El pasado 19 de enero, ante miles de personas, la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil abrió su presentación en los tradicionales conciertos de verano de la Quinta Vergara con El huaso y el indio, una obra del director y compositor chileno Juan Casanova Vicuña (1894 – 1976).
Las partituras que estaban en manos del director Juan Pablo Aguayo y los intérpretes se pueden hallar en Juan Casanova Vicuña. Obras sinfónicas (Editorial Imaginario), un libro de cinco volúmenes con toda la música compuesta por quien fuera hijo del pintor Álvaro Casanova, además de padre de la cantante María Edith Casanova (Las Cuatro Brujas) y tío del jazzista Mariano Casanova.
Luego de estudiar con Bindo Paoli, Federico Stöber y Enrique Soro en el Conservatorio Nacional, Juan Casanova Vicuña debutó como director en el Teatro Municipal, cuando tenía 22 años. Pronto partió a París, donde estudió con Nadia Boulanger y Vincent D’Indy, e inició una carrera que lo llevó a dirigir más de 500 conciertos en Europa y Latinoamérica.
En ese recorrido condujo a la Filarmónica de Berlín, compartió escenario con Claudio Arrau, dirigió temporadas líricas del Municipal de Santiago y estrenó en Chile obras de autores como Debussy, Ravel, Milhaud, Satie y Stravinsky. Fue él, también, quien condujo por primera vez La voz de las calles (1925), de Pedro Humberto Allende.
Pero al mismo tiempo que hacía carrera como director, Juan Casanova Vicuña desarrolló una labor como compositor que ahora ha sido reconstruida por su nieto, el pianista de jazz Fran Suárez, nacido en Santiago y establecido desde fines de los ‘90 en Barcelona.
“De mi abuelo sabía, obviamente. La Sinfónica de Chile tocaba más o menos seguido El huaso y el indio, pero con el tiempo me di cuenta que había muchas obras que no estaban disponibles para ser tocadas. Fue un poco por casualidad, porque descubrí un par de maletas con manuscritos y otras cosas”, explica desde Valencia, donde hace clases en el campus que el Berklee College tiene en esa ciudad.
A partir de ese hallazgo, Fran Suárez indagó en archivos como el de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y el del Municipal de Santiago: “Pero lo que encontré tampoco se podía tocar, porque faltaban partes o no estaba la partitura general, por ejemplo. Es música de la década del ‘30 y ‘40, cuando no había ni fotocopias. A veces mi abuelo tenía la posibilidad de dirigir sus obras, pero las copias luego se recogían y se guardaban en una maleta”.
Más de una década después de ese primer descubrimiento, y con apoyo del Fondo de la Música, Fran Suárez dio forma a una publicación que hoy contiene no solo las partituras de El huaso y el indio, sino también obras como las Estampas chilenas para gran orquesta (1928-1939) o la suite de la ópera Érase un rey, estrenada en 1947 en el Teatro Colón de Buenos Aires.
“Musicalmente, prácticamente lo empecé a conocer de cero”, dice. “Cuando te metes en las partituras empiezas a descubrir un montón de cosas: su formación y lenguaje musical, además de una idea súper interesante de la profesión. Vi lo que costaba conseguir un concierto en los años 30 o que una orquesta tocara una determinada pieza, haciendo todas las copias de la partitura a mano”.
Además del libro con partituras, que ha sido entregado a músicos, investigadores e instituciones culturales, el proyecto contempla un sitio web donde se pueden encontrar datos biográficos, fotografías, programas de concierto y otros documentos.
Según su nieto, Juan Casanova Vicuña ha sido valorado como el autor de El huaso y el indio, pero este proyecto permite ampliar el conocimiento sobre su labor: “Una sola obra lo pone en un solo sitio. Si investigamos más, hay más cosas que pueden ser interesantes para el patrimonio musical chileno, para tener el cuadro completo. Es decir, sí ha tenido reconocimiento, pero quizás lo que falta es más conocimiento”.
Al mismo tiempo, dice, sirve para dar cuenta de un conjunto de músicos, como Pedro Humberto Allende y Enrique Soro, que resultaron damnificados con la reforma del Conservatorio que Domingo Santa Cruz lideró desde 1928: “Da la sensación de que en ese momento se parte de cero, pero había música hecha en Chile por compositores chilenos. Es decir, también es música chilena, independiente de su influencia, de si estaban interesados en el folclor o si eso valía o no. El hecho es que existía”.
“La música sinfónica hecha en Chile necesariamente tiene que pasar por mirar lo que pasó en aquella época”, concluye.
Más información en Juan Casanova Vicuña.