Es, Gabriel Salazar, uno de los autores más prolíficos del último tiempo. A sus decenas de libros se sumó, en junio pasado, Historia del Municipio y la soberanía comunal en Chile (1820-2016), texto publicado bajo el sello de Editorial Universitaria.
En sus páginas, el Premio Nacional de Historia 2006 hace un recorrido que abarca desde los Cabildos Abiertos en el Chile colonial hasta el municipio de nuestros días. La soberanía de las comunidades es el punto a analizar por el historiador, soberanía que, efectivamente hubo en un momento pero que, a juicio de Salazar, fue despojada a lo largo de los años por las autoridades de turno. En su lugar, fue la oligarquía santiaguina y, por ende, el Estado central el sitio donde se acumuló el poder.
Para profundizar en la materia, Radio y Diario Universidad de Chile dialogó con el reconocido académico. En el living de su casa, comentó y reflexionó sobre la soberanía de las comunidades, la abstracción del concepto “nación”, la “trampa” del sistema neoliberal y su esperanza en el redescubrimiento del rol soberano de los pueblos… Café de por medio.
Da la impresión de que la del municipio es una historia dejada de lado, es una historia marginal. En ese sentido, ¿cuál es la intencionalidad de hacer un libro como este y qué aporte nos entrega?
Por lo que tú dices. Esta es un área del sistema político y un área de la vida cívica, de los ciudadanos, muy dejada de lado por los estudiosos, por los políticos, y justamente eso me llamó la atención. ¿Por qué el municipio no tenía su propia historia? El municipio tenía estudios solamente muy faccionales, en perspectiva de los abogados, del derecho, un problema específico, pero no una historia global que se refiriera a su esencia como estructura e institución política, como institución del Estado. Este es otro de los problemas: ¿el municipio forma parte del Estado o no? Normalmente todos dicen que está constituido por el poder legislativo, el judicial, el ejecutivo, entonces: ¿qué es el municipio? El municipio queda en el área incierta del sistema político, porque tiene un estatus no definido, ambiguo.
Por otro lado, me llamó la atención el hecho de que no había absolutamente nada consistente escrito desde las ciencias sociales sobre el municipio. Esto me motivó a investigar este problema porque, además, estuve trabajando mucho tiempo –después que volví del exilio- en las poblaciones, con los trabajadores, con los pobladores, con los estudiantes, con los jóvenes, con las mujeres, etc. Haciendo ese trabajo directo en terreno fui tomando conciencia de la importancia que tiene la comunidad local, donde viven realmente los ciudadanos, donde viven los trabajadores, porque para hablar de trabajadores siempre se hablaba de la fábrica, el salario, la huelga, la toma de la fábrica, pero de los obreros nunca se habla de dónde viven, cómo viven. Justamente en ese periodo, en los años ochenta, nosotros trabajamos en las poblaciones y ahí vimos cómo se vivía en una comunidad real, viva de los trabajadores, los pobladores, las mujeres, los jóvenes, los niños, entonces ahí tomé conciencia de la importancia que tiene la comunidad. Por eso inicié un proceso de investigación, por allá por el año ’93.
Estamos hablando que fue un proceso bastante largo para llegar a lo que es el libro.
Es antiguo. El año ’92 o ’93 presenté un proyecto al Fondecyt para investigar el tema de los municipios y de la comunidad local. Ejecuté ese proyecto en dos años, pero quedé disconforme porque el problema era muy grande. Estudié un aspecto solamente en ese periodo y lo dejé ahí. Ya en el año 2016, la municipalidad de Maipú me contrató para hacer la historia de su servicio municipal de agua potable de alcantarillado, que es el único que está manejado por un municipio en una comuna grande. Al investigar eso me di cuenta que podía completar el estudio anterior y desde la perspectiva de un ejemplo concreto de la historia de una comuna -en este caso Maipú- le agregué entremedio un estudio sobre las definiciones de la política –digámoslo así- municipalista del modelo neoliberal, o sea, Pinochet para adelante. Al final, son tres investigaciones que tienen en común el tema municipal, son tres libros en uno, por eso es un libro gordo.
A propósito del texto, uno tiende a pensar que a las autoridades no les acomoda el poder de las comunidades, ya sea por desprecio o por temor hacia ellas. ¿Por qué, finalmente, se anula el poder de las bases?
