“Julio Anguita se atrevió siempre a señalar al poder. Dijo las más crudas e incorrectas verdades con todo en contra y, hasta el final, nos indicó el camino que algunos quisimos seguir. No solo se nos va un referente ético, se nos va nuestro mejor referente político. Hasta siempre”, así amanecía hoy la cuenta de Twitter de Pablo Iglesias, el secretario general de Podemos de España.
La publicación hacía señal a la confirmación de la muerte de Julio Anguita, político de 78 años que fue secretario general del Partido Comunista y líder de la Izquierda Unida, además de maestro, desde y hasta siempre.
Nacido en 1941 en Fuenguirola, pequeña ciudad costera del sur de Málaga, a los pocos años se fue a vivir junto a su familia a Córdoba, ahí hizo su vida familiar y política, esa que lo llevó a ser el primer alcalde comunista tras esa oscura época española.
Antes, eligió ser maestro y se formó también en Historia, en la Universidad de Barcelona. De a poco comenzó a acercarse a la vida política: fue su sincera preocupación por las causas sociales las que lo llevaron a enrolarse en el Partido Comunista español cuando era clandestino, durante la época franquista.
En 1977 ya era parte del Comité Central se la sección andaluza. Más tarde, en 1979 fue electo alcalde de Córdoba en las elecciones regionales que, pocos años después, le permitieron ser el primer alcalde comunista en el regreso a la democracia en su país.
Entonces, tenía menos de cuarenta años, pero sus discursos, su poder de convencimiento, su gran sentido social, le habían ayudado a pavimentar con solidez su capital político, ese que posteriormente lo llevaría incluso a pelear por la presidencia nacional.
Años después, en 1988, se convirtió en el secretario general del PCE, que desde 1986 formaba parte de la Izquierda Unida. En 1989 fue el secretario general de esta coalición, además de candidato presidencial: llegó tercero, detrás del PSOE y el Partido Popular.
Casi una década después, la Izquierda Unida obtuvo su mejor resultado. En las elecciones de 1996, con Anguita a la cabeza, obtuvieron 21 diputados en el Congreso, su mejor resultado hasta entonces. El “Califa rojo”, como le decían en honor a su negra barba y sus raíces cordobesas, estaba en el Peak de su carrera, la que empezaría a abandonar producto de sus problemas cardiacos.
Ya en mayo de 1993 había tenido su primer infarto. El segundo en 1998. En ese momento dejó todos sus cargos activos en la política y regresó a Córdoba, para ser docente en el Instituto Blas Infante hasta su jubilación en el 2002.
Consecuente a sus principios, renunció a su jubilación como parlamentario y vivió hasta hoy, el día de su muerte, con el dinero que le entregaba la pensión como maestro, esa profesión que eligió en sus primeras décadas de vida y que fue un sello, también, en la forma de hacer política.
Ya retirado tuvo que ver también con la formación de Podemos, dándole luz verde al proyecto que hoy encabeza un Iglesias que, cada cierto tiempo visitaba Córdoba en busca de consejos. Él despide a su inspiración, España le dice adiós a un referente.
Tras pasar varios días en estado crítico en el Hospital Reina Sofía en esa ciudad del sur español, sus palabras se escucharon por última vez. Ahora es tiempo de recordar sus enseñanzas, esas que formaron a gran parte de los hoy líderes de la izquierda de ese lado del Mediterráneo.