Sin lectores curiosos. Sin murmullos. Sin búsquedas de textos escolares. Sin lanzamientos ni diálogos entre autores. Así figuran hoy cientos de librerías nacionales que, ante las exigencias sanitarias impuestas producto de la pandemia, han cerrado sus puertas de manera indefinida, enfrentando una crisis sin precedente en el sector.
El año pasado, ya ciertos libreros declararon no poder continuar con sus ventas físicas producto de las manifestaciones iniciadas el 18 de octubre, no obstante, durante los últimos meses la situación se complejizó.
“En tiempos normales, la mitad de las ventas se realizaban en nuestro local, el resto eran ventas con instituciones públicas o privadas. La compra online siempre fue algo marginal. Ahora, con la cuarentena obligatoria, las instituciones casi no están comprando. Sólo nos queda nuestra página, pero, pese a que este canal ha crecido mucho, siguen siendo muy pequeñas las ventas en comparación con lo que se vendía en el local”, comenta Ómar Sarrás fundador de la librería Clepsidra.
“Con suerte estamos vendiendo un cinco o un siete por ciento de lo que vendíamos mensualmente. Ahora, no sabemos cuándo volveremos a funcionar. No sabemos si van a ser tres o cuatro meses, entonces, estamos en una situación difícil”, dice.
Según el librero, la crisis también ha develado una desigualdad respecto de cómo continuar trabajando frente a las cuarentenas obligatorias. En ese panorama, por ejemplo, advierte que no todos tienen las mismas posibilidades para vender por internet. Del mismo modo, asegura que las firmas grandes han modificado sus precios, perjudicando a los emprendimientos más pequeños.
“La librería de barrio ve que hay una competencia desleal respecto de las grandes plataformas como Buscalibre o las multitiendas, que están haciendo ventas que pueden estar bajo el costo del libro. Las empresas grandes, que tienen una venta digital importante, están fijando descuentos de un 40, 50, 60 por ciento. Eso hace que las librerías se aferran a lo único que pueden hacer: la cercanía con sus clientes”, señala Sarrás.
“Como todo negocio pequeño de barrio, la librería se salva por el contacto, la buena atención y la recomendación. Entonces, sería bueno que, como ocurre en otros países, el precio sea fijo, para que no se pueda vender a un precio menor”, añade.
Cuando el mercado prima
Según la Política Nacional de la lectura 2015- 2020, la librería es el eslabón más débil de la cadena de distribución del libro. Con incentivos escasos y muy poca presencia a nivel nacional, operan, principalmente, en función de sus propias posibilidades: quienes concentran la actividad son Antártica y Feria Chilena del Libro.
“Especialmente grave es que existan ciudades en regiones que no cuentan con ninguna librería”, dice el documento, señalando que la diversidad editorial también se ha visto perjudicada en ese camino. Es decir, si hay pocas librerías, también hay poca difusión.
Por lo mismo, durante los últimos años y, a raíz del incremento de las editoriales independientes, se ha reforzado la venta virtual de libros. Pero, ¿qué sucede cuando no todos los libreros y libreras tienen esa posibilidad de distribución? La respuesta advierte que, en ese caso, el mercado se transforma en el mediador, lo que termina debilitando el quehacer de las librerías y el mismo fomento de la lectura. Dicha situación no puede ser sino lamentable, puesto que una librería no puede ser tratada como una pyme.
“Las librerías tenemos gastos fijos altos en relación a lo que se vende. Esta situación ha sido súper dañina para las librerías, porque su corazón es lo presencial”, comenta Catalina Infante, escritora y dueña, junto a su hermana, de Librería Catalonia.
“Siempre la cultura queda para la cola. Nunca se considera como prioridad, pese a que cuando uno está encerrado, recurre a series, cine, visitas virtuales a museos, lectura. Hay una idea de que el artista tiene que trabajar gratis como si no tuviera que pagar arriendo o no comiera. Eso es triste. Tiene que cambiar la valoración del artista en la sociedad”, afirma.
Las incertidumbres frente a la crisis
En el marco de la crisis sanitaria, los libreros y libreras han debido acomodarse a las circunstancias, potenciando las plataformas virtuales que siempre habían sido miradas con distancia, sobre todo, porque la librería, históricamente, había sido considerada como un espacio de encuentro.
Eso bien lo sabe Octavio Rivano, quien se inició en el oficio muy joven de la mano de su padre, el escritor y librero Luis Rivano. Dueño de la librería Las Vocales de Rimbaud, ubicada en la galería Véneto en Providencia, señala que, ante la crisis, su opción es la espera.
“Desde octubre hemos tenido una baja considerable en las ventas. Ahora, con la pandemia ha sido peor. Llevamos seis meses de bajas totales. Ahora, muchos de los libreros venden por Internet o Mercado Libre, pero, yo espero”, señala.
“He dedicado todo este tiempo en ordenar todos los libros que he comprado. No estoy vendiendo, pero sí me estoy preparando para cuando se ordene todo este sistema. Sólo hace un par de semanas comencé a vender unas cajas de libros por Facebook. Le estoy dando una segunda vida a los libros que están incompletos, que le faltan hojas. Con eso me he estado batiendo”, dice.
Según Rivano, será difícil que las librerías retomen su cotidianidad. Incluso, advierte que, si no existe una ayuda real destinada al sector, “varios van a quebrar”.
“Será difícil retomar el ritmo antiguo. El libro es un agente muy contagioso. En la galería nos movemos básicamente con los textos que están en el mesón. Entonces, si la gente va a tomar los libros, existirá un resquemor. Ese es el problema. Ese espacio podría perderse por la desconfianza”, dice.
“En octubre teníamos abierto, pero la gente no llegaba porque no tenía cómo moverse. Hoy Providencia está desolado. Entonces, no sacas mucho con abrir, porque quién va a llegar. Esto nos perjudicó totalmente y, como siempre, salió perjudicado el más chico”, cierra.
En medio de la pandemia también hay librerías que han apostado por solicitar a sus lectores que paguen por adelantado ciertos libros. También figuran iniciativas como Pedaleolibrería que desde el primer momento se plantearon como un librería virtual con despacho a domicilio.
En tanto, desde el gremio han levantado conversaciones con el Ministerio de las Culturas para que el libro sea tratado como un bien esencial. Con ello, los emprendimientos podrían abrir sus locales físicos, aunque de manera regulada. Por ahora, lo cierto es que, si no se toman las medidas necesarias para ir en ayuda del sector, la crisis continuará perjudicando a los libreros, mientras las librerías deberán esperar para retomar el ajetreo que un día circuló por sus pasillos.