Ese es el problema de fondo que está detrás de todos estos estudios, el problema de qué es la comunidad local y cuánto poder tiene en sí misma, por naturaleza. Eso me llevó a un estudio más profundo, más de sociología, más del lado filosófico inclusive, y vine a descubrir una cosa muy importante, que es que siempre se habla de la soberanía, pero en las tres constituciones que ha tenido Chile la soberanía aparece radicada en la nación. ¡La nación! Y uno se pregunta qué es la nación, dónde está, y resulta que es un concepto abstracto, porque en realidad existen comunidades concretas: la comunidad de Putre, la comunidad de Calama, de San Miguel, la que sea, pero la nación es un concepto abstracto, entonces le atribuyen la soberanía a un concepto abstracto.
Las tres constituciones dicen lo mismo y en el artículo siguiente dice que “la nación delega la soberanía en las autoridades constituidas”, o sea, en el gobierno de turno. Ahí radica la trampa, porque la nación es una abstracción, no existe en sí misma. En segundo lugar, al decir “delega” es como si esta abstracción haya decidido, en un momento dado, delegar la soberanía en las autoridades constituidas cuando en realidad una abstracción no puede decidir, pues no es un sujeto. En tercer, lugar la trampa está porque la soberanía la entrega al gobierno de turno y no la devuelve a las bases, al pueblo mismo, sino que al gobierno de turno, como quiera que haya surgido ese gobierno. Por lo tanto, estudiando los textos constitucionales me di cuenta que hay una trampa, se dejó de lado al pueblo mismo vivo y el pueblo vivo vive en comunidades concretas, con nombre, apellidos y un lugar específico.
Al estudiar eso a través de la tradición filosófica, de la ciencia política, de lo que dice Aristóteles, Platón, Santo Tomás, entre otros, ellos dicen que la soberanía radica en el pueblo, pero el pueblo constituido como comunidad y como asamblea viva, entonces el punto clave es que la soberanía no radica en la nación, en una abstracción, sino en el pueblo vivo que puede, en asamblea, deliberar sobre sus problemas y tomar decisiones. La soberanía es siempre la función de un pueblo vivo que se reúne para tomar decisiones acerca de los problemas que lo afectan, por lo que la soberanía depende de que un pueblo delibere en asamblea. Sin deliberación no hay soberanía, porque -y esta es una cuestión fundamental- la soberanía no es una voluntad individual, sino que es una voluntad colectiva. Entonces el problema es que hay que construir una voluntad colectiva. ¿Cómo se construye? Pues con una comunidad deliberando, deliberando en asambleas, ahí está la soberanía.
Esto inmediatamente deja fuera el voto individual, porque es una voluntad individual y, además, es secreto. Eso me llevó a pensar que hay una gigantesca trampa en la historia. Ya Karl Marx se había dado cuenta de esto mucho antes que yo, cuando dijo que la obra maestra del capitalismo ha sido destruir el derecho de las comunidades, el derecho colectivo, para establecer la libertad individual como eje de todo el sistema político. O sea, destruyó la soberanía y la reemplazó por una voluntad individual que se suma en números y que anula la deliberación, son solo cifras. La trampa consiste en que se destruyó la comunidad como voluntad política, se destruyó la soberanía, se reemplazó por el voto individual y Chile ha estado, por tanto, funcionando durante dos siglos sin que la soberanía popular se haya manifestado nunca, pero nunca.
En las constituciones políticas que nos han regido, la de 1833, la de 1925, la de 1980, la ciudadanía no participó, no hubo voluntad ciudadana, se las impusieron. Por eso decidí hacer la historia de las comunidades locales, porque ahí estaba la soberanía y el cómo se destruyó esa soberanía, la cual se expresaba antiguamente en el cabildo: ese fue el órgano de la soberanía popular por siglos, no es porque sí que la independencia de los países de Hispanoamérica fue decidida por los cabildos.
¿Todos tenían acceso a los cabildos, todos podían participar?
Claro. Durante el siglo V, hasta el siglo XV, cuando no había ni estado imperial ni estado nacional, la comunidad se autogobernaba a través del cabildo, que no era más que la comunidad reunida en el cabildo abierto, asamblea abierta. Ahí participaban los hombres, las mujeres, los niños, las familias, toda la comunidad, se constituía la voluntad colectiva y, por tanto, la soberanía misma. Por eso que Diego Portales -un personaje muy siniestro- abolió el cabildo y establece, después de 20 años que no hizo nada, el municipio, que ya no es el órgano de la soberanía popular, porque la única posibilidad de que la soberanía popular exista es que exista un pueblo que se reúna en asamblea para tomar decisiones y la única posibilidad de que haya pueblos de ese tipo son las comunas locales, no a nivel de nación. Es la comuna, cosa que no existe.
