Los Tres: Más que antes, como ayer

En un atestado Teatro Coliseo, el grupo realizó la primera de dos funciones para celebrar su disco Fome, editado en 1997. Esta es la crónica de una noche cargada de nostalgia, pero que también abre nuevas perspectivas.

En un atestado Teatro Coliseo, el grupo realizó la primera de dos funciones para celebrar su disco Fome, editado en 1997. Esta es la crónica de una noche cargada de nostalgia, pero que también abre nuevas perspectivas.

“Claus”, la pieza instrumental que abre Fome (1997), acaso el mejor disco que Los Tres hayan grabado en más de tres décadas, también da la bienvenida a un Teatro Coliseo con todas sus localidades agotadas. Es noche de viernes, es la primera de las dos funciones que el grupo ofrece en pleno centro de Santiago y la gente se apiña en los accesos. Hay quienes parecen buscar un reencuentro con canciones que conocieron hace dos décadas y hay otros que entonces apenas sumaban años de vida. Los vítores brotan desde la cancha con ansiedad y devoción, aunque el sonido tarda un par de canciones en calibrarse. El escenario está teñido de rojo como el arte del disco, la iluminación es colorida y se ven proyecciones con los títulos de las canciones sobre el escenario. Es un festejo y es estricto: durante casi una hora, Los Tres interpretan las 15 canciones del álbum en el orden original y con respeto casi exacto a su espíritu.

Casi, porque cada una suena más acelerada y urgente que en aquel disco, el que Los Tres publicaron justo luego del éxito fulminante que significaron La espada & la pared (1995) y, sobre todo, el concierto unplugged que grabaron para MTV. Con Álvaro Henríquez y Roberto “Titae” Lindl como únicos sobrevivientes de aquella época, con Cuti Aste como un colaborador ya histórico que se multiplica en teclados, acordeón, guitarra y hasta trompeta y con dos integrantes más recientes, el grupo tiene una cara distinta. El guitarrista Sebastián Cabib y -especialmente- el baterista Boris Ramírez favorecen un sonido menos preciosista y delicado, más descarnado, firme y urgente. Esa cualidad funciona a cabalidad en los riffs de “Antes”, en el vigor de “Libreta”, en el pulso de “La Torre de Babel”, en la electricidad de “Restorán”. Una marcha más lenta, en cambio, podría calzar mejor en canciones como “Fealdad” o “Pancho”, una crónica en clave folk empañada hacia el final por una pifia indisimulable.

Fue un detalle, en todo caso. Luego de su trasplante de hígado, Álvaro Henríquez es una suerte de renacido. Aun cuando permanece casi estático sobre el escenario, sigue siendo el centro de gravedad de un grupo que parece revitalizado cuando desactiva el piloto automático y deja de lado su repertorio más popular y gastado. El prestigio de Fome se basa justamente en los detalles y armonías de títulos como “Toco fondo”, “Olor a gas” y “De hacerse se va a hacer”, por nombrar solo tres que suenan en orden correlativo y son incontestables. “Morir de viejo” y “Moizefala”, dos que aparecen sorpresivamente en el segmento final y pertenecen a otros álbumes, son igual de imbatibles. La pregunta tiene varias respuestas posibles, pero es inevitable: ¿por qué Los Tres han relegado antes canciones de esa estatura?

Es una paradoja, pero quizás un concierto esencialmente nostálgico como éste sea el fermento para una etapa renovada de Los Tres. Es lo que se sospecha cuando Álvaro Henríquez aborda versos que escribió hace años y hoy suenan con otra connotación. El aplauso brota espontáneo cuando entona el “hace tiempo que no canto aquí” de “Cerrar y abrir”. “Me arrendé una vida para poder matar a la antigua”, confiesa acompañado solo por su guitarra en “Me arrendé”. Y hay al menos una frase más en Fome que funciona igual: “Como antes, más que antes, como ayer”.

Foto: Carlos Müller / Teatro Coliseo.




Presione Escape para Salir o haga clic en la X