A poco menos de cumplirse dos meses de la inauguración de la librería popular Recoletras -otra de las polémicas iniciativas del alcalde de Recoleta, Daniel Jadue- su administrador, José Antonio Sabat, dice no haber esperado una acogida tan buena de parte del público.
En su último conteo hace solo unas semanas, según indicó en conversación con este medio, llevaban casi 4 mil libros vendidos, y dentro de poco volverán a sacar cuentas. Mientras que, por otro lado, algunas autoridades municipales ya se han contactado con ellos para tratar de replicar el modelo en sus comunas.
En su primera semana de existencia, según información propia de Recoletras, Historia Secreta de Chile fue el libro más vendido, pero hoy le hace la competencia Historia Secreta Mapuche, del periodista Pedro Cayuqueo. Ambos libros tienen algunas coincidencias, fueron publicados por editoriales grandes y su precio, online o en cualquier librería, no baja de los 10 mil pesos.
Recoletras es la excepción y Sabat cuenta por qué.
Alguna vez mencionaste que Recoletras hace historia porque enfrenta el sobreprecio de libros, ¿eso depende del IVA o de la distribución?
El IVA es inamovible, no hay una decisión política o económica y el 19 por ciento es una realidad. Por lo tanto, para los gobiernos comunales interesados en derrotar el sobreprecio, Recoletras les ofrece un modelo comprobado y que tiene un alcance, hasta el momento, interesante. La distribución es la vía para los municipios y gobiernos comunales.
Hay un debate sobre si el libro es un bien de consumo o un producto cultural, ¿cuál es tu posición allí?
Puede ser en primer lugar un producto cultural, pero que viene de un trabajo y es un objeto con un valor y un precio. Este objeto cultural se mueve en un mercado, pero ese movimiento tiene que ir detrás del precio justo. Eso es lo que estamos instalando porque, además, tenemos como aliados naturales a las editoriales independientes. Hemos dialogado también con bastantes escritores que buscan espacios para expresar sus creaciones. El libro se mueve en aguas bastante ásperas, sin embargo, aquí las personas que se llevan un libro a un precio razonable, se van contentas. Estaba naturalizado el sobreprecio.
Ya abrimos las puertas para que vengan por su libro a precio justo en nuestra #LibreríaPopular. Hoy sábado las y los esperamos hasta las 18:30 horas en Av. Recoleta 2774, Metro Einstein. pic.twitter.com/sKNYEhbMcr
— Recoletras (@Recoletras) 9 de febrero de 2019
Cuando abrieron, las críticas venían de las librerías grandes, pero finalmente ellas continúan vivas, no bajaron sus ventas…
Todo cambio social profundo genera miedo o suspicacias. Partiendo por eso, se entiende la sobrerreacción. Nos tildó de competencia desleal una librería que yo conozco bastante en Lastarria, pero ya pasaron dos meses. Esta librería tiene sus barreras de entrada, estamos en el metro Einstein, no estamos compitiendo en el espacio geográfico en el centro o Providencia. Las personas que toman la decisión de llegar aquí, si quieres comprar el libro Historia de la Locura de la Época Clásica de Michael Foucault a 5.500 pesos, se pegan el pique. Pero es una decisión que no todos toman. Por lo tanto, no estamos en la competencia geográfica. Lo que sí es que los libreros tienen que entender que el estatus quo, el sobreprecio del libro, tiene que cambiar.
Por otro lado las editoriales independientes se sumaron al proyecto, ¿a qué se debió?
Las grandes absorben en algunas circunstancias a las editoriales más pequeñas. Estas editoriales que son muchas y que se asociaron en la Furia del Libro, por los conflictos que hay alrededor, están tratando de sobrevivir y ven como aliado natural a la librería popular. Estas editoriales independientes, por línea editorial, consideran como espacio cultural a nuestra librería para poder vender los libros.
¿Y qué pasó con las grandes, por qué se restó Planeta y Penguin Random House no?
Porque encontraron que este proyecto promueve la necesidad de comprar libros y que la gente acceda a libros. Estas editoriales grandes lo ven como una librería que contribuye a expandir la necesidad del libro en un contexto de avances tecnológicos, en el cual la gente de generaciones muy actuales tiende a prescindir del libro. Detrás de la librería hay un concepto fetichista de tocar el libro, sentir el aroma a las hojas, observar las portadas, hay toda una mística.
¿Es la primera vez que te haces cargo de librería?, ¿te sientes como un librero?
Me lo preguntaste al principio, pero he pensado otras cosas. Daniel me solicitó que me hiciera cargo de este proyecto porque en algún sentido es una librería común y corriente, pero distinta por el alcance político, social y cultural. Yo fui dirigente estudiantil, de una juventud política, y muy usuario de librerías. Como también soy coleccionista de música, ya está todas las conversaciones establecidas para también vender vinilos, cds y tornamesas. Va a haber un reacondicionamiento de la librería para recibir esta música que va a estar relacionada con las bandas de Woomad, el festival que lleva seis años en Recoleta.
Con todo esto, ¿crees que la industria subestimó a la comunidad de Recoleta?
Hay problemas estructurales y hay muchos dispositivos interesados en que siga así, en el sentido de georreferenciar la lectura en Chile. Hay librerías en Providencia, Santiago Centro, Las Condes, es una maquinaria muy orgánica que evidentemente reproduce maneras de pensar. No me llama la atención, esta especie de anatema de que solo los sectores medio y medio alto le interesa la lectura, pero ya he coordinado reuniones con editoriales y escritores fuera de la Región Metropolitana. Me dicen que en Concepción hay mucho menos librerías, entendiendo que Concepción es una ciudad universitaria, y lo mismo ocurriría en Valparaíso. Si fuera por la lógica del cliente, Valparaíso y Concepción estarían llenos de librería. Esta manera de pensar de los libreros es natural y es lo más cómodo para muchos que todo se mantenga igual.