Entendiéndolo así, seguimos con el legado de Diego Portales.
Claro, por eso que el municipio no es “chicha ni limoná”, como diría Víctor Jara.
¿Ya desde esa época el municipio se ha tomado como una especie de trampolín de los políticos para, desde allí, saltar al poder central?
Claro, porque la Constitución lo dice, que la soberanía queda delegada en el gobierno de turno y este es un gobierno central radicado en Santiago. El centralismo es lo que ha impedido que se desarrolle la voluntad ciudadana como soberanía en estos 200 años y por eso los políticos, en última instancia, quieren llegar al Estado central. El municipio no es más que un par de gradas para llegar arriba.
Daremos un salto en la historia. En el libro se explica que, paradójicamente, la dictadura de Augusto Pinochet descentralizó los municipios, regionalizó el país, pero ahí también habría una trampa. ¿En qué consiste esa trampa?
En este proceso está la clave más profunda de la trampa neoliberal, la más inteligente trampa que se haya hecho nunca en la historia de Chile. Desde Portales hasta Allende, todo tendió a concentrar el poder en el Estado central, el Estado lo hacía todo. Por eso, para mi generación, el Estado era una especie de gran patriarca, un gran papá, que resolvía todos los problemas de sus hijos. Era Estado docente, pues la educación pública dominaba todo; era un Estado social benefactor, protegía al trabajador, a la mujer, a los niños; era un Estado reformista, se reformaba a sí mismo para ayudar al pueblo; era un Estado empresario, tipo Corfo -la gran Corfo de la época, no la de ahora- que industrializaba el país y controlaba un montón de industrias; más encima, con Salvador Allende Gossens, el Estado fue revolucionario, porque la revolución socialista la iba a hacer el gobierno del pueblo, o sea, el Estado y no el pueblo mismo.
Por eso que el Estado concentró tanto poder, se agigantó una burocracia pública. Fue un Estado denso, pesado, enorme, razón por la que los ciudadanos le decíamos “tengo esta necesidad, resuélvamela”. Uno pedía y si no le daban la respuesta adecuada, protestaba. A las masas populares nos acostumbraron, durante un larguísimo periodo, a pedir y protestar, pero no resolver. Claro, las comunidades locales, los cabildos, fueron abolidos, entonces ¿dónde nos íbamos a reunir para ser soberanos? No había dónde, todo quedó en el Estado. El municipio fue deshuesado en ese periodo, fue cercenado por el Estado central.
Entonces aparece Pinochet, aparece el modelo neoliberal y su gran obra es descentralizar el Estado. Sacaron un gran discurso respecto de ello, pero eso no significó -y ahí está la trampa- que el Estado devolviera el poder hacia abajo, hacia el pueblo o hacia otro centro. Hubo descentralización del Estado, pero no devolución de poder, y ahí está la inteligencia del Estado neoliberal. Por eso municipalizó la educación, privatizó todo lo que pudo, eliminó la fábrica, porque eliminaba a la clase obrera. En lugar de fortalecer los gobiernos locales habló de descentralización, pero no potenció los gobiernos locales. Lo que hizo fue crear una maquinaria automática que controlara y gobernara. El mercado es el que gobierna, pero no a título de Estado, esa es la gracia.
Hay quienes postulan que la dictadura de Pinochet no debilitó al Estado en realidad, sino que lo fortaleció, pues se deshizo de áreas problemáticas como la educacional y las traspasó a las municipalidades. En ese sentido, el Estado queda blindado ante el descontento ciudadano, pues el problema sería de los municipios, no del poder central. ¿Está de acuerdo?
Sin duda, porque el tema de la educación, en la época de Frei y Allende, le generó un gran problema a la clase política y a la derecha. El desarrollo educacional que hubo en ese periodo llevó al desarrollo del izquierdismo y a la petición de reformas profundas. Eso llevó a que la derecha y el capitalismo se achicaran y quedaran al borde de la destrucción total, de la destrucción revolucionaria. Además que las huelgas de los profesores, que en su mayoría trabajaban para el Estado, paralizaban todo el país, lo mismo un paro de los grandes gremios de obreros o los portuarios. El modelo necesitaba destruir esto porque era un gran peligro político para el Estado y para la oligarquía. Si la educación estaba en el Estado, todo el mundo que quería reformar la educación atacaba el Estado. Por eso se municipaliza la educación, así los ataques van al municipio, y así con distintas áreas. El Estado burocrático que tenían Frei y Allende, el modelo neoliberal lo vacía de contenido.
