El fagotista Nelson Vinot lleva 18 años como solista de la Orquesta Sinfónica Nacional, a la que ingresó como ayudante en 1990. Cuando era niño, esa idea pudo parecerle una utopía. “Yo nací en un pueblo donde no había nada, había puros huasos que se dedicaban a trabajar los espárragos”, recuerda.
Nelson Vinot nació en Nogales, al interior de la región de Valparaíso, y con su hermano tomaba una micro que los llevaba a un colegio franciscano en la vecina localidad de El Melón. Allí, por supuesto, no había tampoco conservatorio ni una escuela artística. “Lo único que había era la banda instrumental que tocaba para el 21 de mayo, el 18 de septiembre y esas cosas”, relata.
Aunque cuando quiso entrar no lo aceptaron por ser muy pequeño, el futuro solista consiguió que un tío tornero le fabricara un pito como los que había visto en la banda. Así se inició: “En ese tiempo se escuchaba mucha música mexicana en el campo, en la radio, en la micro, y empecé a sacar las melodías. Andaba todo el día con la cuestión y al final terminé en la banda”, cuenta.
Aunque acabó convertido en músico, Nelson Vinot hizo su camino propio. No tuvo en sus primeros años de educación un entrenamiento o una enseñanza que le mostrara las grandes obras, los compositores o los instrumentos.
Muchos años más tarde él lo hace con otros niños, porque es uno de los miembros de la Sinfónica que ha participado de actividades educativas como “La música te visita”, en la que va a diferentes colegios para mostrar cómo funciona su instrumento. “La música es el principal alimento para la imaginación y el espíritu de las personas, entonces hay que darlo desde niños. Hay que incorporar la educación musical en forma mucho más potente y permanente”, cree.
“La música te desarrolla muchas habilidades y los chicos, aunque después estudien otras cosas, tienen un potencial que les quedó de la música. Ayuda a la disciplina, la creatividad, la imaginación, que es tan importante al resolver todo tipo de problemas. O sea, como desarrollo integral, la música es fundamental”, asegura.
Es una idea que se repite sobre todo entre los músicos y que tiene respaldo científico. De tanto en tanto se publican estudios sobre las contribuciones de la práctica musical en el desarrollo -cognitivo, sicológico, emocional, etc.- de las personas, pero la realidad cotidiana es diferente.
A principios de esta década se produjo una polémica en Chile cuando se modificaron los planes de estudio y se redujeron las clases de música en los colegios. De acuerdo a lo establecido por el ministerio de Educación, hoy se imparten dos horas de música para los estudiantes de primero a cuarto básico, que disminuyen levemente en los dos niveles siguientes. A partir de séptimo, sin embargo, las clases de música “disputan” su espacio en el currículum con las de artes visuales. Así, un estudiante de tercero o cuarto medio escoge si sus dos horas semanales serán de uno u otro ramo.
Es un asunto de discusión global, en todo caso. A mediados de mayo, un grupo de ganadores del concurso para jóvenes talentos BBC Young Musician alertaba en una carta sobre el decaimiento de la enseñanza musical en las escuelas británicas: “Es crucial restaurar el lugar que le corresponde a la música en la vida de los niños, no solo por sus claros beneficios sociales y educativos, sino mostrándoles la alegría de hacer y compartir música. Nos preocupa especialmente que este debería ser un derecho universal”, escribieron músicos como el oboísta y director Nicholas Daniel, la violinista Nicola Benedetti y el chelista Sheku Kanneh-Mason.
“Poner la música en el corazón de la educación mejorará la vida de los niños y, de forma lenta pero segura, mejorará nuestras vidas, haciendo que la música clásica parezca relevante, necesaria, embriagadora. Pregúntele a los finlandeses”, decía antes Stephen Moss, en una columna del diario británico The Guardian, donde ponía el sistema educativo del país nórdico, que tiene a la música como prioridad, como un modelo a seguir.
Visto así, Chile parece muy lejos de un país como Finlandia. La Política Nacional para el Campo de la Música, proyectada hasta 2022, da cuenta de que “existirían graves falencias en la formación musical que se imparte en el sistema escolar”.
Según la información recogida en las mesas consultivas previas a la elaboración del documento, las principales carencias serían “de equipamiento y de espacios físicos adecuados para la enseñanza de la música en la mayoría de los colegios y con la existencia de un déficit de profesores especializados”. El documento consigna también la falta de pertinencia regional de los contenidos, pero sobre todo subraya las críticas que generó el hecho de que la música no sea obligatoria en la educación media.
La Política propone una serie de medidas para revertir esta situación, lo que se suma a diversas acciones que desarrolla el ministerio de Cultura: el Plan Nacional de Artes en Educación, el Plan de Apreciación de la Música Nacional y el Programa Acciona son algunas de ellas. ¿Será suficiente?
