avanza en un TLC con Argentina y en el Tratado Tisa.

El gesto inicial del gobierno de Donald Trump de retirarse del TPP ha dado lugar a un equívoco, alimentado por los grandes medios de comunicación: el repudiado presidente imperial inauguraría una era proteccionista en donde las exportaciones (resignificado en las cabezas de las personas como sinónimo de progreso) sufrirían un serio retroceso, para mal de la humanidad. Pero la realidad es al revés: se han multiplicado las negociaciones para nuevos tratados, con consecuencias significativas en todas partes y, especialmente, en la geopolítica sudamericana.

Trump es malo y proteccionista, entonces ¿la proliferación de tratados de libre comercio es el triunfo del bien?

Veamos. La globalización en su dimensión comercial es una de las fuerzas irrefrenables de las interrelaciones de la especie humana del siglo XXI. Oponerse a ella sería como intentar detener la salida del sol. Sin embargo, su manifestación concreta son tratados de libre comercio que, generalizando: se han negociado sin la deliberación de las fuerzas políticas de los países, restringen la capacidad de acción de los Estados y acotan la soberanía de los pueblos para tomar decisiones sobre su propio destino.

Mejor que todos lo dijo Salvador Allende hace 45 años en su aplaudido discurso en Naciones Unidas, antes que esta realidad se concretara con la profundidad actual: “estamos ante un verdadero conflicto frontal entre las grandes corporaciones transnacionales y los Estados. Estos aparecen interferidos en sus decisiones fundamentales políticas, económicas y militares- por organizaciones globales que no dependen de ningún estado y que en la suma de sus actividades no responden ni están fiscalizadas por ningún Parlamento, por ninguna institución representativa del interés colectivo”.

No es cierto, tampoco, que beneficien a todas las personas: en la era de los tratados de libre comercio ha aumentado la desigualdad, la política es cada vez más controlada por el dinero y el daño sobre el medioambiente, literalmente, mata seres humanos. Lo resumió hace pocas horas en el programa Tolerancia Cero la profesora del Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile, Maisa Rojas, a propósito del huracán Irma: “esta crisis del cambio climático no es ambiental solamente, también es del modelo económico”.

Los tratados de libre comercio no son asuntos de técnicos, sino corpus ideológicos. Además, tienen un don milagroso: siempre son distintas las contrapartes y las negociaciones, y sin embargo siempre son prácticamente iguales los textos. O existe telepatía entre los negociadores del mundo, o en realidad los tratados están siendo, en lo sustancial, escritos en un orden previo, al cual cada TLC se suma simplemente como las piezas se ensamblan a un rompecabezas.

De toda esta realidad Chile es ejemplo mundial, puesto que es uno de los países que ha firmado más TLC, incluso por sobre las dos principales potencias mundiales: Estados Unidos y China. Y ahora mismo, con el desconocimiento generalizado de las fuerzas políticas y la opinión pública, Chile negocia las actualizaciones de los TLC con Canadá y la Unión Europea, ha firmado sin ratificar el TPP y el TLC con Uruguay, y avanza en un TLC con Argentina y en el Tratado Tisa.

En lo que respecta a Sudamérica, lo que hasta ahora fue una diferencia entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur se ha transformado en una inclinación de esta última en favor de la primera, debido al giro neoliberal en algunos gobiernos de la región. Excluida Venezuela: el Mercosur resucita el TLC con la Unión Europea, Uruguay pide entrar a la Alianza del Pacífico, Argentina negocia tratados y, en toda la telaraña, Chile juega un rol importante para que la costa atlántica se sume a la era de los tratados.

En el plano interno ésta, que es en estricto rigor una política pública igual que cualquier otra, no ha estado sujeta al debate político ni a evaluaciones. Los parlamentarios no solo reconocen que han aprobado tratados sin alcanzar a leerlos (asombroso es el caso del TLC con Vietnam, cuya discusión parlamentaria y despacho duró apenas dos días), sino que además no han recibido información sobre los efectos positivos y negativos de la implementación posterior de estos tratados para los habitantes del país y para sus actividades económicas.

Durante más de veinte años, lo que Chile ha hecho es, literalmente, un acto de fe respecto a las políticas de la Dirección de Relaciones Económicas de la Cancillería (DIRECON), órgano desconocido para la ciudadanía y que, sin embargo, tiene más presupuesto y más poder que varios ministerios.

Frente a esta eventual avalancha de nuevos tratados, que incluso podría producirse en el tramo final de este gobierno, sería de extrema irresponsabilidad que el Parlamento aceptara ser, otra vez, una suerte de simple oficina de partes donde se timbra a oscuras la entrega de la soberanía a un régimen donde las corporaciones mandan más que la voluntad ciudadana. Llegó la hora de detenerse, hacer una evaluación genuinamente técnica y genuinamente política de los tratados, antes de seguir firmando porque sí. Retroexcavadoras por estos pagos ha habido varias, ninguna como ésta.





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