Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 23 de abril de 2024


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La sobrerrepresentación de los blancos en Chile 

Columna de opinión por Maximiliano Salinas Campos 
Martes 15 de diciembre 2020 10:14 hrs.


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TÚ NO ERES NADA

tú no eres mapuche ni español 

Nicanor Parra, Obras públicas, 2006.

Las constituciones políticas de Chile fueron expresiones públicas del racismo de los siglos XIX y XX. En 1833, 1925 y 1980 los blancos redactaron las cartas magnas del país desde su excelsitud étnica, excluyendo de hecho a los pueblos indígenas, a los afrodescendientes, y a ese gran ‘pueblo tribal’ constituido por los mestizos. Blancos o blanquecinos fueron los autoproclamados dueños de la política. Encarnaron el principio de la racionalidad, de la gobernabilidad, de la ciudadanía. En el siglo XVII los mestizos son un quebradero de cabeza para las taxonomías de la minoría blanca. “Gente casi toda inútil para el servicio de Su Majestad”, dijo de ellos González de Nájera en su Desengaño y reparo de la guerra del Reino de Chile de 1614. En 1675 el general de la orden de los Agustinos desde Roma declaró explícitamente a los mestizos de Chile como “ínfima plebe, indóciles, de condición vilísima, incapaces de instrucciones urbanas” (Víctor Maturana, Historia de los Agustinos en Chile, Santiago 1904). La situación de los mestizos durante la monarquía española fue descrita con fogosas palabras por José Victorino Lastarria en 1844: “El mestizo llevaba en su frente la marca de la degradación y de la infamia, su nacimiento le condenaba a la desgracia de ser el paria de la sociedad. Su condición era mil veces peor que la del indígena: ¡éste comúnmente se trataba como a enemigo vencido, aquél era despreciado y envilecido, porque no tenía derechos que reclamar, porque su sangre no era pura como la del indio! ¡Para él estaban destinadas todas las cargas de la sociedad, los trabajos más pesados y degradantes, la pobreza, la esclavitud!” (José Victorino Lastarria, Investigaciones sobre la influencia social de la Conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile, Santiago 1844). 

En tiempos de la constitución de 1833 la elite decimonónica vio al roto mestizo como un vulgar asaltante de la ciudad. Escribió el presidente Aníbal Pinto en 1878: “[Se han repartido] en los arrabales y chacras vecinas invitaciones a la rotería para venir en la noche al centro diciéndoles habría saqueo” (Aníbal Pinto, Apuntes, Revista Chilena XLIX, 1922, 346-347). La visión lapidaria del mestizo de Chile la ofreció Diego Barros Arana en 1886. Para él los mestizos eran, más que nada, “rudos por carencia de cultura, supersticiosos, imprevisores, generalmente apasionados por el juego y por las diversiones borrascosas, y fácilmente inclinados a la embriaguez, al robo y a las riñas, sangrientas de ordinario.” (Diego Barros Arana, Historia general de Chile, Santiago 1886, VII, 474). ¡Mejor olvidarse de ellos!  

En tiempos de la constitución de 1925 los rotos, los mestizos, siguieron siendo considerados una oscura masa de escasa humanidad. Dice Carlos Vicuña Fuentes en 1928: “Para un caballero de pretensa prosapia, un roto es un ser de otro mundo, de otra esfera, de otra estructura física, con el cual no puede haber jamás fraternidad” (La tiranía en Chile, 1928). Efectivamente observó entonces Agustín Edwards Mac Clure: “El alma popular chilena es una mezcla del fanatismo de los conquistadores con las supersticiones araucanas” (Mi tierra, 1928). Más encima afirmó Keiserling en 1930: “Los rotos no quieren ser caballeros” (Meditaciones sudamericanas, 1931). En 1949 no se ha olvidado la definición del diccionario de la Academia de la Lengua: “Roto: Se aplica al sujeto licencioso, libre y desbaratado en las costumbres y modo de vida; y también a las mismas costumbres y vida de semejante sujeto” (Augusto Iglesias, Origen de la expresión ‘roto chileno’, Boletín de la Academia Chilena correspondiente de la Academia Española, X, 1949, 9-42). A mediados del siglo XX el roto formaba parte de un conjunto ajeno al Chile propiedad de los blancos. Ha recordado Jorge Edwards: “Algunos de mis compañeros de colegio, la gran mayoría, fueron recuperados por el ambiente social, el de la ‘gente como uno’, y por sus prejuicios, sus ignorancias, sus insolencias, sus portentosas insensibilidades; por sus lenguajes clasistas, racistas, xenófobos, cuya brutalidad no alcanzábamos a captar o no queríamos captar: el de los ‘rotos de pata rajá’, los ‘indios brutos’, los ‘judíos asquerosos’, los ‘cholos’ peruanos o bolivianos, los ‘macacos’ brasileños o ecuatorianos; es decir, todos excepto nosotros, los inteligentes, los blancos, los ingleses o los suizos de América del Sur.” (Jorge Edwards, Los círculos morados. Memorias I, 2012). En 1966 el escritor chileno-francés Benjamín Subercaseaux estima que el mestizo de Chile es “un producto estéril moralmente: sin vertebración ni estructuración moral de ninguna especie” (Dificultades para lograr una psicología del chileno, Atenea, 412, 1966). ¿Qué mejor que ocultarlos? Raúl Silva Castro prefiere decir en 1964: “No hay rotos en Chile. Hay sólo ciudadanos.” (Estampas y ensayos, 1968). 

En tiempos de la constitución política de 1980, envueltos todos en esa despavorida reacción conservadora, volvió a campear el más brutal racismo. Para ciertos intelectuales influyentes estadounidenses la población de Chile, ¡menos mal en su concepto!, era en un 97 por ciento europea (Michael Novak, Crisis en Chile, Mensaje, septiembre 1983). 

Hoy la discusión constitucional ha puesto en el tapete la composición multiétnica de Chile. Los escaños reservados para los pueblos originarios y afrodescendientes son un asunto públicamente debatido. Esto ha mostrado cuán arraigado permanece el racismo en Chile. Hemos escuchado a un tribuno, no de la plebe, recomendar dos escaños para los pueblos indígenas. Para qué más. El tema es quién decide todo esto. ¿Seguirán decidiendo los blancos como en la época colonial prolongada por las constituciones de 1833 a 1980? ¿Y los mestizos? ¿Quién los representa? ¿No será que ellos manifiestan si no un cuerpo un alma indígena? En 1938 dice Gabriela Mistral: “No hay nada más ingenuo, no hay nada más trivial y no hay cosa más pasmosa que el oír al mestizo hablar del indio como si hablara de un extraño […]. Cuando rara vez miro mi cuerpo en el espejo, no me acuerdo del indio, pero no hay vez que yo esté sola con mi alma, que no lo vea” (Algunos elementos del folklore chileno, 1938). “Nosotros los indios”, confesó Pablo Neruda, un mestizo al derecho y al revés (Para nacer he nacido, 1978). 

Podría preguntarse, ¿cuántos escaños reservados habrá para la minoría blanca?

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.