Según sus palabras, la “libertad” que el discurso neoliberal asegura a los ciudadanos no sería tal. De hecho, existiría para los capitales.
Claro, porque lo que hace el mercado es que te llena de mercancías para que consumas, pero no te dará un salario adecuado. El 70 por ciento de los contratos en el aparato público son precarios porque son a contrata, y más encima, otro 20 por ciento son a honorarios, que es peor todavía. El mercado no te garantiza una carrera segura en términos de ingreso, te pueden echar en cualquier momento. Por otro lado, y ahí está lo siniestro, si tienes un salario precario no vas a poder comprar mucho, pero muéstrame un contrato -aunque sea precario- y te presto plata, te abro línea de crédito. El mercado llena el déficit de salario y contratos con tarjetas de crédito, por eso en Chile hay cerca de 40 millones de tarjetas de crédito para una población activa de siete millones. El modelo gobierna no a través de un aparato político del Estado, gobierna a través del mercado. La gente se siente de clase media pero se endeuda, y como está preocupada de trabajar para pagar las deudas, no se mete en política.
Sin embargo, el discurso del modelo es que la gente participa, tiene derecho a voto, ejerce soberanía. Según lo que usted dice, sería un discurso mentiroso.
Esa es la manera de gobernar. Un Estado que no quiere hacer políticas de desarrollo, ni de producción, ni de industria, ni de empleo, sino que deja en libertad a todos los individuos, mantiene la disciplina y el control no a través de leyes, sino a través del mercado. Por eso en ciencia política se habla de la gobernanza liberal, que no es lo mismo que gobernabilidad. La gobernabilidad de un sistema consiste en que el Estado gobierna y disciplina a la gente a través de las leyes y del aparato político, en cambio la gobernanza controla a la gente pero no necesariamente a través del aparato político, sino a través de su comportamiento económico frente al mercado. Por eso que la descentralización, en el fondo, era armar un sistema de gobernanza. Esa es la obra maestra del modelo neoliberal desde el punto de vista político. Ya no hay tanta pobreza del tener, sino una pobreza del ser ciudadano.
Hay que reconstruir el ciudadano en este país, lo que se está dando como un proceso muy subterráneo en todas partes, y se están reconstituyendo las comunidades. Por eso consideré pertinente publicar este libro, porque va a alimentar -pienso yo- este proceso que va por abajito y consiste en cómo la gente está redescubriendo su rol soberano.
Usted afirma en el libro que, pese a toda esta puesta en escena del neoliberalismo, que promete participación y enriquecimiento, la gente no se ha dejado seducir. ¿Qué lo lleva a afirmar algo así?
Hay una serie de indicadores que lo atestiguan. El principal son las encuestas que consultan a la ciudadanía qué grado de confianza tiene en los partidos políticos, en los políticos y en el sistema político. Esas encuestas las viene realizando el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo desde 1991 y ya ese año arrojó que el 54 por ciento de los chilenos dijo “no confío en este modelo, no me gusta este modelo, no tengo confiabilidad ni en los políticos, ni en los partidos políticos, ni en el sistema”. Yo le he seguido la pista a estas encuestas -que cada vez son menos públicas- y ya en 2017 el 94 por ciento de los chilenos no confiaba ni en los políticos, ni en los partidos, ni en el sistema. Eso revela que hay un malestar interior profundo en los chilenos.
Una de las cosas más interesantes que yo he observado es que está reapareciendo la comunidad crítica, espontáneamente, por todas partes. Todo esto partió en 2011 con la rebelión de la comunidad de Punta Arenas y Magallanes y se movilizaron para que no se privatizara la distribución del gas. Lo que se hizo en Magallanes fue que se constituyó un poder local, se mandó a cambiar al intendente, al municipio y gobernaron ellos por dos semanas, consiguieron lo que querían y luego volvieron las autoridades establecidas. Fue una experiencia preciosa. Lo mismo ocurrió en Aysén, en Freirina contra Agrosuper, en el Alto Huasco contra Pascua Lama, en algunas localidades de Chiloé, en Calama, donde se ve cómo la gente se organiza todos los días. Las comunidades locales están resucitando porque la única posibilidad de triunfar ante las grandes empresas es a través de la comunidad. Esto revela una cosa bien interesante para pensar teóricamente: el pueblo es muy poderoso donde vive y donde trabaja, en cambio es muy débil en el Estado central.