El gladiador cholo y la desazón de la casi Copa América de los peruanos

La ilusión de una tercera Copa Continental para el seleccionado peruano estaba ensombrecida por la realidad: al frente tenían al dueño de casa, un Brasil hambriento de victorias luego de una temporada de bochornos internacionales. Sin embargo, la esperanza es sorda a las evidencias y los del Rímac creímos en una hazaña que finalmente no pudo ser en el Maracaná.

La ilusión de una tercera Copa Continental para el seleccionado peruano estaba ensombrecida por la realidad: al frente tenían al dueño de casa, un Brasil hambriento de victorias luego de una temporada de bochornos internacionales. Sin embargo, la esperanza es sorda a las evidencias y los del Rímac creímos en una hazaña que finalmente no pudo ser en el Maracaná.

Faltan más de quinientos días para el próximo eclipse, un año para la edición argentina de la Copa América que la empalmará con la Eurocopa, y menos de un minuto para que Roberto Tobar, el árbitro principal de la final de la Copa América 2019, de por finalizado el encuentro entre las selecciones de Brasil y Perú. 

El pitazo final nos agarra en el rincón de un restaurante peruano de la calle Merced, en el centro de Santiago, y nos hace saber que hemos vuelto a perder, a perder a lo grande y con los grandes. “Quien no conoce la tristeza en el fútbol, no sabe nada sobre la tristeza”, escribió alguna vez el peruano Julio Ramón Ribeyro, y quizás eso se parezca un poco a este silencio. Y le siguen los aplausos.

Rubén León es el cabecilla de la barra peruana en Santiago y está a dos o tres personas a mi derecha. No hay que esforzarse para encontrarlo: una máscara de espartano, crin de plumas y de colores, sandalias de plástico y medias para el frío. El “gladiador cholo”, como se hace llamar, está rodeado de decenas de adolescentes peruanos que lo han seguido ya por dos discotecas en lo que va de la tarde y que ahora se quedan por que él se los pide. 

“Quedémonos”, repite, “todavía falta la premiación”. 

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Me encontré con Rubén luego de que la primera camada de peruanos que agolpaban la Plaza de Armas saliera marchando a la discoteca que sería el punto de encuentro para el partido final. Más temprano, el “gladiador cholo” colocó en sus redes sociales esa história de Hugo “el cholo” Sotil escapándose del Barcelona y campeonando con Perú en el 75. 

“Me escaparé del trabajo”, escribió Rubén, “uno nunca sabe. Total, también soy cholo”. 

Ese apodo se lo ganó gracias a un titular del diario peruano El Trome, y que es a su vez el periódico de habla hispana más vendido en el mundo. Pero su fama en Santiago viene desde 2014, cuando se disfrazó por primera vez y entró gratis a ver un encuentro oficial de la selección peruana, que esa vez cayó goleado 3 a 0 ante Chile. 

Luego de aceptar tomarse todas las fotos que sus fanáticos le pedían en la Plaza de Armas, Rubén y sus secuaces de la barra desplegaron una bandera rojiblanca gigante y apresuraron la marcha. No eran muchos, la verdad, no pasaban de los 30. Un conocido canal de televisión transmitía en vivo la caminata y la pregunta para cualquiera era la misma: ¿cuál es el pronóstico de hoy? 

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El menos confiado respondía que 2 a 0. Quedaban casi 30 minutos para el partido y Rubén sabía que caminando no llegaríamos nunca. ¿Qué taxista se detendría para llevar a un grupo de hinchas que ganaron su boleto a la final eliminando a Chile y que entonan en plena avenida Recoleta cánticos de burla hacia los chilenos?

Dice Rubén que la primera vez que se disfrazó fue por una apuesta que le hizo al mismísimo Jorge Sampaoli, cuando este aún era el técnico de la selección chilena. Una vez, en una de esas visitas del casildense al restaurante donde Rubén trabajaba como cocinero, éste se le acercó y le apostó uno de los champagnes más caros con que Sampaoli solía acompañar las carnes a la hora de la cena, si es que Perú le ganaba a Chile en un amistoso que se jugaría en Valparaíso. 

Sampaoli, además, le regaló a Rubén cuatro entradas para ese partido. “Y yo no quería pasar desapercibido”, me dijo poco antes de entrar a la discoteca donde planeaba ver el partido de su selección y en donde no demoró en ubicarse al centro de la barra para tomar la batuta. 

¿Qué significa ser hincha de una selección? Si te haces llamar uno, ¿qué es lo que más importa? Eso mismo le pregunté al gladiador cuando a diez minutos de iniciado el partido, él y su gente dejaron casi vacía a la discoteca por tener problemas con la transmisión y deambulaban sin rumbo por las calles de Bellavista.

El “gladiador cholo” ha estado en la Copa América que organizó Chile en 2015 y acompañó a la selección peruana al mundial de Rusia 2018. Esa vez, dice, se atrasó con su regreso y por eso no alcanzó a pedir vacaciones para viajar a Brasil este año. Pero volvamos a la pregunta, ¿alentar u observar?, ¿qué es lo que más importa?

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“Ahora solo quiero mirar el partido, sobre todo porque no estoy en la Copa América”, me dijo Rubén mientras intentaba hacer de todo para tomar un taxi. No pasaron ni cinco minutos y alguien avisó que Brasil adelantó el marcador y de alguna forma todos sabíamos lo que venía. Lo sabíamos, pero queríamos verlo, como los deudos sin consuelo que necesitan golpear con todas sus fuerzas el cadáver del ser amado por si aún alcanza a reaccionar, sin embargo, luego lo lloran, agotados y resignados a ese final.

Nos dio dos chances Roberto Tobar: un penal bien cobrado por Guerrero y cuyo efecto duró por cuatro minutos, y una expulsión a Gabriel Jesús que dejó a Brasil con 10 hombres a 20 minutos del final del partido. Todo eso sucedió una vez instalados en un local subterráneo del centro del Santiago y la historia que siguió fue mucho más similar a la realidad cercana que a una hazaña épica. 

Recuerdo haber buscado a Rubén para el final y haberlo encontrado aún con el casco puesto. En un instante se me vino a la mente  la escena de “El Gladiador”, cuando los guerreros en la arena saludan al César y le dicen: “los que van a morir te saludan”. 

En eso pensaba mientras el Maracaná aplaudía y el equipo peruano recibía sus medallas. A nosotros nos tocaba salir a la calle en un instante y el frío que nos llegaba por los pasadizos nos recordaba que el invierno aún seguía. Nos escapamos todos de nuestras vidas, probablemente, y ya es tiempo de volver a ellas con las lecciones aprendidas. Hay otras batallas allá afuera, otras tristezas. “Total, también somos cholos”. 

 





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