Daniel tiene 14 años. Cursa octavo básico y prácticamente no ve televisión. Según dice, para él los contenidos presentados por la pantalla abierta no resultan atractivos en ningún término: “No me interesa para nada”, comenta.
Lo usual, señala, es utilizar su computador: allí puede conversar con sus amigos, hacer tareas, jugar y ver series animadas.
Durante el último tiempo, en el contexto de la crisis por el COVID-19, esta plataforma también se transformó en una herramienta de estudio: dos veces a la semana debe asistir a clases por YouTube, mientras, paralelamente, responde a los deberes que sus profesores le ordenan por correo electrónico.
“Normalmente, hay cerca de 300 personas conectadas en YouTube. Hemos tenido, principalmente, clases de matemáticas, pero no se comparan con una clase en vivo. Aquí no se pueden resolver ciertas preguntas, entonces, al final, no representan una gran ayuda”, sostiene.
El caso de Daniel bien puede cotejarse con el de cientos de estudiantes que hoy, ante la suspensión de las clases por el coronavirus, deben continuar sus estudios a distancia. En ese camino, no obstante, se encuentran con una educación a la deriva, donde surgen más dudas que respuestas.
Al final del día, la falta de un apoyo continuo e inclusivo es evidente.
Entre comedias, fútbol y programas misceláneos
A fines de marzo, el Consejo Nacional de la Televisión (CNTV) llamó a las autoridades y a los directores de medios de comunicación a comprometerse con los niños, niñas y adolescentes del país. Entonces, la presidenta del organismo, Catalina Parot indicó que, frente a este contexto, los canales debían transformarse en aliados de las familias del país.
“La televisión chilena tiene una gran oportunidad para prestar servicio de utilidad pública, porque es el medio de mayor accesibilidad en este contexto de crisis sanitaria”, recalcó.
A esa solicitud también se sumó el Colegio de Profesores, que emplazó a los canales y al Gobierno a asumir una actitud mucho más activa respecto de la educación a distancia: “Manifestamos nuestra disposición a aportar en la realización de la nueva programación educativa que nuestro país necesita en estos momentos y esperamos que se difunda el material pedagógico ya elaborado por el CNTV en una franja horaria fija, accesible y apropiadamente anunciada para garantizar su llegada a la mayor cantidad de hogares”, indicaron.
La alerta de ambas entidades guarda relación con el panorama que hoy develan los estudios sobre televisión y público infantil y adolescente en el país. En esa línea, el CNTV calculó que el 0,9 de la producción total de los canales está orientada a este público.
Según el organismo, estos contenidos han ido a la baja desde 2011, propiciando parrillas dedicadas, principalmente, a adultos. Con ello, los jóvenes se han visto obligados a consumir programas que nada tienen que ver con sus procesos de desarrollo o de educación, entre ellos, telenovelas, partidos de fútbol y proyectos misceláneos.
Para Soledad Suit, directora del CNTV Infantil, el tema pasa por el hecho de que los adolescentes son un público que ha cambiado su forma de consumir contenido audiovisual. “El segmento adolescente se está yendo de la televisión y está concentrándose en el consumo audiovisual personalizado, que es posible a través de las plataformas que están en línea. Entonces, en ese sentido, ellos tienen más posibilidades”, dice.
“Aquí el tema sería la falta de contenido de carácter nacional y regional. O sea, contenido audiovisual para adolescentes con el sentido de lo chileno o con el sentido de lo regional. Los jóvenes de Magallanes, de Aysén, de Los Lagos, son distintos a los de Arica, Tarapacá, etc. Estoy hablando de una obviedad, pero a veces a uno se le olvida que es necesario tener esa especificidad en mente”, afirma.
Un público en tránsito
El debate respecto de la televisión educativa para adolescentes plantea un desafío en el sentido de cómo elaborar los contenidos para este grupo. Aquí las alertas son variadas y hablan de un proceso que debe realizarse en conjunto con los jóvenes.
Para los expertos, lo principal es la diferenciación entre las etapas de desarrollo, sobre todo porque los intereses pueden ser muy variados en esta fase. Así, el reto es definir qué tipo de televisión se va a plantear: una propuesta orientada a la diversión puede tener una impronta muy distinta a la de un proyecto educativo y cultural.
Jade Ortiz, docente, coordinadora del área clínica de la Universidad Santo Tomás y psicóloga formada en la Universidad de Santiago, advierte, en esa línea, que es preciso considerar los contenidos psicoeducativos, es decir, qué es lo importante en términos de desarrollo emocional y social.
“Ellos están en una etapa de construcción de aquello que les hace sentido, es una etapa de formación de la identidad en la que van definiendo sus propias opiniones, por lo tanto, tenemos que entregarles información y permitirles entender esa información”, señala la especialista.
“Esta es una etapa que tiene muchas preguntas y, por ello, se pueden hacer paneles de expertos que apoyen ese trabajo de entrega de contenidos, pero de una forma entretenida donde no se impongan cosas. Lo ideal sería proponer contenidos para la reflexión, para abordar cosas tan simples como la amistad, el desarrollo sexual. Es una etapa que requiere del aprendizaje de muchas competencias y habilidades”, añade.
Para la experta lo principal de un proyecto así, sería la generación de un debate en el que los jóvenes puedan participar y verse reflejados. Según dice, todo ello podría beneficiarse del mundo digital: “La idea es trabajar desde una campaña con ellos, para ellos. Así, se generaría un espacio sumamente rico y quizás fortaleceríamos mucho la adultez y la sociedad en un futuro”, dice.
“Hoy, no sé si es dañino que no tengamos una televisión para los adolescentes, pero lo que sí puedo decir es que en la medida que tengamos canales que promueven antivalores, es decir, el héroe que confronta al otro, como lo que sucede en las comedias y realities, vamos a tener mensajes que son tremendamente fuertes para los adolescentes, porque el joven va a asumir ese comportamiento como modelo permitido. Hay que preguntarse cuán dañinos son los contenidos que la televisión local está entregando”, reflexiona.
¿Televisión de emergencia o un cambio sistemático?
Para Claudio Salinas, académico del Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, transformar la televisión actual es un debate prioritario, que debe asumirse como un desafío país. Así, frente a este contexto, señala que lo ideal sería avanzar en una discusión profunda sobre el modelo que, actualmente, está sujeto a los comportamientos del mercado.
“Estamos en un periodo que tiene que ser de regeneración total y estructural, es decir, tiene que haber una refundación de la televisión. Ahí, evidentemente, tendríamos que pensar en un canal que tuviese una vocación pública”, dice.
“Descartaría la televisión de emergencia, porque bajo estas condiciones se genera mucho simulacro, pero ¿qué pasa después del COVID-19? Esto tiene que ser permanente. Para problemas estructurales tienes que tener soluciones estructurales, porque sino cualquier proyecto va a quedar como un árbol de pascua, donde vas agregando cosas y generando como un Frankenstein televisivo. Aquí siempre estamos resolviendo el momento. Es como una lógica del kiosko, siempre solucionando los problemas sobre la marcha, pero no estamos pensando un país. No hay proyecto político”, agrega.
Este debate también surge como eminente sobre todo si se consideran los cambios que a futuro contempla la Prueba de Selección Universitaria. En esa línea, los expertos señalan que sería beneficioso, para buena parte de la población, generar un apoyo educacional que acompañara los procesos de enseñanza así como las transformaciones propias de la etapa.
La idea es avanzar junto a los jóvenes, en vez de dejarlos a su suerte, tal como sucede en la actualidad.