Trastornos del sueño, una cruda muestra del Chile actual


El año 2010 Perro muerto sorprendió en el Festival de Valdivia llevándose el premio a la mejor película de la competencia nacional. Dirigida por el entonces debutante Camilo Becerra, y co-escrita junto a Sofía Paloma Gómez, quien luego realizó el destacable documental Quiero morirme dentro de un tiburón (2012). Ambos ahora dirigen Trastornos del sueño, una película que, tal como ese premiado debut, posee un tono apesadumbrado y portando un naturalismo cuidadosamente construido, pero que aquí toma un relieve sicológico mucho más profundo, denso y, por lo mismo, oscuro en su resultado final.

El relato se centra en Joel, un nochero de un edificio que queda cesante tras un desencuentro con el administrador por causas que no son claras. Desde ahí su deambular se torna bien errático y oscuro, ad-hoc a un actuar siempre taciturno y poco resolutivo ante los problemas. Y a eso se suman su insomnio que radicaliza tanto la relación secreta con su prima que a simple vista sólo tiene una connotación sexual, como también la relación con su madre que cuida a su abuela víctima del Alzheimer, en una casa perteneciente a lo que eufemismo chileno se empecina en llamar “clase media baja”. Ahí hacinados, Joel comienza a hundirse en un panorama de nulas salidas.

Frente a esto Gómez y Becerra optan por una óptica acorde, con una cámara siempre con baja profundidad de campo y planos cerrados, es decir, de fondos borrosos y siempre muy cerca de los rostros de los personajes. El resultado es coherente, pero a la vez, sofocante a la larga, aunque claramente la intención es elevar al protagonista hacia un nivel mayor desde el punto de vista sicológico. En esa línea, también están los sueños que tiene, los que en off describe y que intentan agregar una cuota metafórica que no cuaja del todo bien. Pero el filme se sostiene principalmente gracias a escenas donde los personajes expresan sus conflictos, pero no de manera literal o de una forma dramaturgicamente confeccionada, sino en trabajados diálogos donde sutilmente afloran sus pesares y problemas, sobre todo, económicos, bajo una intensidad notable en cuanto a actuación y diálogos.

La forma en que llegaron a levantar estos instantes, según contaron los directores en su estreno en Sanfic, fue en largas jornadas de rodaje donde básicamente la improvisación fue el soporte principal. El resultado es sorprendente, sobre todo tomando en cuenta que estamos ante un elenco debutante en el cine y con sólo dos actores profesionales. En este sentido y sin temor a exagerar, Trastornos del sueño posee escenas de un nivel actoral y realista que está por sobre muchas películas chilenas recientes que se presentan como reflejos de ciertas realidades sociales de la mano de actores consagrados. La película llega con este trabajo incluso a un nivel que a ratos roza el documental, debido a la potencia de algunos momentos, con diálogos que resultan familiares por su cotidianeidad.

Si bien la oscuridad de la que el filme opta hasta el final probablemente no generará mucha cercanía con el público general, su visión sobre el Chile actual resulta cruda y, por lo mismo, valiosa, esto porque Trastornos del sueño no es una denuncia, ni tampoco es un filme que carga con una conciencia políticamente correcta, sino que simplemente muestra, explora una época inmovilizada en su apesadumbramiento, la cual filma de una forma acorde, evitando toda argucia o efectismo argumental.

En estos tiempos grises, el resultado debe ser gris, parecen decirnos los directores. Por muy duro que sea, la película deja la sensación de querer ser un documento para tiempos más desprejuiciados, que quieran ver desde sus mismas fauces una época pesimista, llena de falsas imágenes, donde los más desvalidos sobrevivían a duras penas.

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