El Índice de Precios al Consumidor (IPC) subió en diciembre de 0,1 por ciento, acumulando 2,3 por ciento en 2017, el menor registro en cinco años. Los precios que más subieron fueron los de las divisiones de Transporte (1,4 por ciento), en especial transporte de pasajeros, gasolina y lubricantes de vehículos de transporte personal; y Bienes y Servicios Diversos (0,9 por ciento), en particular productos para higiene personal y pañales desechables. Entre los que bajaron estuvieron los de la división Alimentos y Bebidas no Alcohólicas (-0,5 por ciento), entre otros, hortalizas, legumbres, tubérculos, productos lácteos, quesos y huevos y carne de vacuno.
Pero no obstante que una baja inflación es buena noticias para las consumidores, la especial composición de las alzas y bajas de productos, bienes y servicios -de la que se puede deducir una demanda definida por el consumo de sectores medios- podría permitir explicar algunas de las razones que mantienen la economía chilena con baja inflación, la que para el 2017 cerró en casi el piso de la banda del Banco Central (2,3 por ciento), pues, esos mismos sectores socioeconómicos medios presentan una carga financiera que ha continuado aumentando, poniendo así límites a un alza mayor de gastos en consumo.
En efecto, la carga financiera de los hogares chilenos se ubicó, al cierre del tercer trimestre, en máximos desde que hay registro, según el informe de Cuentas Nacionales por Sector Institucional del BC, endeudamiento que representó, a septiembre pasado, casi el 70 por ciento de los ingresos disponibles y un alza de 0,4 por ciento respecto al segundo trimestre.
Este incremento de la carga financiera es resultado del crecimiento de los préstamos bancarios a los hogares chilenos y el “menor dinamismo” de sus ingresos durante un período en que los Índices Nominales de Remuneraciones (IR) y del Costo de la Mano de Obra (ICMO) anotaron un alza en doce meses de alrededor de 5,5 por ciento, mientras que las tasas de interés en el sistema bancario para operaciones en moneda nacional no reajustables a 90 días, de entre 50 y 200 UF, alcanzaron a un promedio de 24 por ciento en noviembre de 2017. Como porcentaje de la economía, la deuda doméstica representa el 46,3 por ciento del PIB, también un récord desde que hay registro.
Así las cosas, resulta previsible que, con un consumidor medio cuyos ingresos mensuales están comprometido en casi un 70 por ciento en pagos de deudas a costos que llegan a casi un cuarto del total, el consumo derive hacia uno que privilegia la mantención, presionando los precios de bienes y servicios básicos para los sectores medios, es decir, transporte público y privado, higiene personal y alimentos. De allí que la mayoría de los operadores estimen que 2018 no presentará grandes novedades en materia de alzas de precios y se estime que la inflación se ubicará en el medio de la banda de tolerancia del Central hacia el segundo semestre (3 por ciento).
Si a esta condición casi estructural del consumo interno se añade un bajo tipo de cambio, que casi ha tocado los 600 pesos nominales -con su valor real casi en el piso que en el pasado incitó al instituto emisor a intervenir- el abaratamiento de las importaciones debería contribuir a mantener los precios, aunque estancando alzas de remuneraciones e inversiones en áreas de consumo y comercio, pero, al mismo tiempo, incentivando otras, como obras públicas, construcción, minería e industria manufacturera, merced al alza del precio del cobre en los mercados internacionales.
Así y todo, se advierte que el metal rojo ha mantenido una tendencia alcista desde fines de 2016, por lo que los analistas no descartan correcciones de corto plazo hacia niveles de 3 dólares por libra, lo que le podría promover algunos movimientos alcistas de esta moneda, divisa que ha estado adicionalmente incidida por un superávit comercial que en 2017 alcanzó a casi 7.000 millones, de dólares, impulsado por exportaciones diversas, pero lideradas por el cobre.
Y es que los envíos de cobre de Chile subieron un 21,2 por ciento interanual en 2017, debido, principalmente, a una recuperación en el precio del metal y mejor desempeño en la producción, sumando un total de 34 mil millones de dólares en 2017, su mejor número de los últimos tres años.
Pero este buen comportamiento del “sueldo de Chile” tiene un efecto de consumo enclaustrado, que favorece especialmente a los participantes directos e indirectos de su cadena de producción, no obstante el efecto macro que significa su aporte al Fisco, quien, a su turno, redistribuye dichos recursos en gasto social o en inversiones que reactivan la economía general, aunque su volumen esperado de aporte en 2017 sería poco más de $1.300 millones de dólares, de los cuales se capitalizarían 575 millones de dólares para enfrentar tanto inversiones requeridas, como a pagar una deuda de 14 mil millones de dólares que mantiene la estatal. El saldo restante se minimiza al compararlo con los compromisos de gasto que derivan de las recientes reformas.