Swing: las expectativas y desamor a los treinta y tantos

Si uno se acerca con la expectativa de una comedia liviana con actores conocidos y en un formato accesible se encontrará con todo eso, la gracia -a mi parecer- es que puede ir un poco más allá de esas promesas básicas.

Si uno se acerca con la expectativa de una comedia liviana con actores conocidos y en un formato accesible se encontrará con todo eso, la gracia -a mi parecer- es que puede ir un poco más allá de esas promesas básicas.

Desde sus primeras escenas Swing se presenta a sí misma como una comedia accesible y coqueta. La implicancia sexual de su título queda explicitada en la primera secuencia para luego dar paso a una serie de racontos -guiados por el personaje de Héctor Morales- que nos permitirán ir entendiendo cómo se llegó a esa situación inicial y desde ahí avanzar hacia el desarrollo de la historia y los personajes.

Dos parejas de amigos en sus treinta y muchos, con maneras y lógicas muy distintas terminan compartiendo casa debido a la crisis económica de una de ellas y a la poco calculada generosidad de la otra. Este habitar de a cuatro pondrá en tensión las relaciones de amistad y también la lógica interna de cada pareja, obligándolos a repensar la manera en que se han organizado hasta allí.

Si uno se acerca a Swing con la expectativa de una comedia liviana con actores conocidos y en un formato accesible se encontrará con todo eso, la gracia -a mi parecer- es que puede ir un poco más allá de esas promesas básicas.  Si uno le da la oportunidad, Swing puede invitarnos a reflexionar sobre el proceso de hacernos adultos. Sobre ese momento clave, pasados los treintas, en que ponemos en la balanza aquello que pensábamos que llegaríamos a ser, nuestros sueños y expectativas, y la realidad que fuimos construyendo a partir de ellos. Narrada desde uno de los protagonistas, nos invita a adentrarnos a esa clase media alta construida por jóvenes profesionales sin hijos, que ganan bien y pueden disfrutar de un cómodo estándar de vida. En ese amable contexto, y dada las condiciones que generarán la tensión de los personajes, comienzan las incomodas preguntas respecto a cómo llegamos hasta acá y si somos tan felices como esperábamos ser a esta edad habiendo cumplido con lo que se suponía debíamos hacer en términos de trabajo y pareja.

Sin salir de su formato ligero, se agradece la posibilidad que da la película de plantearnos temas como el deseo de ser madre o padre y los desafíos de una masculinidad que -en muchos casos- funciona desde el “piloto automático” de lo que la sociedad, se supone, espera de cada varón. Directamente influenciada por la comedia italiana contemporánea -de la cual la cinta Perfectos Desconocidos es una de sus mayores exponentes- Swing se mueve con amabilidad gracias a buenas actuaciones y una eficiente dirección, lo que permite al espectador pasar un buen rato riéndose con personajes que, de una manera u otra, dan cuenta de un Chile que se construye desde los supuestos y las expectativas y que muchas veces funciona sin mucho espacio para la reflexión. De allí que poder mirarnos desde una película -por ligera que parezca- puede ser un regalo, que mezcla risas incómodas y pudor.





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