Desde el primer momento la obra de Gabriela Mistral incomodó al régimen de Pinochet. Su crítica lúcida hacia los gobiernos fascistas, los intercambios epistolares con Augusto César Sandino, su rechazo de la política intervencionista de Estados Unidos y su mirada aguda respecto de la niñez, la educación y la pobreza, eran elementos que la Junta Militar no podía pasar por alto.
Por ello, en abril de 1979, en el marco del aniversario del natalicio de la autora, el régimen emitió el Decreto Ley 2560, que autorizaba la reproducción en Chile de la obra literaria de Gabriela Mistral: “La edición en Chile de tales obras se ha visto impedida desde hace largo tiempo debido a la falta de otorgamiento de las autorizaciones correspondientes por parte de su albacea y heredera universal, lo que se traduce en una inaceptable privación cultural para los estudiantes y el pueblo de Chile”, estipulaba el texto.
La medida era desesperada. El régimen necesitaba con urgencia de un ícono cultural y pronto la Premio Nobel se instaló como la mejor alternativa. No obstante, con ello, la dictadura también inició una inédita expropiación de los derechos de autor, pasando por alto el testamento de Mistral que establecía que todos los dineros provenientes de la venta de sus obras en América del Sur debían destinarse a “los niños pobres del pueblo de Montegrande” a través de la Orden de San Francisco: “Es mi voluntad que la mencionada Orden de San Francisco retenga diez por ciento de dichos dineros para sus propias necesidades y obras de caridad”, establecía el mandato de Mistral.
En ese sentido, el decreto no sólo vino a confiscar los derechos de la autora, sino que abrió una ventana para generar una selección mucho más fina respecto de las obras que debían ser publicadas: “La tergiversaron de una forma muy perversa. La convirtieron en aquello que ella más odiaba. Si te fijas, las fotos que comienzan a circular son iguales a las de Lucía Hiriart: matrona, pechugona, vestida como milica y con el pelo que no se le mueve”, comenta Soledad Falabella, una de las investigadoras que ha seguido de cerca el caso.
“Cuando se prepara el Golpe de Estado, existe un movimiento para reemplazar a Violeta Parra, Víctor Jara y, sobre todo Neruda, y se prepara un programa educativo- cultural con Gabriela Mistral. Esto se echa a andar antes del Golpe a tal punto que bautizan la editorial Quimantú como Gabriela Mistral”, explica Falabella, quien ha plasmado estas investigaciones en libros como ¿Qué será de Chile en el cielo?: Poema de Chile de Gabriela Mistral (LOM).
“Ahí ves una usurpación salvaje. Nadie podría hacer eso con Neruda. Nadie se atrevería. Mi hipótesis es que la escritura de las mujeres es algo impropio, entonces, se puede apropiar y Mistral era impropia. No hay duda que la Junta Militar era patriarcal y que se sentía con el derecho a expropiar”, apunta la académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
El decreto también surgió ante la nula respuesta que tuvieron los militares de parte de Doris Dana respecto de los derechos de autor. “Lo que hacía Doris Dana era no responderle al gobierno ilegítimo de la Junta Militar. Ella no le da el permiso a Pinochet y ahí es donde la Junta Militar se arroja el poder. Y académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Era una posición política”, comenta Falabella.
El secuestro de Mistral
Las lecturas patriarcales respecto de la obra de Mistral no eran nuevas. Ya en 1935 el crítico literario Raúl Silva Castro había escrito: “La autora no conoce la cultura greco-latina en todo lo que ella tiene de profundo y de preciso”. Incluso, Alone la había puesto a prueba por medio de sus críticas en El Mercurio.
Sin embargo, tras la publicación del decreto, la dictadura inició una publicación basada en ejes tan acotados como la infancia, la familia, la patria y la educación. De paso, la hicieron cristiana y conservadora, despojándola del budismo, religión a la que ella se sentía cercana.
Investigadoras como Alejandra Araya han calificado este proceso como “el secuestro Mistral”. Para la historiadora la primera operación de “blanqueamiento” que ejecuta la dictadura tiene que ver con trabajar la imagen de una mujer triste que experimenta dificultades en el amor.
“Surge esta visión de una mujer incompleta. La figura de la Mistral vieja, de la Mistral matrona que está en el billete de 5 mil pesos. No es que ese perfil no se haya trabajado antes, pero la dictadura lo que hace, desde mi perspectiva, es coartarla. La despojan de ciertos elementos y la presentan como una mujer valiosa por su escritura poética ligada a la maternidad o ligada a la ternura”, explica la directora del Archivo Central Andrés Bello.
“Es tan interesante la operación que hacen que, por ejemplo, despojan a Piececitos de toda su denuncia. Es decir, ‘Piececitos de niños,/ azulosos de frío’ es una denuncia sobre la injusticia o la vulnerabilidad total a la que estaba sometida gran parte de la niñez durante toda la primera mitad del siglo xx y la ponen como si fuese un canto tierno, cuando es totalmente enojado y rabioso”, enfatiza Araya.
Una deuda del Estado
El Decreto Ley 2560 estuvo vigente por cerca de 24 años, siendo derogado recién en 2003 durante el gobierno de Ricardo Lagos. Sin embargo, a la fecha, el Estado aún no ha reparado a la Orden Franciscana por la expropiación.
“Son 24 años de fortunas usurpadas por el Estado de Chile. No ha existido reparación y justicia. Han existido disculpas, pero no sé si están tan claras”, comenta Falabella, quien continúa con la investigación respecto de la expropiación de derechos.
“Estamos hablando de reparación y de memoria. Cuando lo pones en este otro marco, todo cobra otro color, porque estás hablando de derechos humanos”, expone.
Actualmente, la obra de Gabriela Mistral es parte del dominio público. Esto, ya que la obligación respecto de los derechos de autor de Mistral caducó en 2007, al cumplirse 50 años de la muerte de la autora. Sin embargo, aún existe una deuda respecto de su legado.