“Falencia total”
“Actualmente no hay educación musical”. Así de categórica es Nella Camarda, viuda del compositor y director Jorge Peña Hen, pionero del movimiento de orquestas infantiles y juveniles, cuya pérdida a manos de la Caravana de la Muerte se recordó esta semana con la inauguración de un monumento en La Serena.
“Generalmente estas cosas nacen de un músico. Nacen de la gente que realmente se da cuenta del valor que tiene una formación integral para los niños y eso es lo que se quiere. Ahora, por supuesto que el apoyo de las autoridades es básico”, señala la pianista.
Peña Hen es un referente a nivel latinoamericano. Así lo ha reconocido Gustavo Dudamel, el director estrella del sistema de orquestas venezolano, quien se encuentra en Chile para ofrecer un homenaje a José Antonio Abreu, fundador de la organización. “Él dio a la música el regalo más importante: la posicionó como un derecho humano; creó una vía para que nuestras generaciones futuras tengan acceso a esa belleza. Y también impuso una visión transformadora de la música, que no es algo solamente estético, sino social. Nos mostró cómo se puede transformar una vida a través del arte, y ese mensaje retumba en el mundo”, dijo Dudamel, hace pocos días, a El Mercurio.
En Chile, esa experiencia es patente en la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles (FOJI), que cuenta con 17 agrupaciones en diferentes regiones, integradas por más de un millar de músicos que tienen entre 8 y 24 años. “Tener una orquesta en un colegio fortalece a toda la comunidad escolar, porque finalmente es esa orquesta la emblemática, la que va a tocar en todas las efemérides del colegio y de la comuna, pasando a ser un proyecto que es de todos”, dice Alejandra Kantor, directora ejecutiva de la fundación. “Esos padres van a escuchar a sus hijos porque son sus hijos, pero al mismo tiempo encuentran en esa música melodías que los sensibilizan y de a poco van cambiando sus hábitos de consumo”.
“El principal aporte de la música es que transforma. Un niño o niña que viene de un entorno muy vulnerable encuentra en la música su espacio, una contención, un cambio de vida y de realidad. Lo veo en los niños y niñas que vienen a ensayar cada semana a la FOJI”, asegura Kantor.
Para el director de orquesta Eduardo Browne, sin embargo, la música en sí misma es suficiente para justificar su importancia en la educación. Más allá de sus beneficios sociales, cognitivos o de otro tipo: “No me gusta mucho ver la música como un medio para que termines trabajando mejor en equipo o teniendo mejores resultados en tus pruebas de matemáticas. La música es un camino hacia la emoción y eso ya es algo muy válido, por sí solo”, explica.
Académico de la Universidad de Chile y la Universidad de Los Andes, además de creador de la Camerata Educa, Browne considera que hoy las artes están “amenazadas” por los recortes presupuestarios y subraya la relevancia de la práctica: “Las artes hay que hacerlas. Tú puedes ir al Louvre y ver todas las pinturas del mundo, pero si no pintas, tu apreciación es menor. Tienes que tomar el pincel, tomar el instrumento, cantar”.
Más importante que la cantidad de horas que consideran los currículos, dice, es la calidad de la enseñanza que se imparte en ese lapso de tiempo: “No es políticamente correcto decirlo, pero Pedagogía atrae a gente que tiene los puntajes más bajos dentro de los resultados de la PSU y la pedagogía musical es una de las que exige menor puntaje, entonces tenemos un universo de profesores que quizás no sean los más capacitados para enseñar una disciplina tremendamente difícil. No es la cantidad de horas, sino quién haga esas horas y cómo las enseñe”, argumenta.
“Va a sonar que soy como un criticón y un elitista, pero lo digo con mucho cariño: hay que reconocer que estamos con una falencia total en la calidad de la educación”, añade.
“El tema no es cuántas horas de música hay, sino cuál es su impacto”, coincide el investigador Carlos Poblete, que ha examinado la evolución que la enseñanza musical ha tenido en Chile desde mediados de los ‘60.
En uno de sus artículos analiza cómo las reformas de 1965, 1981 y 1996 han abordado la música de diferentes maneras, pero hoy considera que hay una idea que se mantiene incólume: “Todavía la práctica artística y musical está ligada a una idea de entretención, pero no se visualiza que constituye una vía para el aprendizaje y el desarrollo de otros ámbitos”.
Poblete, hoy director de Extensión de la Universidad de O’Higgins, cree que “estamos bastante atrasados” en aquella visión de la música como un espacio de mero disfrute “y no como una forma de aproximarse al conocimiento”.
“En el discurso académico y práctico, en muchos lugares, eso está totalmente superado. Claramente esto no es solo algo que nos permite divertirnos. Acá hay elementos que sirven para la vida y permiten construir postulados teóricos a la par con la filosofía y la ciencia, por ejemplo”, concluye.