No es difícil imaginar la sala como una enorme caja musical hermética y de madera, y una cuerda más gigante aun esperando ser retorcida. Hay cilindros y tuercas que tendrán que coincidir también y llegar a tiempo justo a un lugar común al otro extremo del silencio, que será su norte, su tierra firme, y que más que un sonido será una sensación que tiene ver con los recuerdos de un hombre.
Simón González dice anotar en los márgenes de las partituras que tiene regadas en el suelo algunas de esas. “Yo haría más profundo el bajo”, repite apenas ha empezado el primer ensayo de la banda. Son 17 músicos en total, la mayoría de cámara. 10 cuerdas, 4 vientos, 2 percusiones y una voz que deben colaborar para que esa profundidad sea la misma que se imagina y que le sugiere al director Francisco Núñez, tras la interpretación de una pieza creada hace 36 años por su padre.
“Que se mantenga tremoleando el plato y que el oboe sea más fantasmagórico”.
Andén del aire es la tercera melodía del sexto disco oficial de Congreso, Pájaros de arcilla (1984), y que además fue compuesto casi en su totalidad por Sergio el “Tilo” González, el mítico percusionista y miembro fundador de la banda nacida en Quilpué.
“Esa música me recuerda a toda mi infancia”, dirá Simón después mientras descansa en el camerino de la Sala Máster -la caja musical gigante- al final de la primera jornada de ensayo. Entonces, prosigue: “cuando estaba escribiendo esto era como escuchar las canciones originales e imaginaba qué otras posibilidades podrían tener ya con el Simón más grande”.
Congreso ya tiene, por cierto, un disco enteramente sinfónico que grabaron ellos mismos en 2014, con la colaboración de la orquesta de la Universidad de Concepción y bajo la dirección de Francisco Núñez, que repite el plato por cuarta vez.
Hace solo un año, en el teatro Nescafé de las Artes, bautizados como “Orquesta Nocturna”, González y Núñez fueron parte de un homenaje sinfónico a Congreso, y cuatro años antes, hicieron lo mismo por iniciativa de la Universidad San Sebastián, acompañados de la orquesta “Ensamble MusicActual” y la dirección de Sebastián Errázuriz.
Entonces, ¿qué es lo que lo hace distinto ahora?, ¿qué es lo que lo justifica?
Quizás tenga que ver con lo que, según González, es un homenaje a la banda desde la complejidad rescatada en los sinfónicos anteriores, pero encontrando puntos en común con lo que también es esencia en Congreso: lo autóctono, lo chileno, lo popular. Pero, además, y quizás sin querer, la forma elegida sea también una notable diferencia, y una justificación que podría ser excéntrica para algunos, pero sin duda una respuesta a los mecanismos que controlan la industria musical actual.
Por eso una Sala Máster y 16 personas grabando in situ y un reto que va más allá de la perfección sonora, y que tiene que ver con las sensaciones. Por eso González las anota en los márgenes y por eso las reclama. “El músico que está leyendo esto lo va a interpretar a su manera. Obviamente no va a ser igual que la mía, pero al menos debemos situarnos en una misma imagen”, se explica.
Serán dos días de ensayo, 13 piezas en total, dos días más de grabaciones.
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Nano Stern tenía 17 años cuando asistió por primera vez a un concierto de Congreso. Ya para ese entonces, tenía al menos 15 formándose como músico, pero estaba a dos de abandonar lo docto y adentrarse de lleno en la música popular.
Y es justamente ese habitar entre estos dos mundos lo que, entre otras cosas, parece hermanar tanto a Stern como a Núñez y a González.
Este último, por ejemplo, es guitarrista de la banda de Nano Stern, además de trabajar proyectos en solitario y pertenecer a un cuarteto en paralelo. Aunque creció viendo a Congreso subsistir por casi 50 años, González dice que jamás imaginó mantener un formato durante años como un imperativo para hacer música distinta, y esa misma libertad que valora su generación, la comparte también con Francisco Núñez, que dirige orquestas de cámara y la vez es parte de la banda de jazz contemporáneo Ensamble Quintessence.
Pero hay una generación siguiente, todavía, y para la cual grabar un disco de la forma en la que proponen estos tres ahora significaría superar primero la tentación por la tecnología y un riesgo que, al menos en el caso de la Sala Máster, tiene entre sus últimos ejemplos a los álbumes S/T de Manuel García y Con los ojos en la calle de Congreso nuevamente, ambos del año 2010.
“Se gana mucho más, tanto en la sonoridad como en lo musical, escucharse con el que está a lado tocando. Creo que da un resultado mucho más favorable para este tipo de música”, explica González.
“Por la naturaleza de la música no aguantaría hacerlo de otra manera, y nos posibilita ser capaces de estrujar cada sensación que nos va evocando la música en el momento”, agrega Stern, que tampoco es ajeno a los riesgos en sus propios procesos musicales. Ya en el 2017, por ejemplo, en su EP Santiago, decidió relegar el sonido de las guitarras a un segundo plano, pese a que hasta ese entonces se trataba de un instrumento protagónico en sus propuestas, dejando así brillar a las percusiones, al bajo y, por supuesto, a su voz, que es tan dúctil como la intención de este proyecto.
“No quería una voz tan ligada a la música clásica sino más natural, y qué más natural que alguien que canta rock y folclore”, dice Simón González, pero, ¿no es esto finalmente la propuesta de Congreso en su estado puro?
“Sin temor a equivocarme, me parece que Congreso es una de las tres mejores bandas nacionales. Todas las etiquetas que le puedan poner quedan un poco superfluas, entendiendo que hay una raigambre casi idiosincrática que los define. Creo que es una banda claramente chilena”.
No se refiere Francisco Núñez a la chilenidad celebrada los 18 de septiembre, sino a algo que se construye con la historia, “que huele más a viejo que a niño”, según intenta explicarse, “o quizás a ambos”.
Nostalgia histórica es lo que podría acercarse a resumir lo que plantea, y que para entenderla -o concretarla- es de vital importancia la subjetividad del recuerdo de Simón González, que no participará con su guitarra en el arranque de las grabaciones, sino que se pondrá los audífonos para escuchar con atención milimétrica cada sonido emitido y corregir así las notas que deberán alargarse o las que serán tan cortas como un golpe o un susurro.
La caja musical gigante esperará el tirón de la manija, y Núñez tendrá la mano alzada y la palma abierta, aguardando el silencio.
“¿Qué anotaste?”, le preguntará a González después de terminada cada pieza.
Simón, que estará a su costado, sonreirá a veces y le dirá casi como un cumplido: “Bien. Este disco se escuchará solo con audífonos”.